11/09/2023
Publicado en
The Conversation
Pablo Castrillo |
Profesor del Departamento de Cultura y Comunicación Audiovisual
En una mañana de septiembre, hace veintidós años, cuando dos aviones de pasajeros se estrellaron contra las Torres Gemelas de Manhattan y cuando, poco tiempo después, los edificios se desmoronaron en una nube de escombros y hormigón que inundó las calles, las mentes de millones de espectadores se apresuraron a establecer una conexión aparentemente trivial: “Parece sacado de una película”.
El cáustico director Robert Altman afirmó con amargura: “Hemos creado esta atmósfera y les hemos enseñado [a los terroristas] cómo hacerlo”. Verdaderamente, el cine de Hollywood había mostrado durante años una afición entusiasta por el espectáculo de la destrucción. Pero el 11-S, en su dimensión de tragedia humana y, al mismo tiempo, de trauma visual, causó inicialmente el efecto contrario.
Es conocida la anecdótica retirada de un tráiler de Spider Man (2002) en el que un grupo de atracadores que escapa en helicóptero se ve atrapado por una gigantesca telaraña tejida entre los rascacielos mellizos del World Trade Center (la escena se puede ver en YouTube). Esta cautelosa autocensura afectó a muchas otras películas, que fueron editadas o aplazadas, e incluso canceladas en fase de proyecto.
Películas predictoras
Fue menos frecuente, en cambio, la referencia a Domingo Negro, un thriller de 1977 en el que el grupo terrorista palestino Septiembre Negro orquesta un escalofriante atentado durante la final de la Super Bowl, estrellando contra las gradas el emblemático dirigible de la marca Goodyear cargado de explosivos.
El director de la película, John Frankenheimer, fue precisamente quien había inaugurado quince años antes el género del thriller político estadounidense con El mensajero del miedo (1962), en la que un candidato presidencial era asesinado por un veterano de guerra psicológicamente condicionado por sus captores.
Los espectadores de aquella película paranoide y desquiciada que culminaba con un disparo de rifle en un mitin electoral pudieron ser testigos y sentir cierta familiaridad, tan sólo unos meses después, del asesinato del presidente Kennedy. Precisamente, cuando El mensajero del miedo terminó su recorrido –no muy exitoso– en taquilla, se corrió el rumor de que había sido retirada por razones de sensibilidad, rumor que fue desmentido incluso por el propio Frank Sinatra, protagonista y productor de la película. Y de esa encrucijada nace una corriente cinematográfica que alcanzará su apogeo en los años setenta.
El cine político de los 70
La oposición a la guerra de Vietnam –que venía escalando desde 1965–, el movimiento por los derechos civiles, los asesinatos de Martin Luther King y Bobby Kennedy en el 68, y la sucesión de escándalos políticos que culminaría en el caso Watergate, todas estas fuerzas convulsas confluyeron en un período de efervescencia contracultural y agitación política que también se hizo sentir en Hollywood.
Aquellos años alumbraron joyas fílmicas como La conversación (1974), El último testigo (1974), Los tres días del cóndor (1975), Todos los hombres del presidente, Marathon Man (1976) y El síndrome de China (1979).
Eran películas oscuras, con protagonistas desorientados, envueltos en conspiraciones escurridizas, y amenazados por una maquinaria política aparentemente inexorable. Con cierta frecuencia, sus finales eran insatisfactorios o amargamente ambiguos. Y casi siempre ofrecían una imagen de la clase política profundamente marcada por la corrupción, el engaño y una mentalidad en la que fines espurios justificaban medios inmorales.
El regreso del ‘thriller’ político
Es significativo que, tras los trágicos ataques del 11 de septiembre de 2001, y tras un breve período de respetuoso (o temeroso) silencio creativo, Hollywood diera luz verde al remake, precisamente, de El mensajero del miedo (2004).
Dirigida por Jonathan Demme (El silencio de los corderos), la película adaptaba el contexto político de la original –el temor rojo macartista– a un clima de extremismo análogo, que oscilaba entre los polos de la seguridad y la libertad. Más allá de su conspiración magnicida, la nueva versión retrataba a una sociedad estadounidense presa del miedo, inclinada a redoblar su empeño militarista, y viciada por los intereses de megacorporaciones habituadas a manipular políticos-títere.
Y así nacía una nueva época dorada para el thriller político de Hollywood, armado de una mirada crítica y a veces francamente pesimista.
Miradas diversas al terrorismo
Solamente entre 2005 y 2011 se estrenaron veinticinco thrillers políticos, aunque con diversos grados de actitud contestataria y de calidad, desde luego. Entre los relatos más desesperanzados, Syriana (2005) y Expediente Anwar (2007) atribuyen las causas del terrorismo islamista a las propias políticas económicas y de seguridad de los Estados Unidos, encarnando en tramas múltiples y de temporalidad enrevesada la noción de “blowback”, algo así como un efecto bumerán geoestratégico.
La intérprete (2005), dirigida por Sydney Pollack con no pocos guiños a su propia Los tres días del cóndor, también rodada principalmente en Nueva York, ilustra los perversos efectos de un cierto espíritu de venganza histórica, precisamente en la ciudad que todavía trataba de cerrar sus cicatrices. El mismo Pollack estrenó –con más éxito– Michael Clayton (2007), que tiene como antagonista una multinacional agroquímica y, de paso, el sistema legal que defiende sus cuestionables prácticas.
El delirante thriller de acción Shooter (2007) escenifica la colusión de senadores americanos y compañías energéticas y cómo su mutuo enriquecimiento justifica atrocidades que, a su vez, deben ser silenciadas por todos los medios, empezando por los de comunicación pero contando también con las agencias de seguridad e inteligencia, llegando incluso al asesinato de Estado.
La sombra del poder (2009) denuncia la injerencia de intereses económicos privados en la legislación en materia de seguridad, entonando a su vez una nostálgica apología del cuarto poder.
Y la lista continúa en un mosaico de reflexiones críticas sobre el sistema bancario mundial (The International, 2009), la falsa justificación de la invasión de Irak (Green Zone, 2010), la corrupción de los procesos internos en los partidos políticos (Los idus de marzo, 2011), el cuestionamiento del estatus moral de los Estados Unidos en la geopolítica global (La noche más oscura, 2012) y la cultura de compenetración entre la empresa privada y los representantes públicos en Washington, D.C. (Miss Sloane, 2016).
Temas persistentes de fondo
Aunque esta “nueva ola” del thriller político de Hollywood parece haberse aquietado en los últimos años –o quizá desplazado, en parte, al ámbito de las series–, los temas de fondo que han explorado persisten en el tiempo.
Pocos géneros han revivido con tanto acierto la honda preocupación kafkiana sobre la posibilidad de la acción efectiva del individuo en la sociedad moderna, burocratizada e hipermediatizada; a la que se añade el escepticismo acerca de la posibilidad de descubrir o revelar la verdad que organizaciones políticas y económicas tratan de oscurecer.
Los espectadores de Syriana recordarán sin duda la trágica impotencia y la punzante ironía de su final. En las pantallas de Hollywood tras el 11-S y la “guerra contra el terror”, como ya sucediera casi medio siglo antes, el viaje del héroe se torna un laberinto sin salida.