José Ángel Medina Murua, Doctor arquitecto, Director de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Navarra
La arquitectura, clave del desarrollo de la Humanidad
El desmoronamiento de la burbuja inmobiliaria como consecuencia de la profunda crisis financiera y los consiguientes efectos dificultan mirar el futuro de la arquitectura con objetividad, y aún menos con optimismo. Los últimos episodios protagonizados por esta burbuja evidencian la clara decadencia que la imagen del arquitecto y de la arquitectura está sufriendo los últimos años en España.
Paradójicamente, nuestro país tiene una fortalecida tradición en esta disciplina. La completa formación de nuestras Escuelas ha hecho de la arquitectura una de las más complejas y excelentes carreras. En consecuencia, la arquitectura española es muy valorada internacionalmente y su historia está llena de episodios que son objeto de estudio en numerosas universidades. De la misma manera, los arquitectos españoles cuentan con una sobrada apreciación internacional si atendemos no sólo a la altura de los premios internacionales recibidos, sino al comprobar que muchas de las Escuelas internacionales más prestigiosas cuentan con arquitectos españoles como profesores de sus claustros, en incluso como decanos de sus centros, como en Harvard o Princeton.
Afortunadamente, y de momento, esto sigue siendo así en cierta manera. En lo que respecta a los alumnos más recientes, la calidad de nuestros alumnos recién egresados se confirma cada vez que parten hacia el extranjero empujados por el afán de una oportunidad laboral más digna.
Sin embargo, y por suerte, la arquitectura es mucho más que la imagen trasnochada que la burbuja inmobiliaria nos ha dejado. La necesidad de cobijo, así como su organización colectiva, sigue siendo una de las necesidades más básicas del hombre. El protagonismo mayúsculo que ostentan las grandes urbes y la enorme aportación de actividad, también económica, evidencia la importancia cada vez mayor de la ciudad en el desarrollo de la Humanidad.
En este sentido, es necesario advertir que la arquitectura y la ciudad son algo más que el banal y atropellado desarrollo de urbanizaciones de chalés o que las singularidades aisladas que la vanagloria de nuestros políticos nos ha dejado en los últimos años. Lejos de la amarga caricatura que nos ha llegado, la ciudad se mueve, cambia y se transforma a gran velocidad, constatando que es uno de los iconos y fenómenos más reconocibles de lo que significa el ser humano por su directa vinculación con la actividad de las personas y con su vida misma.
Por eso, el paradigma de nuestras ciudades no está tan vinculado con el mero crecimiento: si la característica fundamental de la ciudad postindustrial tenía que ver con él, la ciudad contemporánea occidental está ligada a la transformación.
Esta realidad nos puede dar pautas sobre la dirección en la que los arquitectos nos deberíamos mover. Como señalaba un reciente informe del RIBA británico sobre la coyuntura arquitectónica, la crisis debe suponer el redescubrimiento del papel fundamental del arquitecto en el desarrollo integral de la ciudad en todos su aspectos: desde el de diseñador, gestor o técnico hasta el puramente empresarial y económico.
Para esto son precisos algunos cambios. Por un lado, los arquitectos no podemos caer en una caricatura del Dinócrates alejandrino, presto a crear ciudades y estructuras dirigidas a satisfacer egos y sueños vacíos. Pero la ciudad tampoco puede estar guiada por una mera regencia económica y mercantilista o ciencia especulativa que deje de lado aspectos concretos del servicio a la ciudadanía y a la culta administración de sus bienes.
La capacidad multidisciplinar -trabajar en ámbitos diversos y descubrir oportunidades de arquitectura en el diálogo con todos los agentes implicados- es una de las características necesarias si queremos regenerar nuestras viejas ciudades con soluciones imaginativas y eficientes.
Todo eso reclama una mejora en nuestra administración. El interés cortoplacista ha impedido grandes avances que otros sectores económicos e industriales han experimentado. Esta profunda transformación del sector de la edificación precisaría adentrarse por los caminos de una seria cualificación profesional a todos los niveles, aumento de la eficacia y precisión de los proyectos y procesos constructivos que haga que las operaciones sean económica y ambientalmente viables.
Pero para que todo esto sea posible, también resulta preciso reclamar a la sociedad una profunda transformación de los modelos económicos y productivos, y una redefinición de los perfiles profesionales una mayor exigencia en la formación, a la vez que la mencionada revisión y flexibilización de los excesos normativos.
Por eso, la apuesta por una formación de gran altura sigue teniendo vigencia. Una formación que fomente la investigación de prestigio, la creatividad fundamentada en conocimiento de calado y la búsqueda de la verdad y la belleza debe seguir siendo la característica fundamental que apuntale el quehacer de las Escuelas.