Bruno Sangro Gómez-acebo,, director de la Unidad de Hepatología de la Clínica Universidad de Navarra
La detección precoz es clave
En la cirrosis se produce una continua reparación del hígado: unas células mueren y otras nacen para suplirlas. Este alto ritmo de recambio celular favorece que lentamente se acumulen los errores genéticos que pueden aparecer cuando las células se dividen: las mutaciones. A veces estas mutaciones que aparecen afectan a funciones celulares que son vitales para controlar el crecimiento de los tejidos. Y así, las células que contienen estas mutaciones se transforman en células cancerosas y aparece un tumor.
Por eso, en el paciente que padece una cirrosis es mayor el riesgo de que surjan tumores en el hígado (hepatocarcinoma o colangiocarcinoma) cuyo pronóstico depende de la detección precoz. Y como las mujeres se hacen mamografías para el cáncer de mama o los varones mayores se hacen análisis para el cáncer de próstata, es muy importante que el cirrótico se haga ecografías cada seis meses en centros especializados en la detección precoz. Así se consigue curarlos la mayoría de las veces en caso de que aparezcan.
Por otro lado, cuando la cirrosis se descompensa, hoy por hoy, la mejor solución es el trasplante hepático, tras el que se pueden vivir muchos años con una excelente calidad de vida. Pero hay más personas necesitadas de un trasplante que órganos disponibles procedentes de personas que han fallecido. Para intentar aliviar este problema, la donación en vida de una porción del hígado se ha impuesto como una realidad.
No siempre es posible llevarlo a cabo, porque no todo aquel que quiere donar es un buen candidato a hacerlo, por una cuestión de adecuación entre el donante y el receptor. Pero los avances de la técnica quirúrgica han permitido que el deseo de aportar salud a un familiar o a un amigo donando una parte del hígado propio se cumpla cada vez en más casos.