José Ramón Isasi, Profesor de Química-Física
Otro Nobel de 'Química'
Alfred Nobel, químico industrial que se enriqueció gracias a la invención de la dinamita, dejó claro en su testamento que uno de sus galardones anuales debía premiar al individuo u organismo que más hubiese contribuido a la causa de la paz. Está claro que el uso que se dé a explosivos como la dinamita puede ser diverso y, por tanto, no se trata de un material intrínsecamente "malo".
En 1918, el alemán de origen judío Fritz Haber recibió el Nobel de Química "por la síntesis del amoníaco a partir de sus elementos". No fue un hallazgo trivial. Gracias al proceso industrial de fijación del nitrógeno atmosférico hoy es posible alimentar a siete mil millones de personas, gracias a los a veces tan denostados fertilizantes químicos. Claro que algunos de estos mismos compuestos, como el nitrato amónico, son también potentes explosivos. Pues bien, esta misma persona fue condecorada por su patriotismo durante la Primera Guerra Mundial, no sólo por eliminar la dependencia alemana del nitrato de Chile gracias al procedimiento diseñado por él, sino también por su liderazgo en la guerra química. Así, el gas cloro, elemento sencillo de obtener y más pesado que el aire, fue devastador en la guerra de trincheras. A este siguieron otros gases aún más letales. No obstante, los efectos psicológicos que experimentaban los soldados fueron, si cabe, aun más importantes. ¿Serían las pesadas e incómodas máscaras capaces de filtrar ese nuevo gas que estaba probando el enemigo?
Las imágenes de los horribles efectos del gas mostaza no tardaron en poner de acuerdo a las naciones firmantes del protocolo de Ginebra (1929) para la prohibición de la guerra biológica y química. ¿Y qué tienen de especial esos tipos de armamento? Obviamente, la principal diferencia con respecto a las armas convencionales es que para estas últimas puede aducirse que sólo pretenden emplearse para objetivos militares. No es este el caso, claro está, de las que se diseñan para dañar objetivos humanos. Se ha dicho de las armas químicas y bacteriológicas (las toxinas, de origen biológico, pueden ser considerablemente más letales que las peores armas químicas) que son la "bomba atómica de los pobres". Fue precisamente el estadounidense Linus Pauling, uno de los químicos más influyentes del siglo XX, la primera persona, y única hasta la fecha, en recibir un segundo Nobel en solitario, esta vez el de la Paz (1962), por su activismo en contra de la escalada nuclear. Antes se había negado a participar en el proyecto Manhattan (el desarrollo de la bomba atómica) aunque se le concedió la medalla presidencial por colaborar en otros proyectos militares durante la Segunda Guerra Mundial.
Hace apenas unos años, un grupo de arqueólogos encontró la evidencia más antigua de guerra química (dejando aparte los envenenamientos de suministros de agua potable, practicados mucho tiempo atrás) precisamente en Siria. Al parecer, un grupo de soldados romanos fue gaseado a la salida de un túnel por las tropas persas haciendo arder una mezcla de azufre y betún. Hoy sabemos mucha más química, tanto para bien, como para mal.