Ángel Baguer Alcalá, Profesor de Economía y Dirección de Personas en Tecnun, Universidad de Navarra
En esta crisis, también ‘Spain is different'
España sufre la crisis mundial agravada por una crisis de competitividad, cuyo origen se encuentra en la velocidad de destrucción de empleo, un marco laboral obsoleto, una de las productividades más bajas de Europa, una de las mayores tasas de absentismo y un sistema educativo que hace aguas.
La crisis en España no es solo económica. También es imprescindible reformar el marco laboral. La política social debe tener como objetivo que no haya desempleados, no proteger a los desempleados. El marco del Estatuto de los trabajadores del año 1980 corrige la ley de contratos de 1944, que a su vez se basó en la de 1931 ¿Acaso es comparable la política económica actual con la de hace 80 años? La negociación colectiva no es un instrumento ágil y es injusta porque el café para todos desmotiva al buen trabajador y premia al malo.
La solución pasa por el consenso del gobierno, empresas y sindicatos en una reforma que impida el fraude empresarial en los contratos de trabajo y permita la flexibilidad en los mismos. Esto unido a una gestión eficaz de la bolsa de empleo, que busque al trabajador en paro empleo con rapidez, le dé formación y que, por otra parte, este acepte los trabajos propuestos aún con el condicionante de traslado.
España es uno de los países con jornadas más largas y menor rendimiento por hora trabajada.
Vamos a la cola en el ranking de productividad de Europa, donde en el periodo 2001-2007 el aumento fue del 8%, mientras en España solo 5,8%. En 2006 nuestro país aumentó el 0,8%, la mitad de la media europea (el 1,5%) y en 2005, mientras Europa creció un 1%, nosotros descendimos un 1,3%.
La baja productividad se debe al marco laboral sin flexibilidad, mala dirección de los jefes, deficiente comportamiento de los empleados, déficit en el uso de nuevas tecnologías y aumento de empleos con baja cualificación.
Las soluciones para aumentar la productividad son, por parte de los jefes, colocar al empleado en el puesto adecuado, delegación del trabajo, buen clima laboral, programas de formación, correcta planificación y pasar de la cultura de la presencia a la de resultados. Por parte de los empleados, racionalizar los tiempos inactivos (cafés, llamadas telefónicas personales, Internet), eliminar bajas sin justificación, organizar el trabajo y mayor compromiso en los cambios. Y por parte del Estado y sindicatos, un marco laboral más flexible.
En el 2008 el coste del absentismo fue de 12.800 millones de euros. Según el INE, diariamente 1.300.000 ocupados no fueron a trabajar, con una media de 4,7horas por trabajador y semana en el cuarto trimestre, cifra superior en más de un10% al tiempo pactado en los convenios colectivos. Según Adecco, en los últimos 4 años el absentismo se ha duplicado, del 3% al 6%, muy por encima de la media europea, del 4,6%.
Las causas del absentismo injustificado son: deficiente dirección de personas, actitud deshonesta de determinados empleados, legislación obsoleta que favorece el absentismo y falta de supervisión de la inspección de trabajo.
La solución a estos problemas pasa por liderazgos en las organizaciones en lugar de jefes tóxicos y mediocres, reforma de la legislación que evite el escaqueo y supervisión de las bajas laborales para evitar los fraudes actuales.
Según datos del Instituto de la Juventud, los jóvenes representan un 20% de la población, con una caída en la última década de cerca de un 5%. Dieciocho años es la edad media de abandono de los estudios y un 75% de los jóvenes de entre 21 y 24 años ya no estudia.
En 2007, People-Matters realizó un estudio con 1.800 jóvenes entre 18 y 30 años. Les preocupaba de un trabajo el salario, el ambiente laboral, el tiempo de desplazamiento y el horario. La formación, la empresa y el contenido de su trabajo eran secundarios.
Jóvenes con pocos estudios, sin interés por aprender y tratando de vivir con el menor compromiso y esfuerzo, es todo lo contrario de lo necesario para el progreso de un país. La solución está en la educación, de las familias y los centros escolares, donde tiene que haber un revulsivo en la escala de valores, especialmente en los ligados al trabajo y la honestidad.
The Economist ha señalado que España es el "nuevo enfermo europeo" y el FMI y el Banco Central Europeo nos critican. ¿Hay que ser pesimistas? ¡En absoluto! Tenemos que ser realistas y afrontar cuanto antes las reformas. Cuando estalla una tormenta en alta mar, el realista amarra las velas, la única actitud válida, no así la del pesimista ni la del optimista inconsciente, que piensa que el viento se detendrá.