Publicador de contenidos

Volver 2025_02_13_FYL_SECRETO-DE-ESPERAR

El secreto de esperar

Publicado en

Alfa y Omega

Ricardo Piñero Moral |

Catedrático de Estética, profesor del Máster en Cristianismo y Cultura Contemporánea y director del Instituto Core Curriculum.

¿Por qué a nadie le gusta esperar? ¿Por qué en los últimos tiempos todo el mundo prefiere lo instantáneo y soluble? Desde el café al cacao, desde las redes sociales a la música, desde las relaciones humanas a las obras de arte. Todo ha de ser aquí, ahora, ya… Esta obsesión por lo instantáneo hace que perdamos de vista el valor del tiempo para la vida, para una vida humana. Como ya no queremos esperar a tomar en las manos los granos de café, a introducirlos en el molinillo, a escuchar el sonido de la carraca que en cada vuelta los va triturando, como ya no tenemos paciencia para abrir el cajetín y poner la molienda a hervir, mientras explota ante nosotros ese aroma único a café recién hecho, pues eso, como ya no resistimos la espera, preferimos perder de vista lo auténtico y subrogarnos a cápsulas quasi-espaciales que contienen una materia prima que ni podemos ver ni oler.

No tengo nada en contra de aquello que, por su propia condición, es instantáneo. Lo efímero tiene un valor indiscutible, como lo tiene también lo permanente. Tampoco me planteo que lo sólido sea necesariamente superior a lo líquido. Ahora bien, una cosa sí tengo clara: la mayor parte de las cosas interesantes se dan en tiempos que requieren una extensión profunda, que se alargan tanto como algunos movimientos de las sinfonías de Mahler. En nuestros días, tan dados a la hipérbole, nos topamos con fenómenos peculiares a los que las ciencias sociales intentan denominar para tener más o menos controlados. A esos asuntos tan ‘novedosos’ los que se dedican a analizar y comprender el comportamiento humano pretenden calificarlos o describirlos para, de ese modo, intentar explicar su naturaleza y dominarlos.

Algunos de los términos que comenzaron a sonar hace tiempo escondían algo más que una poética política. En su Modernidad líquida de Zygmunt Bauman comenzaba sus reflexión recordando unas palabras de Paul Valery en las que se nos recordaba que la interrupción y la sorpresa son las condiciones habituales de nuestra vida. Sin embargo, nuestro modo de vida contemporáneo prefiere apostar en ocasiones por que las cosas no acaben nunca: parece que ya no nos resulta suficiente para divertirnos salir por la noche a una fiesta, lo que queremos es que eso se prolongue indefinidamente, y cuando todo cierra buscamos un ‘after’, como para prolongar una situación que ni nuestro cuerpo aguanta ni nuestra mente soporta. Las sorpresas también están sufriendo una devaluación preocupante: queremos saberlo todo, ahora, ya, antes de que suceda… Lo que nos sorprende nos ataca en la línea de flotación, porque lo que en verdad deseamos es tenerlo todo bajo control.

Nuestra sociedades manifiestan ciertas dosis de agotamiento antropológico. Paradójicamente, quizás estamos exhaustos de mal vivir, cuando lo que inocentemente pretendíamos era alcanzar el mayor límite posible de bienestar. Byung-Chul Han lo ha visto con nitidez. La sociedad del cansancio es el testimonio de un malestar producido por nuestra incapacidad para vivir de acuerdo con quienes somos: negatividad, violencia, control disciplinario, aburrimiento… han generado una espiral de desnaturalización convirtiendo a los seres humanos en autómatas situados tras pantallas. El universo de lo híper en el que estamos inmersos, la hiperconectividad, la hipertextualidad, la hipercrítica, la hiperdulia, la hiperconveniencia, han terminado con nuestro modo natural de estar en el mundo y nos han provocado hiperventilación, hiperactividad e hipertensión. Y de eso, uno se muere. Al menos se muere como persona, aunque su cuerpo lo resista a duras penas.

¿Cuál es la raíz de haber perdido la paciencia, de haber perdido el sentido de la espera? La respuesta es bien sencilla: hemos perdido la paz, hemos perdido la esperanza. Pues bien, si así ha sido, estamos ante el mejor momento del año para recobrar una y otra. La condición necesaria, aunque no suficiente, es volver a ser como niños, que es tanto como volver a un modo de vida en el que uno se pone en manos de quien más le quiere.

Habrá quien no sepa encontrar la paz en la vorágine que le rodea, pero la clave está en no confiar en uno mismo, sino en quien sea digno de confianza. Habrá quien lo quiera todo ya, aquí, ahora y se frustrará constantemente porque nada de eso sucede, pero la clave está en cuidar lo que uno quiere, y no desear al tun tun, como si todo aquello que resulta apetecible fuera conveniente.

El secreto de la paz y de la esperanza está en saber decir no al no y sí al sí. Algún día caeremos en la cuenta de que la alegría y la paz no están en las tripas, sino en el corazón. En algún momento descubriremos que esperar no es un castigo, sino un don, un regalo muy adecuado para una época como la nuestra, que necesita recordar que el sentido de nuestra vida está en la verdad, en su belleza.