Antonio Martínez Illán, Profesor de la Facultad de Comunicación, Universidad de Navarra
Un aviso: ha muerto Delibes
Le robo el título a Carmen Martín Gaite, que titulaba así ‘la tercera' de ABC en diciembre de 1969 cuando moría su amigo Ignacio Aldecoa. "Esto es un aviso", para los lectores que crecimos con Delibes, para la lengua en la que él escribió y para este país.
Se ha muerto Delibes en marzo, viejo y un poco cansado de su propia vejez. La muerte, por esperada, no es menos muerte.
En la obra de Delibes, la muerte es el centro de algunos de sus mejores relatos. En ‘La mortaja'(1970) el Senderines vaga por la presa buscando ayuda para vestir y amortajar a su padre, en El camino (1950) David el Mochuelo logra colar en la tumba de su amigo Germán el Tiñoso un tordo cazado con el tirachinas y en Cinco horas con Mario (1966) una esquela nos abre el libro y Carmen, la viuda de Mario, empieza su soliloquio y pequeño ajuste de cuentas con el marido. Los muertos están de cuerpo presente, eran velados en casa y esta familiaridad con la muerte, que llega de repente, enseñaba a los vivos su naturaleza también truncada y que la vida no tenía marcha atrás.
Hay una muerte real que es un hito en la biografía del escritor vallisoletano, en 1974 fallece Ángeles de Castro, su esposa. En las fotos que acompañaban las entrevistas a Delibes, suele aparecer delante de un retrato de ella y si el lector se fijaba, podía ver cómo Delibes conservaba la alianza de su esposa colgada en la cadena de su cuello. Julián Marías escribió de la esposa de Delibes que era una persona que "con su sola presencia aligeraba la pesadumbre del vivir". Tanto Miguel Delibes como Julián Marías sobrevivieron a sus esposas y a esa ausencia ninguno de los dos logró acostumbrarse. Marías lo contaba en sus memorias, Una vida presente, y Delibes en el relato Señora de rojo sobre fondo gris. Ambos pertenecen a la generación que sufrió la guerra, una generación leída que con lucidez miraba al mundo.
En todo escritor verdadero hay una obligación ética primera, la de llamar a las cosas por su nombre y Delibes la mantuvo toda su vida, el "hablar sencillo", pero también verdadero. Nombró los campos, las chovas, de la retama y los valles, los tordos. Y, a través de sus relatos y de sus personajes, también habló con claridad de la incomunicación a la que llevaba el mundo moderno, defendió la naturaleza y nos alertó del progreso mal entendido, del falso progresismo, ecologismo y de otros istmos. Sus personajes, humillados y ofendidos, seguirán vigentes para quien sepa leer por la claridad y la belleza de la lengua en la que fueron escritos y por la fidelidad que el autor mantuvo toda su vida a sí mismo. Descanse en paz este hombre de bien.