13/03/2023
Publicado en
ABC
Ramiro Pellitero |
Profesor de la Facultad de Teología
10 años con el papa Francisco
La vida cristiana (la vida coherente de los cristianos), lejos de ser rutinaria y aburrida, es una aventura de las más fascinantes que alguien pueda proponerse. Todos los cristianos hemos recibido en el bautismo la gracia. La gracia no es una cosa ni una sustancia, sino la amistad “gratuita” con Dios, que nos ofrece la ayuda para ir viviendo esa aventura en medio de las circunstancias de la vida.
Aparentemente, la mayor parte de los días no pasa “nada especial”. Pero todos necesitamos valorar cada día no tanto las cosas, como decía Saint-Exupéry, sino “el sentido de las cosas”. Además, no faltan sorpresas, alegrías y penas, e incluso crisis que nos afectan. Nosotros los cristianos tenemos más luces y fuerzas para afrontarlas y aprovecharlas para crecer. Y también más responsabilidad para ayudar a otros.
El Concilio Vaticano II, volviendo a las “fuentes” de la fe cristiana (la Sagrada Escritura y la Tradición, representada en los primeros siglos por esos grandes autores espirituales que son los Padres de la Iglesia), proclamó la llamada universal a la santidad y al apostolado para todos los cristianos, e incluso para todas las personas. Porque Dios llama a todos. Y a todos, a veces de maneras muy desconocidas, da los medios para encontrarse con Él y vivir con Él. No solo en el más allá de la muerte, sino ya en este mundo. Es lo que llamamos la santidad.
Santidad no significa acomodarse en esta vida mirando por encima a los demás. Al contrario, y para entenderlo, basta con mirar el ejemplo de Cristo. Santidad significa compromiso de cada uno por acudir a las necesidades de los otros, mejorar el mundo que nos rodea y cuidarlo para todos. Desde sus comienzos, los cristianos hemos procurado extender esa llamada, secundando el mandato del Maestro, de bautizar y hacer discípulos de todos los pueblos.
Tras el bing-bang del Concilio, los papas –Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI y ahora Francisco– han ido desarrollando ese impulso que allí se dio, subrayando sucesivamente su contenido antropológico y ético, teológico y pastoral o evangelizador.
¿Qué papel tiene en ello la teología? Hay que reconocer que la teología, reflexión sobre la fe, durante muchos siglos, se ha desarrollado con frecuencia alejada de la vida corriente, como tarea exclusiva de especialistas. Hoy, en cambio la teología es, debe ser sobre todo una gran ayuda para la evangelización, es decir, para la propuesta libre y gozosa de la fe cristiana.
Dentro de la teología, la teología pastoral –entendida como teología de la misión evangelizadora de la Iglesia– señala tres tareas principales: la propia de los misioneros (dirigida a los no cristianos); la evangelización renovada “hacia dentro” de los fieles católicos, para que respondan cada día mejor al mensaje del Evangelio; y la tarea ecuménica, que se dirige a restaurar la unidad entre los cristianos, históricamente quebrada sobre todo en el s. XI (separación de los ortodoxos) y en el s. XVI (separación de los protestantes). Estas tareas están hoy muy entrelazadas y son casi inseparables.
De esta manera, la teología se ha convertido hoy en un instrumento necesario para la “Iglesia en salida”, a la que pertenecemos todos los cristianos. Por eso podemos y debemos hablar de “Teología en salida”.
Una “salida” que puede verse representada por la teología pastoral o de la evangelización. Su método es situarse en el “aquí” y “ahora” de lo que Dios pide, a los cristianos, para colaborar en el anuncio y la transmisión de la fe; es decir para colaborar en la evangelización. Su centro y fundamento es la acción de Cristo, para hacer participar a los hombres y mujeres de su obra redentora (cruz y resurrección) y santificadora (por medio de la acción del Espíritu Santo), en torno a la Eucaristía, que es fuente y culmen de la vida cristiana y de la vida y misión de la Iglesia. Y el ejercicio de esa “salida” es la participación de cada uno de nosotros, personal o asociadamente con otros (sean cristianos o no), en la mejora de este mundo con vistas a la vida eterna. La santidad, decía antes, lleva a preocuparse por mejorar las condiciones de vida de las personas y la calidad de vida del planeta. Es una salida que compromete para servir a todos, por medio de nuestro trabajo, de nuestra vida familiar y cultural, social y eclesial.
Por todo ello la Teología pastoral se sitúa en la vanguardia evangelizadora que corresponde, decíamos, a la Iglesia entera. Y en la Iglesia, a cada uno, según su condición y vocación, en unidad de misión y en diversidad de tareas (si se quiere decir, ministerios) y carismas.
Antiguo profesor de Teología pastoral en su Argentina de los años setenta, el papa Francisco viene impulsando el “evangelizar con alegría” desde el principio de su ministerio petrino, que el 13 de marzo cumple 10 años.
Sus enseñanzas más importantes han versado sobre la fe (comenzando por su encíclica “a cuatro manos” con Benedicto XVI, Lumen fidei), el cuidado de la casa común (enc. Laudato si’) y la fraternidad y la amistad social (enc. Fratelli tutti).
Tras su documento programático –la exhortación postsinodal Evangelii gaudium– cabe destacar su impulso a la cultura de la Misericordia, así como el acompañamiento pastoral a las familias (cf. Exhort. Amoris laetitia) y a los jóvenes (cf. Exhort. Christus vivit).
Personalmente se ha desvivido por llevar a la cercanía de Jesucristo a todos, especialmente a los más frágiles y olvidados y a los damnificados por los conflictos y las guerras, como un signo de la evangelización.
La Teología pastoral ha encontrado en el papa Francisco, sobre todo desde su ministerio pastoral, un apoyo y un abanderado.