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Jardinero de nueva humanidad

13/03/2025

Publicado en

Vida Nueva

Ramiro Pellitero |

Profesor de la Facultad de Teología

Doce años con Francisco

Pocos días antes de cumplirse los doce años de su pontificado, Francisco ha agradecido a los voluntarios de todo el mundo “tantos pequeños gestos de servicio gratuito [que] hacen germinar brotes de una nueva humanidad; ese jardín que Dios ha soñado y que sigue soñando para todos nosotros”.

En su homilía con ocasión del Jubileo del voluntariado (el domingo, 9 de marzo), que fue leída en nombre del Papa en la plaza de san Pedro del Vaticano por el cardenal Czerny, les agradecía Francisco que “siguiendo el ejemplo de Jesús, sirven al prójimo, sin servirse del prójimo”: “Por las calles y en las casas, junto a los enfermos, a los que sufren, a los presos, con los jóvenes y con los ancianos, su entrega infunde esperanza en toda la sociedad”.

Una buena descripción de los voluntarios: aquellos que en el jardín que Dios sueña hacen germinar brotes de nueva humanidad.

Se puede decir que estos doce años con el Papa Francisco han sido testigos de esa misma tarea por su parte, en el ejercicio de su ministerio, como jardinero de nueva humanidad.

Como pequeño homenaje en este aniversario, cabe recordar algunos de esos “brotes” en forma de propuestas, lemas o mensajes que Obispo de Roma ha ido comunicando, con palabras y gestos, entregando siempre algo de sí mismo.

“Una Iglesia pobre para los pobres”, deseó desde su primera comunicación con los medios: “Iglesia en salida”, en continua misión que rechace la autorreferencialidad y llegue a las periferias existenciales; y que haga “lío” (de modo especial, los jóvenes). “Prefiero una Iglesia accidentada y manchada… antes que enferma por el encierro y la comodidad”.

Ha acompañado sus enseñanzas con sus viajes, a menudo largos, arriesgados y agotadores, sobre todo para una persona de su edad; peregrinaciones con intenso contenido pastoral y simbólico, manifestado en sus lemas, en su preparación, en la entrega personal y el continuo saludar una por una a tantas personas, sean o no importantes a los ojos del mundo.

Con frecuencia han sido sus gestos más sencillos los que aparecían en los titulares e imágenes de las redes sociales: su presencia en Lampedusa, sus visitas a las cárceles, su besar los pies de las autoridades de Sudán, implorando el diálogo de paz.

Francisco ha presentado el carácter luminoso y alegre de la fe y por tanto, del testimonio cristiano, que debe darse sin “cara de luto”. Ha puesto sus enseñanzas bajo el signo de la misericordia y de la esperanza. Tantas veces ha repetido que “el estilo de Dios es cercanía, compasión y ternura”.

Ha denunciado el escándalo del hambre, la barrera del “triste individualismo”, el peligro de “la globalización de la indiferencia”, la necesidad de un cambio de paradigma, en la economía y en la política, al servicio del bien (realmente) común.

El Papa Bergoglio ha señalado el diálogo ecuménico y el interreligioso como condición necesaria para la paz; la necesidad de “acoger, proteger, promover e integrar” a los inmigrantes; y, a la vez, de reclamar la libertad religiosa para todos.

Ha promovido la presencia femenina en los lugares de toma de decisiones tanto en la Iglesia como en las estructuras civiles; ha soñado con una Iglesia con corazón universal, atenta, al mismo tiempo, a las culturas locales (figura del “poliedro”).

Ha querido ser “reformador”, pero antes de las personas y sus actitudes que de las estructuras. Ha propuesto el discernimiento como modo de afrontar las cuestiones y los conflictos.

A nivel eclesial, ha subrayado también que el sentido de la jerarquía eclesiástica es el servicio, y se ha esforzado por combatir el clericalismo. Ha legislado y trabajado para la reforma de la Curia romana y el saneamiento económico del Vaticano. Ha fustigado y perseguido la “mundanidad espiritual” y especialmente los abusos sexuales cometidos por eclesiásticos en relación con menores. Ha procurado mejorar la predicación (las homilías) y la educación de la fe (especialmente la catequesis), así como la formación bíblica y litúrgica. Ha promovido la cercanía y las puertas abiertas de la Iglesia para “todos, todos, todos”. Ha espoleado a los católicos a lanzarse a la misión, sin aferrarse a seguridades y comodidades humanas. Se ha empeñado en una mayor participación de los fieles laicos en los sínodos, comenzando por los consejos parroquiales y pastorales a nivel local, en el contexto del caminar (sinodalidad) de toda la Iglesia.

El sucesor de Pedro ha interpelado de modo incisivo a los jóvenes, usando su lenguaje y encontrándose con ellos en muchas ocasiones; les ha movido a la generosidad y a la participación en la trasformación del mundo; ha impulsado un “pacto educativo” para mejorar la situación actual, tanto en extensión (llegar a muchas más personas) como en calidad (maduración en valores).

Ha promovido una “cultura de la solidaridad” contraria a una “cultura del descarte”, que rechaza a quienes considera poco útiles, como los niños por nacer, muchos jóvenes, las mujeres en situaciones duras y difíciles, los enfermos y los ancianos. Se ha manifestado incansablemente contra la guerra y ha puesto muchos medios (a nivel espiritual, pastoral y diplomático) para promover una “cultura de la paz”. En particular, ha denunciado con claridad la violencia causada en nombre de la religión o, mejor dicho, de la deformación de la religión, deformación vinculada frecuentemente al fundamentalismo, o a la manipulación.

En efecto, cada brote de nueva humanidad, por pequeño que sea, es un brote de esperanza. Gracias, Santo Padre, por su servicio.