13/05/2023
Publicado en
Diario de Navarra
Ricardo Fernández Gracia |
En un artículo que publicamos en este mismo periódico el 11 de mayo de 2012 hicimos una valoración y algunas reflexiones sobre la Virgen del Camino como signo de identidad religiosa de Pamplona: sus fiestas ordinarias y extraordinarias, rogativas, capilla, demanda, algunas de sus imágenes divulgadas principalmente en grabados y el nombre de Camino para las niñas de la ciudad, que comenzó con María Camino Sierra y Ayerra (22-IV-1769), apadrinada por don Miguel Jerónimo Elizalde, secretario del Consejo de Guerra.
Desde el siglo XVII hasta hace unas décadas, fue la devoción mariana más popular entre los pamploneses. Los donativos en forma de joyas, mantos, dinero y otras preseas no dejan lugar a dudas de ninguna clase, tanto entre los residentes en la ciudad, en sus distintos estratos sociales, como entre los que habían emigrado a otros lugares de la península y particularmente a Indias.
El trampantojo de 1675
Los grandes iconos marianos fueron reproducidos en tiempos pasados en lienzos estampas y bordados, con todo detalle, a veces en sus retablos u hornacinas, que inspiraban el mismo respeto, devoción y piedad que en las capillas y templos en donde se veneraban. Con el trampantojo pintado (trompe l´oeil) se procuraba intensificar la realidad, para que su contemplación no dejase sombra de duda, es decir, que no se sospechase siquiera que está siendo engañado. Lo habitual era presentarlos en un marco o caja para hacer creer en algo real encerrado.
A los lienzos dieciochescos pamploneses y novohispanos conocidos y que se basan en la copia del grabado de la imagen con san Fermín y san Saturnino de 1721, obra del platero Juan de la Cruz, añadiremos en esta ocasión un delicado lienzo conservado en las Dominicas de la calle Jarauta, a las que agradezco sus facilidades para su estudio.
La singularidad de la pieza radica en ser anterior a las representaciones de la imagen, todas ellas del siglo XVIII. Muestra la imagen tal y como se veneraba en la segunda mitad del siglo XVII, concretamente en 1675, año que coincide con la llegada de una presea argéntea que luce la imagen desde entonces: la media luna enviada en 1675 por don Juan de Cenoz, tesorero de la Provincia de Yucatán, según consta en una inscripción que tiene la pieza. El hecho de que la pintura luzca el mencionado símbolo inmaculista y a la vez alusivo al burgo de San Cernin, nos hace pensar en el posible destino de la misma para el generoso donante.
La pintura carece de firma y conserva una larga inscripción, fechada en 1675, en la que se conceden indulgencias por parte del obispo de Pamplona fray Pedro de Roche.
La imagen en su escenografía
Las imágenes religiosas, particularmente las de la Virgen, que hoy parecen objetos estáticos, dan la sensación de que siempre se habían presentado de la misma manera, lo que no es cierto, ya que la estética, el gusto y las mentalidades cambiaron sus usos y formas. Las venerables esculturas marianas medievales, sencillas y majestuosas, no parecieron satisfacer, en los siglos XVII y XVIII, cuando se las transformó en vestideras. Fue entonces cuando las vírgenes sedentes con el Niño en su regazo fueron reconvertidas en esbeltas imágenes de pie, mutilándolas en aquellas partes que estorbaban para vestirlas con delantales y mantos y embutidas en ropajes campaniformes. Las alteraciones en la vestimenta, adorno y tocado se ajustaron a la moda y gusto, así como a la visión de lo sagrado que tenían las gentes.
Desde el siglo XVI y más aún en las centurias siguientes, se generalizó la costumbre y moda de vestir a las imágenes por toda España, pese a las reticencias de las autoridades diocesanas. Las Constituciones Sinodales del obispado de Pamplona, publicadas en 1591, prohibían la costumbre de colocar a las imágenes “vestidos y tocados y rizos los cuales nunca usaron”.
Como imagen típicamente barroca aparece Nuestra Señora del Camino en el lienzo, con rico manto y delantal, corona y rostrillo de plata sobredorada y piedras, sin que falten algunas joyas, como una enorme cadena y una gran joya. La peana no es la actual, sino otra anterior de mediados del siglo XVII, muy parecida a la que tuvo también la Virgen de Roncesvalles. Tampoco lo es la imagen del Niño Jesús. En ambos aspectos la pintura es un testimonio singularísimo de cómo se presentaba a los fieles la imagen entonces, cuando se veneraba en una capilla bajo el coro.
Como es sabido, la peana de plata actual fue realizada por Hernando de Yábar y Daniel Gouthier entre 1701-1702. Posteriormente se forró la imagen de plata entre 1720 y 1721, a causa de su deterioro y la carcoma y a imitación de San Fermín, la Virgen del Sagrario, San Fermín o San Miguel in excelsis. Finalmente, la actual figura del Niño Jesús data de 1848 y fue realizado por el platero Eugenio Lecumberri, según un plan dispuesto por el pintor Miguel Sanz Benito.
No faltan sobre el altar sendos ángeles ceroferarios muy similares a los que tuvo la Virgen del Sagrario de la catedral de Pamplona, ni las típicas lámparas colgantes.
Tampoco se omitió la cortinilla descorrida, elemento que procedía de la época medieval, cuando el velum formaba parte de la escenificación de la imagen de altar. La acción de velar y desvelar concretaba en aquellos tiempos la dialéctica de la presentación de las imágenes, de acuerdo con la función litúrgica y la fiesta a celebrar. La Virgen del Camino en su camarín de la antigua capilla siempre estaba velada, especialmente desde 1705. Las restricciones para descubrirla las dictó el obispo Miranda y Argáiz desde 1744.