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Joyas desubicadas (5). Dos singulares conjuntos pictóricos desplazados

13/08/2022

Publicado en

Diario de Navarra

Ricardo Fernández Gracia |

Director de la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro

Los abundantes lienzos de pintura que atesoraban, antes de la exclaustración decimonónica, los monasterios y conventos de Navarra fueron muy perjudicados, hasta el punto de que casi todos desaparecieron. Los inventarios son harto elocuentes al respecto. Retratos de reyes, sibilas, personajes ilustres, amén de temas propiamente religiosos, vestían las paredes de las diferentes estancias. Vamos a examinar un par de conjuntos ubicados fuera de su contexto pero que, excepcionalmente, han llegado a nuestros días.

De la sacristía del monasterio de La Oliva

En la primera década del siglo XVII, una vez finalizada la sacristía del monasterio de la Oliva, en 1606, con un proyecto de arquitectura purista de filiación escurialense, se procedió a su decoración con una hermosa cajonería que llevó a cabo Juan de Berganzo, entre 1607 y 1608. Aquellos muebles se destruyeron en gran parte, al realizarse otra cajonería nueva en 1781, con embutidos de diferentes maderas, a cargo de un lego del monasterio, llamado fray Baltasar González.

Mejor suerte corrieron los respaldos seiscentistas de la cajonera, bellamente dispuestos y articulados entre un orden de columnas clásicas con sus correspondientes pedestales y entablamentos. Se trata de unas pinturas, realizadas hacia 1610, con gran probabilidad por Juan de Frías Salazar o Francisco Adán, que aportaron al conjunto de la sacristía una nota de hermosura y color. En ellas se representó un apostolado, ejecutado en un tardomanierismo, no exento de ciertas características realistas y de incipiente tenebrismo en el tratamiento de las luces. En los basamentos, ricamente policromados, encontramos una serie de santos anacoretas.

Todas las pinturas se trasladaron en el siglo XIX a la parroquia de Murillo el Fruto, con otros enseres del monasterio. Mediado el siglo XX, se instalaron en la capilla de una casa de religiosas de Pamplona. Afortunadamente se salvó la única serie de la época de estas características en una sacristía parroquial o conventual de Navarra. 

Los santos anacoretas y penitentes resultan singulares en estas tierras, pues no conocemos otra serie similar. Su elección está en sintonía con el éxito de estampas de Sadeler, Collaert, Leu y Leclerc y, particularmente, con las 27 láminas que ilustran el Oraculum Anachoreticum, con modelos de Martín de Vos y editado a fines del siglo XVI en Venecia por J. Sadeler. La presencia de aquellos padres del yermo se había puesto de moda desde que se hicieran repertorios de ese tipo para El Escorial y otros destinos singulares. El padre José de Sigüenza, cronista escurialense, justificaba su presencia porque “lleven a los religiosos algún objeto que recree la vista y despierte devoción el alma y no se dé paso ocioso, ni se derrame vanamente el pensamiento”.

La serie de san Elías de los Carmelitas Calzados de Pamplona, hoy en Leire

En 1704, se documenta la presencia en Navarra del pintor italiano Pedro Jacobo de Bari. Curiosamente, hacía un siglo que otro italiano, Orazio Borghiani, también había estado en tierras navarras.

Entre la obra de Jacobus Bari en la capital navarra, destaca la serie de la historia de san Elías, que contrató para los Carmelitas Calzados y que se encuentra actualmente en los claustros del monasterio de Leire, tras haber pasado por el monasterio viejo de las Agustinas de San Pedro y los almacenes del Museo Diocesano de Pamplona. 

Los Carmelitas Calzados de Pamplona hicieron dos contratos, uno con Bari y otro con el pamplonés Antonio Rico Sánchez, con el que vivía en “casa y compañía”, que salió responsable y fiador del anterior, por ser Bari extranjero y no contar con bienes radicados en Navarra. La legislación gremial era muy clara al respecto y prohibía contratar a los maestros no examinados. El documento resulta bastante excepcional porque apenas se conservan contratos referidos a pintura de caballete en los siglos del Barroco. El precio de cada uno de los veinticinco lienzos era de 100 reales por unidad. La cláusula más importante es la que fija los temas a representar, que se harían “según las estampas que le entregará el dicho padre prior, las cuales las ha de copiar según arte y con toda la perfección posible, con los colores más finos que hallaren y pidiesen las imágenes y demás cuerpos que se hubieren de copiar de dichas estampas, las cuales ha de señalar el dicho prior a su voluntad”. Hemos podido averiguar esos modelos elegidos por el prior fray Alberto de Senosiain. Se trata de las estampas que ilustran un hermosísimo libro del padre Daniel de la Virgen María, titulado Speculum Carmelitanum sive Historia Eliani, editado en Amberes en 1680. Las composiciones de los grabados fueron obra de Abraham Van Diepenbeeck

En el convento de la misma orden carmelita de Tudela, se conservaba otra serie idéntica que pudo deberse a los pinceles del mismo maestro italiano. Hoy se guarda, en parte, en el Museo Decanal de la capital ribera. 

Datado y firmado por el mismo pintor Jacobus Bari y en el mismo año de 1704, se encuentra un lienzo de san Agustín en la sacristía de la Parroquia de Elcano, que hace pendant con otro de similares medidas y estilo que representa a san Antón.