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Ricardo Fernández Gracia, Director de la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro

Los trabajos y los días en el arte navarro (10). Mirando al cielo y celebrando: algunos ejemplos

vie, 13 oct 2017 16:35:00 +0000 Publicado en Diario de Navarra

Los siglos pasados  fueron tiempos en los que todo se fiaba a la Providencia: enfermedades, plagas, sequías y otras calamidades. La documentación de las reacciones ante las contrariedades abunda y relata rogativas penitenciales y festivas acciones de gracias, devolviendo las imágenes de gran culto a sus templos. Son frecuentes tanto las descripciones de carácter oficial, como otras realizadas desde una óptica más subjetiva y particular. Sin embargo, las imágenes para glosar aquellos masivos acontecimientos son casi inexistentes, hasta la llegada de la fotografía, que desde la segunda mitad del siglo XIX nos proporciona algunas instantáneas interesantes sobre cuánto significaban aquellos actos multitudinarios.

 

Pidiendo y dando gracias: plagas, sequías, temporales, guerras y calamidades públicas

Las rogativas extraordinarias, fuera de las oficiales y ordinarias  del día de San Marcos (25 de abril) y los tres días que precedían a la Ascensión, fueron muy frecuentes en épocas de sequías prolongadas, pestes, guerras y otras calamidades. Frecuentemente tenían carácter penitencial y se acompañaban de los iconos de especial devoción o los patronos de las localidades.

En Pamplona las imágenes de San Fermín, las Vírgenes del Camino y del Sagrario y el Cristo del Perdón de los Trinitarios fueron procesionadas frecuentemente. Ésta última imagen, obra del imaginero vallisoletano Francisco Díez de Tudanca, lo hizo en 1665 al año siguiente de su llegada a Pamplona, en una rogativa por la pertinaz sequía, lográndose el objetivo con copiosas lluvias, al tercer día. La Virgen del Camino lo hizo en 1713 por la serenidad del tiempo a petición de la ciudad; en el verano de 1719 por extrema sequía; en otoño de 1724, por sequía en toda la comarca, habiéndose obtenido éxito que se tuvo por milagroso; en invierno de1728 por tiempo crudo y grandes heladas y falta de leña y carbón; en 1738 por sequía, tras haber sacado a San Fermín y la Virgen del Sagrario; en 1765 por la serenidad del tiempo; en 1770 tras un rigurosísimo invierno y tras la gran nevada del 4 de mayo para que cesase el temporal, y en 1855 por el cólera. Las fuentes escritas catedralicias y del ayuntamiento dan cuenta de las salidas de San Fermín y la titular de la catedral, precedidas de bandos. Generalmente, las solicitaba el ayuntamiento y organizaba el cabildo, no sin fricciones, desencuentros con otras instituciones civiles y eclesiásticas y frecuentes pleitos por preferencias y precedencias, tan usuales en la sociedad del Antiguo Régimen. Por motivos relacionados con acontecimientos de la casa real (nacimientos y defunciones sobre todo), con causas bélicas y las inclemencias meteorológicas se documentan salidas de la Virgen del Sagrario y San Fermín en multitud de ocasiones y a veces de manera conjunta. La titular de la catedral lo hizo, de forma extraordinaria, al menos dos docenas de veces en el siglo XVII y San Fermín otras tantas en el siglo siguiente.

Resulta muy exhaustiva la crónica de un culto maestro de ceremonias de la catedral, verdadero especialista en ceremonial y protocolo. Entre otros sucesos da cuenta de los rigores de un invierno pamplonés, concretamente del mes de diciembre de 1829 y de enero de 1830, en donde señala cómo se helaron el 28 de diciembre las pilas de agua bendita de la catedral, o la helada del 10 de enero tras una nevada intensa que hizo bajar los termómetros a 16 y 18 grados bajo cero, muriendo en el hospital muchas personas, especialmente ancianos de “mal de pecho”. En aquella ocasión se acudió a San Fermín y “sin embargo de estar las calles intransitables, por complacer al pueblo pidió la ciudad procesión con San Fermín, exponiendo al cabildo que cuidaría de que se cubriese el hielo de las calles como lo verificaron con abundante fiemo. Y habiendo accedido el cabildo, se hizo la procesión la tarde del 18, sacando al santo en la carroza en que se recibió al rey por la Taconera y calles acostumbradas”.

En Tudela, durante el siglo XVII y parte del XVIII, las imágenes que se procesionaban en las rogativas eran las de la Virgen del Buen Suceso y la del Cristo del Carmen calzado. Si se incorporaba la imagen de Santa Ana, siempre se colocaban por su graduación e importancia. La imagen de la patrona de la ciudad salió en numerosas ocasiones: en 1773, 1774 (por la peste del ganado vacuno), 1779 (con el Cristo del Carmen y la Virgen del Buen Suceso por la pertinaz sequía), 1793 (con San Joaquín) y 1789. En 1768 se rubricó una concordia para que la patrona Santa Ana se colocase y venerase en el altar mayor en tiempo de rogativas. En ocasiones puntuales también se procesionó el Cristo de la ermita de la Santa Cruz y la Virgen de los Remedios de San Nicolás, como ocurrió en 1817, por la sequía y, en 1885, por el cólera.

De la Virgen del Villar de Corella hay que mencionar las numerosas rogativas con su imagen a las parroquias de la ciudad especialmente en los años finales del siglo XVIII, en 1772, 1779, 1783, 1786, 1788, 1791, 1792 y 1798. El éxito en muchas de ellas y la consecución de agua para los campos hizo que se le conociese popularmente como la “llovedera”, según recoge el Padre Juan de Villafañe en la primera mitad de aquella centuria en su conocida monografía mariana. Desde 1801 a 1957 se documentan al menos en veinticuatro ocasiones.

En Estella, Jesús Arraiza contabiliza, en su estudio, 23 bajadas de la Virgen del Puy a la ciudad de Estella desde 1631, siempre en momentos de extrema necesidad (riadas, enfermedades, guerras y sequías) y con un protocolo fijo y repetido.

La Virgen del Yugo también se llevó a Arguedas en señaladas ocasiones. En 1817 a petición de los labradores y ganaderos de la localidad por la pertinaz sequía y en 1855 con motivo del cólera morbo.

 

San Gregorio Ostiense y las plagas

La temida plaga de la langosta tenía en el santuario de San Gregorio Ostiense y sus reliquias un verdadero talismán, no sólo en Navarra, sino a nivel hispano. La salida más antigua de la “santa cabeza” data de 1598. En 1687 la Diputación del Reino la pidió para que recorriese las merindades de Navarra, aunque su viaje más importante y largo data de 1756-1757, costeado por la Real Hacienda, con un recorrido que la llevó por Aragón, Levante, Andalucía, Extremadura y La Mancha.

San Gregorio Ostiense no sólo era eficaz contra las plagas del campo, sino que también lo era contra los males de oído, y ayudaba a la gente a buscar pareja. Al tañido de las campanas de su torre se le atribuía la desaparición de los rayos y la conversión de la piedra en agua.

Una escena festiva y sagrada a la vez, que muchos pueblos contemplaban y vivían con intensidad anualmente fue la de la recepción de la Santa Cabeza de San Gregorio Ostiense, que llegaba a un sinnúmero de localidades de la geografía foral y peninsular, en cumplimiento de promesas seculares. En los grabados del santo, a partir de un modelo ideado por Carlos Casanova en 1737, que se repite en las litografías decimonónicas, encontramos el rito festivo de pasar el agua por la cabeza argéntea que contiene sus reliquias. Diferentes votos de ciudades y pueblos, así como relaciones diversas dan cuenta del evento.

En la nave central de su basílica en Sorlada cuelga una serie de pinturas con más interés iconográfico que artístico, pero muy interesantes para recrear el relato legendario del santo. Su realización corrió a cargo de Ramón Garrido, pintor de Logroño, en 1831, por lo que cobró 760 pesos fuertes. Madrazo fue taxativo sobre su valor artístico cuando afirmaba hace siglo y medio: “¡qué triste desencanto espera al que por la portada de este templo, de gusto italiano del XVII, se promete hallar dentro de él estatuas y pinturas de los célebres machinisti de la misma edad! (...) Ya que trajeron de fuera quien labrase las bellas estatuas del exterior, ¿por qué no haber traído también, para pintar sus bóvedas y sus paredes, fresquistas como los Lanfrancos, los Marattas y los Cortonas?”. Dos de los lienzos narran la aflición de las gentes ante la plaga que devoraba los frutos, cereales y viñedos en Navarra y La Rioja, pidiendo remedio que llegó con la predicación del santo y el arrepentimiento de los fieles. Curiosamente las personas representadas en ambos casos, lucen trajes e indumentaria del siglo XIX.

 

Tempranas fotografías con motivo del cólera de 1885:  Tudela y Cascante

El cólera dejó un total de 3.261 fallecidos en Navarra y según los datos estudiados por M. P. Sarrasqueta, la merindad de Tudela fue la que más sufrió, con 1.682 muertes. En  la capital de la Ribera la epidemia duró 65 días entre fines de julio y fines de septiembre y dejó la triste cifra de 357 tudelanos fallecidos. Cuando cesó, el 4 de octubre se celebró un Te Deum en la catedral y se devolvieron las imágenes del  Cristo de la Cruz a su ermita y la Virgen de los Remedios de San Nicolás. Esta última imagen era venerada como copatrona de la ciudad y se había traído el 9 de agosto a la catedral. En la procesión de octubre, de la que existen fotografías, se contabilizaron 1.336 hombres y 967 mujeres, según datos de Pérez de Laborda en sus Apuntes Tudelanos.

De auténtico exvoto podemos calificar una fotografía realizada en octubre de 1885 a iniciativa de los vecinos del convento de Santa Clara de Tudela por haberse librado de la epidemia. Se da la circunstancia de que en el convento tampoco falleció ninguna religiosa, aunque el día de Santa Clara fue, según Pérez de Laborda, el que más mortandad registró, con 22 defunciones. La fotografía, celosamente conservada por las Clarisas de Tudela muestra a los vecinos agrupados en torno a las andas y una inscripción de la época en el reverso reza así: “Los habitantes circunvecinos del convento e iglesia de Santa Clara de Asís, a las Religiosas del mismo, como recuerdo de la fiesta y procesión celebrada el día 20 de octubre por cuenta de los mismos a su Madre Santa Clara en acción de gracias a haber salido libres de la epidemia colérica. Tudela, 28 de octubre de 1885. La comisión organizadora. Romualdo Castellanos, Froilán Arias, Vicente Miguel, Pascasio Clemente, Calixto Pelairea”.

En Cascante el cólera dejó la elevada cifra de 308 defunciones. Desde comienzos de julio se tomaron medidas con la adquisición de desinfectante y bajando a la Virgen del Romero a la parroquia de la Asunción, algo que se venía haciendo desde siglos atrás, en momentos de dificultades. Cuando terminó la epidemia se premió a los facultativos y se subió la imagen a su santuario, el día 22 de septiembre de 1885. En la instantánea se ve al cortejo detenido con las andas en el cancel de la puerta de la parroquia muy adornado y un gran grupo de cascantinos con cirios, junto al cabildo parroquial con varios cetros. Para el citado día y la víspera llegaron los padres jesuitas para predicar y veintitrés músicos de la capilla catedralicia de Tudela. Se levantaron varios arcos con mantones de Manila y ramas de chopos y cipreses, según una relación del párroco de la Victoria publicada por Fernández Marco, en la que también se señala como algo especialísimo la toma de varias fotografías entre las que “principalmente sobresalió” la que referimos.

 

Corella por Santa Teresa en 1922

Un par de fotos realizadas por Marcelino García han dejado constancia de la celebración en Corella del III Centenario de la canonización de Santa Teresa y del II Centenario de la llegada de las Carmelitas Descalzas de Araceli. La que presentamos lleva esta inscripción: “Recuerdo de la Solemnísima  Procesión del segundo Centenario de la Fundación de este convento y tercero de la Canonización de N. Stª Madre Teresa de Jesús día tres de septiembre año 1922”.

Un par de textos redactados por una religiosa del convento y por don Nolasco Viscasillas, dan cuenta de las solemnes funciones religiosas que culminaron con una magna procesión, a las cuatro de la tarde del día 3 de septiembre de 1922, con las imágenes de Santa Teresa, la Virgen de Araceli y el Niño Jesús de Praga de los Padres Carmelitas, haciendo estación en las Benedictinas y en la parroquial de San Miguel. Con la presidencia civil del ayuntamiento de la ciudad y el acompañamiento de la banda de música, el desfile recorrió varias calles y al cabo de tres horas, llegó al anochecer a Araceli.  No faltaron la pólvora y los volteos de campanas, ni el florido sermón a cargo del prior de los Carmelitas. La capilla de música fue reforzada con elementos foráneos de Logroño y Villafranca. Las crónicas relatan el frenesí colectivo, los ¡Vivas!, así como los repetidos sones de la Marcha Real que se mezclaban en los órganos de Araceli y San Benito y de la banda de Música.

En la fotografía se ve la cruz procesional del convento con manga, el paso de Santa Teresa, las calles enramadas y muchas personas con escapularios, el estandarte de la cofradía de San Roque, así como otros que van detrás del paso escoltado por farolería.

El autor de la foto es Marcelino García “el tío Catoles”, pintor que tenía un estudio fotográfico en Corella. Los restos de un sello circular en la parte inferior derecha no dejan lugar a duda alguna. En 1922 realizó las pinturas del presbiterio del convento de Carmelitas Descalzos de dicha ciudad y, poco antes, en Fitero sendos cuadros de la capilla de la Virgen de la Barda. Las primeras noticias de García como fotógrafo lo sitúan en 1903 y 1904. Su producción fue abundantísima y cedió su archivo, compuesto por negativos y positivos, para su custodia a Juan Escudero, quien a su vez lo donó al ayuntamiento de Corella que lo custodia.