Isabel Rodríguez Tejedo, Profesora de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales, Universidad de Navarra
Escasa efectividad y ninguna medida concreta
Los conatos de proteccionismo, las devaluaciones competitivas y las desconfianzas transfronterizas son consecuencias poco sorprendentes de contracciones económicas largas, profundas y generalizadas. Poco de las tensiones actuales es nuevo. En la Gran Depresión, el volumen de comercio mundial se redujo de manera drástica y fulminante, el sistema monetario internacional se deshizo para dar lugar a la creación de bloques y la desconfianza y la hostilidad económica se extendieron por el sistema.
Las consecuencias económicas de estas "guerras" pueden llegar a ser desastrosas. Como ejemplo, imaginemos dos tiendas de barrio que deciden bajar sus precios "un poquito más", para atraer clientes. Las bajadas sucesivas podrían llevara ambas a la ruina, pero, ¿qué pasaría si una de las dos tiendas se negara a "seguir el juego" y no bajara sus precios?
Probablemente, la que lo hizo atraería más compradores y podría, en el caso extremo, llegar a desbancar completamente a la otra. Algo así sucede con las devaluaciones de moneda y otras situaciones competitivas en momentos de crisis. Entrar en el juego puede ser malo para todos, pero quedarse al margen mientras los demás toman acción puede ser aún peor para el que se abstiene.
Evitar espirales perniciosas
Una posible solución al dilema es intentar reunir a los jugadores (en este caso países o bloques de países) para llegar a acuerdos que eviten espirales perniciosas.
Las instituciones y acuerdos internacionales son una manerade intentar propiciar pactos que beneficien a todos. Y sin embargo, para que la estrategia funcione, debe haber un amplio consenso y una voluntad decidida de no desviarse del camino de la cooperación. ElG-20 es uno de esos mecanismos. Desde 1999 reúne a ministros de finanzas y directores de bancos centrales (en ocasiones también de presidentes y primeros ministros) de 19 naciones más la Unión Europea para tratar temas relacionados con el sistema financiero internacional. Sus miembros acumulan aproximadamente el 85% del valor de la producción mundial.
La institución, heredera directa de reuniones similares como el G-6, G-7 y G-8, recibió mucha atención en 2008, cuando Estados Unidos convocó la primera reunión para tratar sobre la crisis mundial. Desde entonces, las críticas y alabanzas a la labor del grupo se han venido repitiendo, normalmente siguiendo el tempo de sus resoluciones o reuniones.
En lo negativo, se apunta a la escasa capacidad para evitar que incluso los participantes en sus reuniones pongan en marcha malas prácticas, y la falta de transparencia que marca las reuniones del grupo cuestiona su validez moral e institucional.
Las voces a favor apuntan a la mejoría que supuso la introducción de los países emergentes en las conversaciones, y a la superación del G7+1como foro de discusión en temas económicos. La coordinación (o al menos apariencia de coordinación) en la respuesta ante la crisis es también uno de los fuertes del G- 20.
Los resultados de la última reunión son, en ese sentido, poco sorprendentes. Las declaraciones de principios en cuanto a la denuncia de la devaluación artificial de la moneda como base para potenciar las exportaciones, la conveniencia de reforzar el sistema financiero y disminuir las tensiones surgidas de las divergencias comerciales son gestos, significativos, pero gestos al fin y al cabo.
Los asistentes no se han puesto de acuerdo en medidas concretas, pero eso no quiere decir que no vaya a haber resultados positivos. Las prometidas inspecciones por el FMI señalan a los mercados la voluntad de progresar en derroteros de cooperación y estimulan la confianza, y también es posible que la atención mundial facilite medidas que de otro modo se demorarían. Las resoluciones formales, cuyo incumplimiento sería no sólo esperado sino casi seguro, han dejado espacio para posibles acuerdos informales. Si estos acuerdos llegarán a producirse, y cuáles serán sus efectos, sigue siendo una pregunta sin respuesta.