Gerardo Castillo Ceballos, Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra
¿Aprovechamos las nuevas oportunidades de la senectud?
En el pasado, la vejez o senectud ha sido considerada la etapa de ‘la cuesta abajo’, la de las limitaciones físicas y psíquicas que dificultan o impiden ser una persona activa. Al anciano se le veía como a un jarrón chino, como algo tan valioso y frágil que se colocaba en un rincón de la sala por temor a romperlo. Peor habría sido verlo comoa un florero. Ese triste destino está reservado a quienes consideran la jubilación como una liberación total de responsabilidades y deberes.
Uno se jubila de su trabajo profesional, pero no de la vida; de vivir como persona, como miembro de una familia (padre, abuelo), como ciudadano, creyente... Cuando acaba nuestra etapa de ‘homo faber’ tenemos la maravillosa oportunidad de recuperar otras dos dimensiones del ser humano que han podido estar en segundo plano durante muchos años: la de ‘homo sapiens’ y ‘homo ludens’. No se nos pide que volvamos al taller o a la oficina, pero sí que aprovechemos el tiempo y que no enterremos nuestro talento.
Nos puede ayudar la lectura de un libro que es un elogio y un canto a la vejez: el ‘De Senectute’ (‘Hacerca de la vejez’) de Cicerón, quien muestra a Catón el Viejo, un vigoroso anciano de 84 años, conversando con dos jóvenes discípulossuyos. Catón atribuye los defectos achacados comúnmente a la edad, al propio individuo, y no a la vejez en sí misma. Para Cicerón «el viejo no puede hacer lo que hace un joven, pero lo que hace es mejor».
La imagen de los mayores está mejorando últimamente por la mejora en las condiciones de vida (los 65 años de ahora son los 50 de antes). Eso les permite ejercer de abuelos jóvenes. Por ejemplo, cuidan a sus nietos cada tarde cuando regresan del colegio para que no se queden solos en una casa vacía. Son «los niños del llavín», llamados así porque sus padres se lo cuelgan del cuello con el fin de que puedan entrar en casa cuando ellos aún no han regresado del trabajo. En esa situación, los abuelos se encargan de controlar el uso de la televisión y la realización de los deberes escolares.
Además, les cuentan historias relacionadas con el origen de la familia y actúan como confidentes.
Los ‘mayores’ de ahora ya no son viejitos adormilados sentados en una mecedora y frente a la televisión; son personas activas que se dan largos paseos a pie y/o en bicicleta, leen libros, colaboran con una onegé, etc. Algunos hacen el Camino de Santiago cargando con voluminosas mochilas. Esa forma de vida tan activa, sana y saludable no se improvisa. Me imagino que antes de llegar a la senectud cuidaron la salud, hicieron deporte, conservaron sus amistades y eligieron una actividad que mantenga la mente ocupada y en estado creativo.
Pero esa actitud tan positiva y prudente no es frecuente. Es fundamental preparar la última etapa de la vida y empezar cuando aún estamos activos. La senectud puede convertirse en una etapa gozosa en la que se disfrute del deber cumplido y del cultivo de lo que nos apasiona. La fe humana y sobrenatural ayuda a poner la mirada en el futuro, con la convicción de que lo que viene es mejor. Las posibilidades de la vejez no se reducen a viajar, hacer fotografías e ir de cena con los amigos; también se refieren al inicio de nuevos proyectos. Cada edad posibilita sembrar en nuevas tierras para recoger nuevas cosechas.
La vida es como un paseo en bicicleta: hay que seguir pedaleando para llegar con éxito a la meta. Quien se limita a girar alrededor de sí mismo es viejo, aunque tenga pocos años. Para evitarlo hay que estar siempre ocupado y activo y romper con posibles rutinas.
Si la actividad profesional no se sustituye por algunas actividades que continúen exigiendo esfuerzo a nuestra mente, a la capacidad intelectual le sucederá lo mismo que a un miembro físico escayolado: se atrofiará. Algunas investigaciones recientes respaldadas por el Instituto Nacional sobre el Envejecimiento aseguran que mantener activa nuestra memoria es la mejor arma para prevenir la pérdida de esta función humana.
«No se envejece por haber vivido un cierto número de años; uno se hace viejo por haber desertado del ideal», dejó dicho el general Mac Arthur). Hay viejos de 15 años y jóvenes de 70. La juventud no es sólo una etapa del desarrollo biopsicológico del ser humano; es, además, una actitud personal y un valor que está fuera del tiempo, una realidad intemporal, una virtud sin edad.
Azorín sostenía que ser viejo antes de tiempo es casi tan sólo la pérdida de la curiosidad.