Javier Gil, Investigador del Instituto Cultura y Sociedad
La ilustración islámica
¿Por qué Al Qaeda? ¿Por qué la Primavera Árabe? ¿Por qué las guerras de Irak y Afganistán? El fenómeno terrorista Islámico y los conflictos que azotan Oriente Medio, más que un presagio de una sociedad religiosa en auge, han de ser interpretados como síntomas de una profunda crisis del Islam. La inestabilidad de la región es la manifestación de un modelo agotado. El dilema musulmán se presenta similar al experimentado por la sociedad Europea en el siglo XVIII ante el fenómeno de la ilustración que hizo posible el proceso de la secularización.
Como Occidente entonces, las sociedades islámicas se encuentran ante una encrucijada: aferrarse a los viejos hábitos y costumbres o abrazar el cambio. Por un lado está la senda ya recorrida de las dictaduras y las teocracias y por el otro el de la democracia liberal. Seguir escudándose en prejuicios o abrazar la globalización. La sociedad musulmana, antes prisionera del hermetismo, ha sido expuesta durante décadas a los avances técnicos y el progreso social de Occidente. La reacción ha sido doble: por una parte, quienes dominados por el miedo han tratado de declarar la guerra a Occidente; por otra, quienes han optado por abrazar e imitar lo bueno que Occidente tiene que ofrecer.
Los musulmanes ya no pueden permanecer ajenos a los cambios que se han producido en el mundo: la televisión, Facebook, Twitter, el cine, la música… el estilo de vida Occidental no tiene ya barreras para darse a conocer en el mundo. Esto ha llevado a que en Oriente Medio la sociedad se haya expuesto a nuevas formas de entender la mujer, la economía, la libertad, la política o incluso la ciencia.
El fenómeno de Al Qaeda, Hamás o los Hermanos Musulmanes sería la respuesta del sector inmovilista musulmán que se niega a aceptar la nueva realidad. Tratando de mantener la pureza de la sociedad, emplean la violencia o la coacción para eliminar o silenciar a todos aquellos que quieren abrirse al mundo y a nuevas formas de entender la sociedad. Las minorías cristianas en Egipto y Líbano, las gentes que desafían al terror ejerciendo su derecho al voto en Irak y Afganistán, las mujeres saudíes que luchan por su derecho a conducir un coche, las niñas paquistaníes y afganas que van a la escuela, los iraníes que se manifestaron en contra de los ayatolás… son unos pocos ejemplos de una nueva sociedad musulmana que trata de abrirse camino.
No es una tarea sencilla. Además de superar el miedo a enfrentarse al poder y el terrorismo, hay duras barreras psicológicas que cruzar. Adoptar modelos de operar y pensar Occidentales supone en parte reconocer el fracaso del planteamiento del Islam tradicional. Supone admitir el progreso social, económico y tecnológico israelí y comprender porque ha tenido lugar allí y no en la vecina Siria o Jordania. Supone, en definitiva, reconocer los errores propios cometidos a lo largo de la historia. ¿Qué tiene en particular Turquía que la hace diferente a Libia o Pakistán? ¿Qué decisiones tomó Turquía como país y sociedad que no tomaron Irak o Argelia?
El principal reto ahora mismo es que sea la propia sociedad musulmana la que tome el liderazgo del verdadero cambio. La ayuda de Occidente por implantar democracias liberales en Oriente Medio tiene sus limitaciones. Irak y Afganistán son ejemplos de que el cambio es posible, pero si el cambio llega sólo de manos extranjeras corre el riesgo de no ser algo duradero. Para que la idea caiga en suelo fértil tiene que darse la presencia de elementos autóctonos que la abracen y la tomen como suya. Por eso son tan importantes casos como el de la niña Malala, demostrando que hay una mayoría silenciosa musulmana dispuesta a plantar cara a los talibanes.
No obstante, falta un movimiento que lidere la lucha por el cambio. Una figura que inspire y escandalice. Al igual que en Europa y América en el siglo XVIII, el mundo musulmán está necesitado de intelectuales y líderes de opinión que impulsen un aceleramiento de los acontecimientos. Quizás sea cuestión de tiempo la aparición de un futuro John Locke, Adam Smith o Edmund Burke musulmán, mientras tanto, Occidente debería seguir apoyando a quienes tratan de serlo.