Gerardo Castillo Ceballos, Profesor de la Facultad de Educación y Psicología
¿Qué futuro tienen los matrimonios con amor light?
Las estadísticas actuales sobre las rupturas conyugales son muy preocupantes, por sus consecuencias para los hijos y para las familias en cuanto células de la sociedad. Por eso es necesario seguir investigando sobre sus causas, con fines de prevención. En mi opinión, una raíz común a muchas rupturas es la poca calidad del amor.
Basta leer las aventuras amorosas que relatan cada semana las “revistas del corazón” para comprobar que se está poniendo de moda un “amor” ególatra y descomprometido, limitado a la atracción sexual. Es el amor light (ligero, superficial), que, por su inmadurez, no resiste las dificultades normales de la vida conyugal.
Cuando preguntamos qué es el amor esperamos qué nos digan algo más que el ejercicio de una apetencia ligada al conocimiento sensible (“me gusta, me apetece”). El querer sensible se encuentra en un plano inferior al querer racional. Para Groucho Marx “lo malo del amor es que muchos lo confunden con la gastritis, y cuando se han curado de la indisposición se encuentran con que se han casado”.
¿Qué pasa cuando se ama a una persona (realidad espiritual) solamente con base en un conocimiento sensible? Ocurre que se le ama sólo en lo que tiene de útil y de placentero, puesto que son los únicos aspectos que captan los sentidos.
Una relación amorosa entre un varón y una mujer basada en un amor light puede tener unas aparentes expectativas, debido al inicial efecto de seducción, pero cuando el hechizo se esfuma, solo queda el desengaño y la frustración.
Lo propio del matrimonio no es el amor soñado o idealizado típico del noviazgo, sino un amor al mismo tiempo romántico, realista y de entrega. El humorista Tute lo expresó por medio de este diálogo:
-¿Cuál es su secreto para tener un matrimonio romántico y feliz?
-No tener tantas expectativas.
Muchas personas casadas confiesan que el éxito de su matrimonio se ha debido a la disposición para afrontar y superar en común los retos de la vida conyugal. Esto requiere, según Teresa de Calcuta “un amor hasta que duela”.
El amor conyugal es una promesa basada no simplemente en un sentimiento o pasión ocasional. Casarse cambia el amor: se pasa del amor como un hecho (que existe mientras dure) al amor comprometido; del amor gratuito (que se da como un regalo), a la deuda de amor (te quiero porque te lo debo). Amarse así no es ninguna esclavitud, sino la madurez del amor.
En el matrimonio no basta quererse; es necesario, además, querer quererse. Esto supone trasformar el enamoramiento inicial (amor sentimental) en un amor decisión-compromiso de seguir queriéndose. El compromiso conlleva un acto de entrega de todo lo que los casados son en el presente y de lo que serán en el futuro como varón y mujer. Con esa apuesta decidida las dificultades se relativizan; las malas tentaciones se vencen; los defectos del otro se minimizan y toleran.
En virtud de ese amor cada cónyuge tiene la tranquilidad de no estar sometido “a prueba” todos los días; de no tener que seguir “dando la talla” para evitar ser sustituido por alguien más joven. Quien ama necesita la seguridad de que la persona amada no le va a fallar, porque en ella cifra su felicidad. En cambio, el amor sin compromiso está supeditado en todo momento a lo que ocurra.
Todos los enamorados, de todas las épocas, se han hecho entre sí la misma pregunta: “¿me querrás siempre?” Y se han dado la misma respuesta: “sí, te querré siempre”. Ello muestra que el amor conyugal aspira a la estabilidad y permanencia.
La “culpa” de muchos fracasos en la vida conyugal no la tiene el “empedrado”, es decir, la institución matrimonial, sino la incoherencia de muchos casados con lo que el matrimonio es y exige como realidad natural. El éxito o el fracaso conyugal no se puede atribuir sólo a la buena o mala suerte o a que se acertó o no al elegir a otra persona.
La experiencia dice que en los frecuentes y sucesivos cambios de pareja se repite el fracaso, debido a que la causa no suele estar fuera, sino dentro de uno mismo: egoísmo, intolerancia, falta de respeto, actitud dominante y posesiva, etc. Pero pocas personas advierten el autoengaño; siguen creyendo que si un matrimonio no funciona hay que cambiarlo por otro. Pero lo que vale para un auto no vale para un matrimonio. Quizá lo descubran en unos versos de Pedro Salinas:
“Aunque estén contra nosotros/el aire y la soledad,/las pruebas y el no y el tiempo,/hay que querer sin dejarlo,/querer y seguir queriendo.”