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Libros y gestión (VII): Aprender a gobernar durante la travesía. “La autopista Lincoln”: una inspiradora road story de Amor Towles

14/08/2023

Publicado en

Expansión

Alfonso Sánchez-Tabenero |

Catedrático de Empresa Informativa. Facultad de Comunicación. Universidad de Navarra

Las personas, las familias y las instituciones están siempre en camino. Con frecuencia surgen amenazas y oportunidades, aparecen curvas imprevistas y sucesos inesperados. En el trayecto se forja la personalidad de quien dirige y guía a los demás. Mejoramos nuestra capacidad de liderazgo cuando reflexionamos sobre lo que sucede en nuestro entorno y cuando analizamos el impacto de nuestras decisiones. Pero también podemos obtener lecciones valiosas de algunas historias de ficción.

“La autopista Lincoln” puede leerse en esa clave porque muestra el arrojo y la determinación de quienes deciden enfrentarse a grandes desafíos. La novela de Amor Towles –traducida al castellano el año pasado- nos cuenta el viaje de tres jóvenes y un niño por la autopista que recorre Estados Unidos de Este a Oeste, desde Nueva York a San Francisco. En el comienzo de la aventura, Emmett Watson, el protagonista del relato, no puede tener más elementos en su contra: regresa a su granja familiar tras pasar un año en un correccional por un accidente fortuito; su padre, que acaba de fallecer, ha dilapidado el patrimonio; su madre les abandonó hace tiempo y él debe hacerse cargo de Billy, su hermano de ocho años; y cuando se suben al coche, dos amigos, antiguos compañeros del reformatorio, se unen a la expedición y no dejan de meterse en líos.

Los acontecimientos se ubican en los años cincuenta del siglo pasado. Poco a poco van desfilando diversos individuos con un comportamiento y unos planteamientos vitales que hipnotizan al lector: vagabundos que sobreviven entre las vías del tren, aristócratas del Upper East Side, artistas que añoran sus años de esplendor, un predicador embustero o las monjas que cuidan un orfanato. Las peripecias tienen lugar en entornos urbanos y en el mundo rural de la América profunda; pero el interés de la obra no radica tanto en lo que sucede como en los tipos humanos que Towles dibuja con indiscutible maestría.

En su viaje iniciático, los cuatro jóvenes reflejan su asombro ante cada descubrimiento, a la vez que desvelan sus sueños y sus angustias. El autor permite que cada uno de ellos tome la palabra en primera persona. Ese recurso narrativo sirve para que penetremos en cada perspectiva singular; también nos ayuda a reflexionar sobre cuestiones decisivas de la vida: cómo elegimos nuestras prioridades; de qué manera podemos evitar las decisiones precipitadas; cómo descubrimos de quién nos podemos fiar; qué mecanismos nos permiten distinguir el bien del mal; y por quién estamos dispuestos a jugarnos la vida.

Las conversaciones entre los dos hermanos que llevan el peso del relato nos sitúan en esa tensión permanente entre idealismo y realismo, entre atrevimiento y precaución. Billy, el pequeño, aún no ha descubierto que existen personas malvadas. El futuro siempre le parece prometedor: está convencido de que las nubes pronto desaparecerán del horizonte. Su ingenuidad hace que confíe de manera imprudente en cualquier desconocido; pero esa franqueza hace que los demás quieran protegerle.

El mayor, Emmett, es más realista porque la vida le ha jugado ya unas cuantas malas pasadas. Además, no ha recibido una educación esmerada y le cuesta expresar sus emociones. Pero es un tipo honrado y leal, que detecta los fallos propios y ajenos, y descubre cómo corregirlos. “Nunca pediré dinero prestado” afirma una y otra vez, con la obsesión de evitar las equivocaciones de su padre, que se endeudó en exceso para emprender proyectos imposibles.

Tras el éxito de sus dos primeras novelas -“Normas de cortesía” y “Un caballero en Moscú”- Towles vuelve a mostrar su habilidad para describir escenarios fascinantes, para engarzar tramas que aparecen y desaparecen, para indagar en el tránsito azaroso de la juventud a la edad adulta.

Como sucede con el gobierno de la propia existencia, dirigir organizaciones resulta particularmente complejo; el resultado nunca está garantizado, porque la concatenación de varios aciertos estratégicos no garantiza el éxito: a veces los colaboradores se sobrevaloran y esperan un reconocimiento que no les corresponde; a menudo los clientes toman decisiones erráticas o modifican sus hábitos de consumo por razones insospechadas; la tecnología y la evolución del marco legal cambian con rapidez las reglas del juego; y nunca estamos protegidos de catástrofes naturales, bélicas o sanitarias. Quienes están al frente de cualquier institución deben aunar el rigor analítico y la inteligencia contextual; es preciso que sepan hacerse cargo de la realidad, pero -a la vez- conviene que comprendan el impacto arrollador de los equipos humanos que actúan con coraje y tenacidad.

En las empresas, las cuestiones técnicas se resuelven con el estudio de las opciones disponibles y la elección de la mejor alternativa: así sucede, por ejemplo, cuando se analiza el coste del capital, la eficacia de los soportes publicitarios o las características de los sistemas productivos y de distribución. Las incertidumbres comienzan cuando intervienen las personas, que son únicas e irrepetibles. En ese momento de vacilación, las grandes obras literarias proporcionan una ayuda inestimable, porque no hay camino mejor para entender el corazón del hombre.

“La autopista Lincoln” es una historia conmovedora, basada en personajes llenos de matices. Las carencias de los protagonistas resultan evidentes, pero son superadas por el carácter intrépido y la fidelidad indiscutida de los cuatro amigos. A fin de cuentas, el liderazgo no tiene que ver con la ausencia de obstáculos y limitaciones, con senderos poco empinados y fáciles de recorrer, sino con la capacidad para sobreponerse a las dificultades de cada día.