Anna Katarzyna Dulska, Doctora en Historia e investigadora del Instituto Cultura y Sociedad de la Universidad de Navarra
Benjamín de Tudela, un testimonio de convivencia entre culturas
En un mundo cada vez más globalizado, las relaciones entre diversas culturas y religiones se intensifican. Tal diversidad es una de las mayores riquezas que tenemos, aunque al mismo tiempo supone un gran reto tanto para los Estados y sus políticas migratorias, como para todos nosotros que a diario nos encontramos con el Otro.
Además, ante los recientes casos de violencia con trasfondo religioso revive la pregunta por la fragilidad de la coexistencia de personas de diferentes creencias dentro de una misma sociedad. Sin embargo, los dilemas ante los cuales nos encontramos no son nada nuevos. Tenemos suerte de contar con un testimonio de un viajero navarro del siglo XII que además de describir tierras y culturas lejanas, nos muestra que una convivencia pacífica sí es posible, siempre y cuando esté basada en el consenso.
Benjamín, hijo de Jonás, nació en torno al año 1130 en Tudela. Obtuvo una sólida educación en la Torá y su interpretación (Halajá) y al parecer hablaba varios idiomas (hebreo, arameo, árabe, castellano, latín). Tanto su formación como carácter derivaron de una especial, aunque pragmática coexistencia o convivencia de las tres religiones monoteístas (cristianismo, judaísmo e islam) que por necesidad florecía por entonces en los reinos cristianos de la península Ibérica. Fueron probablemente sus amplios horizontes intelectuales y el afán por conocer el mundo y, sobre todo, la situación de sus hermanos en fe en tierras lejanas que impulsaron su largo viaje por Europa y Oriente Medio.
Entre 1161 y 1173 Benjamín recorrió por tierra y mar una considerable parte del mundo entonces conocido. Su itinerario le llevó por Zaragoza, Cataluña, la costa francesa, Italia, Grecia, Constantinopla, las islas del Egeo, Chipre, costa de Anatolia, los Estados cruzados (Principado de Antioquía, Condado de Trípoli y Reino de Jerusalén, que para él no eran ni más ni menos que la bíblica tierra de Israel), Siria, el califato de Bagdad, Persia, el Egipto fatimí, Sicilia y probablemente Alemania y Francia.
En todos los lugares que visitó anotó cosas que llamaban su atención, demostrando un amplio abanico de intereses: naturaleza, historia, pueblos y sus culturas y tradiciones, monumentos, política, economía y comercio. Si bien es cierto, que su relato carece de valores literarios propios de, por ejemplo, Marco Polo, la información que proporciona de forma muy sucinta pero clara y precisa era muy valiosa para sus coetáneos (para muchos de ellos la lectura de las memorias de Benjamín era la única forma de conocer el mundo más allá de su tierra natal), y lo sigue siendo para nosotros.
Ahora bien, habiendo observado en persona la vida cotidiana de otros judíos en Oriente Medio, el mayor valor de la obra de Benjamín consiste en dejar un testimonio sobre las relaciones entre ellos y las sociedades “de acogida”: bizantina, franca y musulmana durante unos tiempos muy revueltos, en plena época de las Cruzadas. Al margen de la importancia que las aportaciones de Benjamín han tenido para los historiadores a la hora de estudiar los diferentes aspectos del medievo, su relato nos habla de una cuestión de gran actualidad: la inserción de las minorías en la sociedad.
Las minorías de cualquier tipo, ya sean étnicas, nacionales o religiosas, constituyen un grupo social de menor o mayor medida diferenciado de la mayoría y como tal afrontan una desgarradora experiencia de ser foráneos entre foráneos. Ellos son foráneos para la sociedad de acogida, pero al mismo tiempo ésta es un ser foráneo para ellos. Las relaciones entre ambas se moldean en un largo y continuo proceso de recíprocas percepciones, aceptaciones y rechazos.
Según decía otro viajero, el polaco Ryszard Kapuscinski, hay tres formas de interrelacionarse con el Otro: mediante la guerra, los muros o el diálogo. La diáspora judía ejemplifica tal encuentro, pues a lo largo de la historia los judíos han tenido que buscar su lugar en diferentes sociedades al mismo tiempo que estas han tenido que aprender a convivir con ellos, con mejor o peor resultado. En su libro, el viajero tudelano describió el caso de la diáspora del Oriente Medio entre la primera y la segunda Cruzada. Aunque poco después las cosas iban a cambiar sustancialmente, Benjamín experimentó los tres tipos de encuentro: desde violencia basada en estereotipos, pasando por ciertas restricciones legales que dificultaban la vida cotidiana y hacían más hondas las diferencias hasta una serie de privilegios económicos y comerciales que fomentaban la prosperidad de las comunidades judías.
Según nos hace entender Benjamín, fue el diálogo – aunque mutuamente pragmático y algo distanciado – lo que prevalecía. En beneficio de todos.