Esteban López-Escobar, Departamento de Comunicación Pública , Universidad de Navarra
¿Recambio presidencial?
El pasado 6 de octubre dos diarios, uno nacional y otro regional, publicaron las entrevistas que me hicieron dos buenas periodistas que estuvieron, años atrás, sufriéndome como profesor. La redactora de El Mundo me entrevistó el día 3, y le dije: "Es muy difícil que pierda Obama, pero podría perder". Con la redactora de Diario de Navarra me reuní el día 4; y me preguntó cuál era mi pronóstico. Respondí: "Antes decía que Obama puede perder, y ahora lo digo con más fundamento, porque con el último debate Romney al fin ha conseguido llegar a una parte del electorado, lo que hasta ahora no le había resultado fácil".
El 13 de octubre de 2008, de acuerdo con el promedio de encuestas de Real Clear Politics, Obama aventajaba en 7,2 puntos a McCain. Personalmente, había dejado de prestar una atención especial a la elección, porque ya estaba definido el resultado. Pero no ocurre lo mismo en 2012. Hoy, a la hora en que reescribo este texto, el promedio de encuestas de RCP le da a Romney una ventaja de 1 punto. Ni siquiera aquellos que siguen la marcha de los acontecimientos a través de los grandes medios estadounidenses, envueltos en un manifiesto love affair con Obama, pueden ignorar un cambio de tendencia que puede desalojar al senador por Illinois de su apartamento de la Casa Blanca, y convertirlo en presidente por una sola legislatura, algo que les sucedió a Jimmy Carter y a algunos más.
Hace ocho años, en las páginas de este mismo diario, me pregunté si el republicano George W. Bush podría perder las elecciones frente a su rival demócrata el senador John Kerry. Escribí que era muy difícil, y que a Kerry le quedaba la posibilidad de ‘arrollar' a su rival en los debates, algo posible, pero difícil, porque Bush -aunque mal orador- no era un idiota, y Kerry podía ser percibido como un haughty member de la élite de Massachusetts.
Algunos medios de comunicación nos indujeron a creer que Kerry sería el nuevo presidente. Así pensaban algunos en los Estados Unidos, pues el día de la elección mi antiguo asistente en el Joan Shorenstein Center de la Escuela Kennedy, que trabajó en la campaña de los demócratas en Florida, me envió una fotografía de Kerry asegurando que me enviaba la foto del nuevo presidente estadounidense y de su vicepresidente, el senador Edwards, para quien hoy pintan bastos. Le contesté, cautamente, que habría que cazar al oso antes de vender su piel. Respondió al día siguiente, cuando el resultado era firme: "Tenías razón. Estoy agotado".
Obama es, en cierto modo, una fascinación, una figura de atractivo singular, un actor eficiente que discursea con una cadencia hipnótica, un stoyteller extraordinario, pero no ha satisfecho las expectativas de los ciudadanos estadounidenses. Era un mal menor frente a un Romney descrito con las tintas más agrias; y, ahora, después del primer debate ha empezado a pensarse que quizás sea Romney el mal menor, que no es Bush quien regresa a la presidencia, que Romney puede llegar a gobernar como gobernó Massachusetts, con alguna eficacia, ahora que la fe ("podemos") y la esperanza ("hope") están tan desinfladas, y el cambio ("change") prometido por Obama le ha enajenado una parte considerable de sus principales caladeros: los jóvenes estadounidenses y las mujeres.
El debate vicepresidencial, entre Biden y el candidato Ryan, no ha aclarado las cosas, al menos todavía, aunque en tres de cuatro encuestas publicadas (la de la Associated Press, la de la CNBC y la de la CNN) se da por ganador a Ryan, un underdog supuestamente arrollado por un displicente Biden. Aun nos queda por ver qué pasa con dos cosas: los dos debates presidenciales que aún hay que mantener, y el dinero con que cuentan ambos bandos para espolear al ciudadano a través de los anuncios en televisión (hasta hace unos días el 47% del presupuesto en ambos casos) y de las redes sociales. Y aún cabe la posibilidad de un imponderable, un golpe de efecto lo suficientemente resonante como para cambiar el curso de las cosas; pero el proceso electoral se ha convertido en una contrarreloj.
A Barack Obama le entregaron el Premio Nobel de la Paz como un cheque en blanco por su presunta, o imaginaria, contribución a un mundo más estable y reconciliado. Hoy se ve que aquella fue una decisión apresurada. La decisión en las urnas de los Estados Unidos se tomará ahora a la vista de cuatro años de experiencia. Y, al hacer balance, no se puede excluir con algún fundamento, la derrota de Obama: nos guste o no nos guste.