Juan Luis Lorda Iñarra, Teología Dogmática, Universidad de Navarra
La beatificación de Juan Pablo II
La beatificación de Juan Pablo II es una enorme alegría para toda la Iglesia. Una confirmación de algo que ya se sabía y se había visto en directo: la extraordinaria figura cristiana de Juan Pablo II. Hombre de fe, de optimismo y buen humor, de ilusión, con mucha sensibilidad intelectual y artística; con espíritu de diálogo; y con una idea clara de la situación de la Iglesia y de las claves para ir adelante. Verdaderamente, un regalo de Dios.
Es muy difícil resumir la figura de Juan Pablo II, porque es de enorme intensidad. Hizo muchas cosas, casi siempre en paralelo, y durante muchos años. Pero sin perder nunca los rasgos de hombre de oración. No se dejaba llevar por la urgencia de las gestiones ni por la prisa por cumplir los apretados horarios de sus audiencias o sus viajes.
Comenzó un universal, y agotador, programa de viajes, para tener un contacto directo con las comunidades cristianas repartidas por el mundo. Contribuyeron maravillosamente a renovar la unidad de la Iglesia. Es menos conocido que, en paralelo, seguía un programa para visitar todas las diócesis de Italia y todas las parroquias de Roma. Y casi lo consiguió.
Con el mismo propósito, de unir y renovar a la Iglesia, convocó muchos sínodos regionales. Y creó las Jornadas Mundiales de la Juventud, que han sido un gran motivo de esperanza y de evangelización en estos años. La próxima se celebrará en Madrid en agosto de 2011. Impulsó muchas celebraciones para renovar la memoria cristiana. En particular le ilusionaba entrar en el tercer milenio. Lo preparó comoo una gran celebración de la Iglesia durante años y también con aquella memorable jornada de "purificación de la memoria", pidiendo perdón por los errores. Era un empeño muy personal. Quiso también guardar memoria de los muchos mártires cristianos del siglo XX.
Desde que era un joven sacerdote, tenía muy presente la urgencia de presentar bien la doctrina cristiana sobre la sexualidad y el matrimonio. Para que los cristianos pudieran conocer y vivir mejor su fe en una cultura ambiental hedonista, que ha roto su relación natural con el matrimonio y con la transmisión de la vida. Se puede decir que su pensamiento ha influido mucho en cómo se explican hoy estos temas en la Iglesia. Quizá es su principal aportación como teólogo y profesor de moral, que fue en su juventud.
Además generó un conjunto de documentos muy importantes sobre casi todos los puntos clave de la doctrina cristiana. Destacan el Catecismo de la Iglesia Católica, verdadero hito histórico, porque sólo ha habido otro Catecismo Universal (el de San Pío V). Y muchos decían que era imposible hacer hoy un Catecismo para toda la Iglesia. Pero con su tesón característico, llegó hasta el final. También promulgó el Código de Derecho Canónico. Y renovó la doctrina social de la Iglesia, sobre los derechos humanos, los fundamentos de la moral cristiana, la relación entre fe y filosofía y muchos otros temas doctrinales. Dejó un cuerpo doctrinal muy importante. Impulsó decididamente el ecumenismo y el diálogo con otras religiones. Acudió a todos los grandes foros internacionales. Se entrevistó con una multitud de líderes. Y multiplicó las relaciones de la santa Sede con muchas naciones.
Por último, no se puede olvidar el papel que jugó en la caída del mundo comunista. Su elección fue vivida con enorme esperanza por los obreros polacos que querían la liberación. Juan Pablo II apoyó decididamente el proceso con declaraciones públicas y gestiones privadas, que se van conociendo poco a poco. Gozó de la amistad y respeto de los grandes protagonistas como Reagan y Gorvachov. Y no hay que olvidar que muchos analistas pensaban que aquellos regímenes, por más corruptos e ineficaces que fueran, podían prolongarse cien años más. Fue un milagro que los países del Este, uno tras otro, evolucionaran de manera pacífica. Aunque después hubiera que lamentar el fracaso de los Balcanes, tema en el que Juan Pablo II se empeñó también personalmente. Lo mismo que para conseguir la paz entre Chile y Argentina. O para evitar la guerra con Iraq, donde no se le hizo caso. Y hubiera valido la pena.
Pero la beatificación supone, sobre todo, confirmar su talante interior, lo que sospechábamos. Que era un gran cristiano, un hombre de oración y de amor de Dios y al prójimo, que es en lo que se resume la vida cristiana. Porque lo que se juzga en el proceso es si ha vivido con heroicidad, de manera extraordinaria las virtudes cristianas. La fe, la caridad, la justicia, la humildad... Juan Pablo II se convierte así en un ejemplo que imitar y en un intercesor al que pedir antes Dios.