Josep-Ignasi Saranyana, Profesor emérito de Teología
Sobre la blasfemia
Camille Bordenet se preguntaba en Le Monde, hace un año, "si se puede invocar en Francia el delito de blasfemia", que no existe en el derecho común francés, pero sí en Alsacia. Después de los recientes atentados de París, François Hollande ha tomado posición en el asunto, recordando que la libertad de expresión es un derecho irrenunciable, mientras que la blasfemia ni siquiera está contemplada por la ley.
La Vanguardia se ha implicado en tan delicada cuestión a raíz de la agresión padecida por Charlie Hebdo. Marcel Mauri, en efecto, después de constatar que los profesionales de la información se decantan masivamente por privilegiar una libertad ilimitada "en el humor religioso", reconoce que una mayoría ciudadana se muestra contraria a ello. Y aun subrayando que la libertad de expresión es innegociable, aconseja prudencia, porque "la religión es materia también sensible aquí" (aquí y en todas partes, podría añadirse). Y así el título de su artículo resulta muy expresivo: "Los medios no son Charlie Hebdo", como estableciendo diferencias entre uno y los demás…
Asimismo el diario Ara se ha hecho eco de la polémica, otorgando la palabra a Daniel Gamper, Marta Tafalla, Lluís Duch y Marc Marginedas. Este debate a cuatro descubre que para unos la religión es una mera ideología, mientras que para otros es una creencia. La conceptualización es decisiva, a la hora de delimitar el problema.
Cuando se habla de creencias, es prudente oír a los teólogos. En su monumental Historia del pensamiento cristiano, Josep Gil ha descrito dos características de nuestro tiempo postmoderno, básicas y opuestas: la laicidad y su falsificación que es el laicismo. Con la laicidad estaríamos todos de acuerdo; con el laicismo, sin embargo, no habría consenso, porque es beligerante y no respeta la libertad religiosa.
Es obvio que la blasfemia es un concepto religioso (un ultraje a la religión); mientras que, en el ámbito secular o civil (el de los derechos de las personas), más bien se habla de "ofensa a los sentimientos religiosos". Ahora bien, nunca el derecho ilimitado de expresión debería provocar tal ofensa. La conclusión de Le Monde: "La República protege al ciudadano, pero no su creencia", no es suficiente, porque el ciudadano tiene sentimientos religiosos anclados precisamente en sus creencias.