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Ricardo Fernández Gracia, Director de la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro

Patrimonio e identidad (9). La imagen municipal (I). Arquitectura, heráldica y patronatos

vie, 15 feb 2019 10:53:00 +0000 Publicado en Diario de Navarra

Diversos testimonios materiales ligados a la imagen identitaria de pueblos y ciudades, han llegado hasta nosotros y son susceptibles de un atento análisis. Naturalmente, conforme el poder municipal fue creciendo, su visibilización también lo hizo y buena muestra son las casas consistoriales. Desde el punto de vista de la arquitectura, además de los ayuntamientos, destacaron los balcones de toros, las plazas, algunas obras de urbanización, carnicerías, cárceles, fuentes, regadíos, puentes y, más tarde, algunos monumentos conmemorativos. Todo ello constituía la expresión de un poder a través de la arquitectura y las artes. Gran parte de aquellos edificios lucieron espléndidos escudos, muchos de los cuales aún se conservan, algunos reubicados en las nuevas fábricas.

Otras construcciones que no eran de propiedad municipal, en las que corporaciones ejercían el derecho de patronato, también ostentaban el emblema heráldico de la población, velando las autoridades por el estricto cumplimiento de aquel derecho en parroquias, capillas  y otras fundaciones.

Por último, en la imagen pública municipal, destacó siempre su puesta en escena, en corporación, en los grandes momentos festivos, destacando sus trajes, veneras, banderas, mazas ceremoniales, músicas, danzas y comparsas de gigantes.

 

Las casas consistoriales y otros edificios

En relación con los edificios de los ayuntamientos, contamos con numerosos datos estudiados en el libro sobre los mismos en Navarra (1988) o la síntesis que hicimos con el prof. Echeverría Goñi (1991) y la más reciente de P. Andueza (2014).

Al siglo XVI pertenecen los edificios de Allo y Sangüesa. El primero está fechado en 1575 y cuenta con un delicado escudo en una caja a modo del ático de un retablo. El de Sangüesa consta de una logia realizada en 1570 con arcos rebajados y columnas toscanas para poner en comunicación la Plaza de Armas del antiguo castillo-palacio del Príncipe de Viana con la Calle Mayor. Es obra del cantero de Aibar Domingo de Aya. Su rico escudo fue labrado por Miguel de Casanova y policromado por Miguel de Arara. El cuerpo noble de ladrillo, de 1602, contó para su realización con maestros locales: Juan de Echenagusía y Juan de Biniés. En 1582 se fecha un bellísimo diseño o traza de Diego Berges para el ayuntamiento de Cascante, de clara disposición vignolesca, con alternancia de piedra y ladrillo y arcadas en sus pisos y la consabida galería propia del valle del Ebro en el ático.

Se conservan un buen número de casas consistoriales correspondientes a los siglos del Barroco, pese a las numerosas destrucciones y modificaciones. Su documentación habla de grandes obras de cantería, albañilería, carpintería, yesería y cerrajería, lo que pone de manifiesto la importancia que dieron los responsables de los ayuntamientos a la dignidad y magnificencia que debían tener aquellos edificios que representaban, incluso emblemáticamente, a la localidad.

Ejemplos tan importantes y significativos como los ayuntamientos de Viana, Lesaca, Baztán, Corella, Larraga, Estella, Corella, Vera y, por supuesto, Pamplona, constituyen una excelente muestra de aquel esplendor. Algunos se construyeron en nuevos espacios de la trama urbana. En ellos apreciamos las distintas tipologías, materiales, técnicas, influencias y artistas que hacen tan diversa a toda la arquitectura navarra del momento. Sus caracteres estilísticos son prácticamente los mismos que los de los palacios y grandes mansiones de las diferentes zonas de Navarra, desde los grandes bloques cerrados de ladrillo de la Ribera, hasta los magníficos ejemplares de piedra de los valles septentrionales. Un rasgo común suele ser la existencia de pórticos en la planta baja, destinados a reuniones, el comercio o el resguardo de las inclemencias del tiempo. Sus interiores suelen alojar zaguanes, escaleras de rango y salones de plenos. En ocasiones, en virtud de las necesidades se añadieron desde cárceles hasta vínculos o alhóndigas y espacios para la venta de diferentes productos, e incluso escuelas, posadas y tabernas.

Sus construcciones ofrecen un amplio abanico de posibilidades en los que se mezclan influencias, de La Rioja en Tierra Estella, de Aragón y del Valle del Ebro en general en la Ribera y de Guipúzcoa en Baztán y Cinco Villas. Los propios artistas que trabajan en las diferentes fábricas pertenecen a esas mismas regiones limítrofes.

Respecto a la presencia de imágenes alegóricas en su exterior se conservan contadísimos ejemplos. En la casa consistorial de la capital navarra, las esculturas de las alegorías del buen gobierno -prudencia y justicia- se asocian con la Fama del remate y los dos Hércules, que  aluden a la virtud que aniquila toda discordia. El ayuntamiento de Vera (1773-1776) luce asimismo pinturas posteriores de las cuatro virtudes cardinales -prudencia, justicia, fortaleza y templanza-, y en la Casa de la Ciudad de la Plaza Nueva de Tudela encontramos en hornacinas simuladas sendas pinturas alegóricas de las artes y la abundancia, realizadas en 1859 por los pintores José Basc y Patricio Andrés, posiblemente sobre modelos anteriores.

Otro tipo de decoración que algunas casas consistoriales ostentaron hasta tiempos recientes fueron los vítores que se colgaban también en las casas solariegas de quienes obtenían distinciones. En Tudela, conocemos documentalmente varios casos en que se decidió festejar aquellos acontecimientos corriendo un toro por las calles, encendiendo una hoguera, colgando vítores e iluminando los balcones de la Casa de la Ciudad con hachas. El ayuntamiento de Baztán, levantado a partir de 1696 por el cantero de Elizondo Juan de Arozarena, contó con numerosos vítores colgados en su fachada, en distintos momentos, coincidiendo con el ascenso o nombramiento para cargos importantes de varios hijos del Valle. A la vez que se ponían en la casa nativa -como aún se pueden contemplar en algunos casos- se colocaba otro en el ayuntamiento, acompañándose de festejo y regocijo popular. Una interesantísima fotografía de Laurent de fines del siglo XIX, comercializada con toda probabilidad tras la muerte del famoso fotógrafo, nos muestra la fachada totalmente ornamentada por los citados elementos. Las postales del edificio de la segunda década del siglo XX ya muestran su completa desaparición.

Si los exteriores de los ayuntamientos tuvieron su función de propaganda, los salones de plenos con retratos de los hijos ilustres, de los reyes e incluso de episodios históricos, no anduvieron a la zaga. Hay que tener en cuenta los cambios habidos con motivo de modas, cambios de régimen, reinados … etc., aunque siempre su decoración con motivos cívicos, religiosos y morales fue expresión de una situación concreta, por lo general adaptada a los contextos históricos. Las escaleras, como de recepción y de propaganda, se cuidaron mucho tanto en su tipología como en su decoración. A la cabeza de todas ellas hay que destacar la que proyectó para el ayuntamiento de Pamplona el maestro tudelano José Marzal y Gil, “maestro de mucho crédito e inteligencia”, en torno a 1756, siguiendo unos juegos de perspectiva tan sólo igualados en la escalera del palacio del marqués de Huarte de Tudela.

Entre los proyectos arquitectónicos que numerosas localidades llevaron adelante destacan los puentes  y sus continuas reformas, así como reformas urbanísticas de calado, especialmente la configuración de plazas. La Plaza Nueva de Tudela, levantada entre 1687 y 1691. Su construcción respondió, como en otros casos, a la necesidad de crear un espacio regular, capaz de congregar a las multitudes durante los numerosos actos y espectáculos de carácter civil y religioso. Como quiera que el ayuntamiento estaba en otro lugar, la institución mandó levantar una casa denominada de la ciudad, distinguida del resto de las edificaciones por su alzado, con rica balconada de hierro realizada en Elgoibar por Bartolomé Elorza para presenciar los toros y dos escudos de la ciudad, obra de Pedro Viñes y policromados por Francisco de Aguirre.

En relación con el uso de esa plaza y de la del Castillo de Pamplona para los toros, hay que mencionar los suntuosos edificios destinados a balcones de toros levantados para las corporaciones municipales en algunas localidades como Viana (Santiago Raón, 1685) y Los Arcos.

De otras obras acometidas desde los cabildos municipales, especialmente en el siglo XVIII, aprovechando el auge económico, hay que mencionar edificios relacionados con la beneficencia y la salud pública, como los hospitales, otros relacionados con los servicios públicos como pósitos, carnicerías, alhóndigas, pesos, puentes y portales como los de Los Arcos u Olite. Los conjuntos mejor conservados, precisamente por su solidez, son algunos puentes diseñados y construidos en piedra por importantes maestros de la tierra como Juan Antonio Jiménez, José Gil e Ibarra, Juan de Larrea o el cantero navarro avecindado en Zaragoza Félix Iriarte.

 

La heráldica municipal

Como recuerda Faustino Menéndez Pidal, los emblemas heráldicos de las villas nacieron de los sellos, cuyo proceso de formación fue muy especial en Navarra, ya que antes de existir el sello “de la población” existieron varios sellos de los grupos de vecinos que residían en ella (infanzones, judíos, labradores …), constatándose una gran resistencia a atribuir un sello al conjunto, siendo uno de los ejemplos más señeros el caso de Pamplona.

Los escudos municipales tradicionalmente consistían en la representación de los emblemas sigilares en el campo de un escudo, si bien en una fase intermedia, los emblemas de las buenas villas se representaron en campos circulares, como se puede ver en el refectorio de la catedral de Pamplona.

La recopilación de la heráldica municipal de Navarra fue realizada por J. L. Otazu entre 1975 y 1978; M. Ramos estudió las concesiones reales de escudos a diferentes poblaciones en 1991 y, últimamente, ha sido objeto de numerosos y documentados trabajos de análisis y síntesis por A. Esparza Leibar. Este último investigador recopila y estudia el origen de algunos de los mismos en diferentes momentos desde la Edad Media, desde las armas colectivas de los valles y su origen, hasta los de concesión real o los que tuvieron su origen en los enfrentamientos señoriales.

En cualquier caso, conviene señalar que los sellos y luego las improntas en seco o los cuños de validación de la documentación del municipio, tuvieron su versión tanto en obras de artes suntuarias (llaves, urnas de votación, planchas de estampación, cerrajas, bordados …etc), como de gran formato en las representaciones esculpidas en piedra o madera presentes en las fachadas de los consistorios y otros lugares como hospitales, parroquias o capillas en las que el municipio ostentaba el patronato. Se trata de auténticos signos visuales de identidad corporativa.

Al siglo XVI corresponden numerosas piedras armeras con heráldica municipal conservadas en Allo, Sangüesa, Tudela, Cascante, Sangüesa y Ujué, entre otros ejemplos. Los siglos XVII y XVIII han dejado abundantísimos ejemplos, muchos de ellos fechados o documentados, la mayor parte de los cuales aún destacan en las fachadas de sus ayuntamientos. En algunos casos, como en Elizondo, las armas del Valle de Baztán lucen en el salón de plenos en un rico ejemplar de madera policromada, que se enriquece con todos aquellos símbolos de eclesiásticos, comerciantes y militares que protagonizaron en gran parte el fenómeno que don Julio Caro Baroja bautizó como la Hora navarra del XVIII.

 

En ejercicio del derecho de patronato: algunos ejemplos

El derecho de patronato abarcaba unos privilegios que, desde el siglo XII, la Iglesia concedía a quienes construían un templo y lo entregaban al patrimonio de la Iglesia, o bien se comprometían a sostenerlo mediante bienes o rentas. Los patronos podían ser personas individuales (generalmente el rey o nobles) o instituciones, como los ayuntamientos o concejos. En los patronatos municipales o concejiles, a cambio de la obligación del patrono de atender a la conservación del templo o su ajuar cuando éste necesitaba reparaciones, la Iglesia concedía con frecuencia tres tipos de derechos. Los primeros, de tipo honorífico, como ser recibido en el templo con honores y ocupar un sitio especial (el banco de ayuntamiento), poner su escudo o emblema en la iglesia o capilla, etc. Los segundos se referían al derecho de presentación de candidatos a cargos eclesiásticos, cuyos nombramientos eran realizados por el obispo si los propuestos superaban el correspondiente examen. Los terceros otorgaban derecho a intervenir en el proceso de administración de las primicias, no de los diezmos, cuyo destino era pagar las obras del templo, mediante juntas de composición y funcionamiento diverso. El patrono intervenía en la administración de las primicias, pero no percibía nada de ellas, porque no era dueño de ellas y sólo se podían destinar al templo, cuyo propietario era la Iglesia.  

Aquellas ciudades y pueblos que ostentaron patronato sobre las iglesias parroquiales o capillas de sus patronos velaron para que sus emblemas heráldicos lo pusiesen de manifiesto en diversas partes del edificio. Por el tamaño y disposición, podemos destacar los que decoran la capilla de Santa Ana en la catedral de Tudela, cuyo patronato fue concedido a la ciudad en 1680 y fue erigida a partir de 1712 con la intención no disimulada de levantar la “capilla más ostentosa  que puede haber en toda la comarca”.

En algunos edificios en los que el municipio había actuado con gran empeño, fuese o no patrono del mismo, se colocó el escudo, como podemos ver, entre otros ejemplos, en la basílica de la Purísima Concepción de Cintruénigo, el convento de capuchinos de Los Arcos y algunas ermitas de esta última localidad, administradas desde la primicia, y estudiadas por V. Pastor Abaigar.

Entre los retablos mayores que lucen las armas de las localidades citaremos, entre otros, los ejemplos de las  parroquias de Isaba, Puente la Reina, Corella, Lesaca y Lumbier, así como los santuarios de el Romero de Cascante, Purísima de Cintruénigo, Yugo de Arguedas y Nuestra Señora de San Salvador de Urzainqui.