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Ricardo Fernández Gracia, Director de la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro

Patrimonio e identidad (33). Llaves con historia: atributo, metáfora y símbolo

vie, 15 may 2020 10:29:00 +0000 Publicado en Diario de Navarra

En una colaboración en este medio de 16 de marzo de 2018, al tratar de la importancia del gesto, el atributo y el símbolo en las representaciones artísticas, recordábamos a Valle Inclán, cuando escribía sobre la importancia de descubrir “el arcano de las cosas que parecen vulgares y son maravillosas”, así como la reflexión de A. Dumas de que “quien lee aprende mucho; pero quien observa aprende más”. Del mismo modo que el escuchar es superior al oír, algo parecido ocurre con ver y mirar. Para mirar basta con fijar la vista, para ver hay que observar, examinar y advertir cuanto aparece antes nuestros ojos, sin prisas, lo que nos llevará a entender su mensaje. Un viejo aforismo recuerda que “para ver hay que mirar y saber”. Al respecto, Lope de Vega, al tratar de un episodio bíblico, afirmaba: “En una imagen leo esta historia” y el padre Sigüenza, al referirse a un cuadro de El Bosco, aseveraba: “Yo confieso que leo mas en esta tabla…, que en otros libros en muchos días”. El reto de muchas imágenes consiste en realizar análisis y lecturas verosímiles a la luz de un contexto tan distinto al actual y con unos códigos tan alejados a los de nuestro tiempo.

Todo lo referente a la caracterización iconográfica de las imágenes, mediante atributos colectivos o personales, resulta de enorme interés. En esta ocasión y a través de las llaves, presentes en distintas piezas del patrimonio cultural navarro, nos acercaremos a su significado y lectura.

 

Con las alegorías de la potestad y la fidelidad 

La representación de la potestad o autoridad se presenta, según Cesare Ripa, humanista  codificador de las alegorías, como una matrona de edad madura (por poseer en sí autoridad propia) sentada en noble sitial (por ser posición propia de magistrados y príncipes, mostrando tranquilidad de ánimo y calma) y ricamente vestida (como muestra de majestad). Como atributo lleva el cetro (autoridad), numerosos libros, armas (para aseverar el dictamen ciceroniano: Cedant arma togae -Dejen paso las armas a la toga-) y una pareja de llaves. Estas últimas por su significado de autoridad y potestad, en recuerdo de las que Cristo entregó a san Pedro, recomendándose que esas llaves las levante hacia arriba, “para mostrar que toda potestad viene del cielo”, recordando la frase de san Pablo: Omnis potestas a Deo est.

Otra acepción de la llave en el lenguaje alegórico es la fidelidad y la confianza, queriendo dar a entender con ese atributo indicio del secreto que se debe guardar sobre las cosas que competen a la lealtad.

 

Atributo de san Pedro y el papado

Las representaciones de san Pedro se acompañan de las llaves como atributo más generalizado, por el conocido pasaje evangélico que le hará ser el claviger coeli. Uno de los ejemplos más antiguos es un mosaico del siglo V y desde entonces se convirtió en el objeto de su identificación, por antonomasia. A veces la llave es una, aunque lo más general es que sean dos, una de oro y otra de plata, llaves del cielo y de la tierra, que simbolizan el poder de atar y de desatar, de absolver y excomulgar. Ambas aparecen juntas porque la facultad de abrir y cerrar es una sólo.

Generalmente, son dos y cruzadas. Un sinnúmero de pinturas, relieves y esculturas de bulto redondo muestran esas llaves, de ordinario de gran tamaño para que no pasen desapercibidas, desde la Baja Edad Media, poseyendo algunas de ellas elegantísimos diseños, como las góticas de la catedral de Pamplona, Cascante o Ichaso.

La cátedra bien visible se incorporaría a la figura de san Pedro y con mayor fuerza en tiempos de la Contrarreforma, cuando el santo aparece sedente in catedra, coronado por la triple corona y mostrando las llaves con gesto de autoridad. Podemos recordar, al respecto, las esculturas renacentistas de Mutilva, Puente la Reina, Aibar, Gallipienzo, Igúzquiza y las barrocas de Viana, San Pedro de la Rúa de Estella o la catedral de Pamplona.

En la escena de la entrega de las llaves cobran auténtico protagonismo tanto por su tamaño (retablo de Aguinaga por Ramón Oscáriz, a. 1575), como por su ubicación en la escena, siempre en un lugar bien visible. Destacan los relieves de los retablos romanistas de Galdeano, Igúzquiza, Mendigorría y San Pedro de Lizarra de Estella. En este último caso (Juan Imberto II, 1581), los colores de ambas llaves eran bien evidentes hasta una desacertada intervención.

 

Las llaves de las ciudades 

La autoridad y potestad de las llaves se visibilizaba ampliamente en las tomas de posesión abaciales en los monasterios y en otras instituciones, en donde el hecho de la entrega de las mismas y abrir y cerrar puertas marcaban periodos de gobierno. En los monasterios de clausura aún se conservan las llaves de la puerta reglar, locutorios y otras estancias engarzadas en vistosas cadenas.

Como elemento de protocolo y ceremonial y signo de reafirmación de poder, las llaves de la ciudad, se entregaban a los monarcas cuando las visitaban, encargando ejemplares a plateros o cerrajeros y dorándolas en muchas ocasiones. Con precedentes medievales, cuando las ciudades estaban amuralladas y el libre acceso a las mismas requería de las llaves, durante el Antiguo Régimen, su entrega a los monarcas constituía el clímax en su recibimiento. Algo parecido se plasmó en pinturas célebres de rendiciones de plazas y ciudades como la de Juliers (Jusepe Leonardo, 1634-1635) aún con la visión medieval del vencido arrodillado y sobre todo en la Rendición de Breda, conocida como las Lanzas de Velázquez, en donde las llaves adquieren el protagonismo del lugar que ocupan en la pintura, en donde el vencedor no deja postrarse al vencido, proclamando a la clemencia como supremo valor militar.

La documentación navarra es pródiga en noticias sobre la entrega a los reyes de las llaves de las ciudades que visitaban. A modo de ejemplo, recodaremos algunos datos al respecto.  En 1592, con motivo de la visita a la capital navarra de Felipe II, el abad de Olloqui, en su relación, afirma: “El alcalde que era de la ciudad, don Antonio de Caparroso en una fuente muy linda dorada le llevó y presentó las llaves de la ciudad que iban doradas, besándolas por cortesía y de rodillas a Su Majestad. El Rey las recibió y las tornó a dejar”.

En la entrada de Felipe IV en Tudela en 1646, fue el alcalde de la ciudad el que se acercó a la carroza real y arrodillado le ofreció las llaves de la ciudad, que le traía el tesorero en una bandeja de plata dorada. En Pamplona en el mismo año, fue el regidor cabo de San Cernin el que le entregó al monarca las llaves de los seis portales. En 1719, para la visita que hizo Felipe V a Tudela, Juan Lucas Olleta doró las llaves de la ciudad para su entrega.

 

Arcas de las tres llaves

Instituciones civiles, eclesiásticas y gremiales, contaron en Europa con este tipo de arcas que contenían sus archivos y dinero. Necesitaban de la concurrencia de tres personas para poder abrirlas. En Pamplona, el mismísimo Privilegio de la Unión (1423), daba el plazo de diez días para que el nuevo ayuntamiento ordenase hacer un arca de roble con tres cerrajas y otras tantas llaves distintas que se entregarían a los cabos de los tres burgos anualmente. Para el conjunto de Navarra fue, en 1547, cuando las Cortes sancionaron las Ordenanzas para el gobierno de los pueblos, en las que se preveía la guarda de privilegios y otra documentación en el arca del concejo.

Muchos ayuntamientos conservan la citada arca con sus tres llaves, la mayor parte de los siglos XVII y XVIII. Peor suerte han corrido las llaves, obra de los cerrajeros locales, y verdaderas obras de artesanía como las conservadas en el Archivo Municipal de Pamplona. Algunos han conservado otras arquetas con varias llaves, como el de Tudela que guarda una arqueta con cinco llaves destinada a custodiar los teruelos de las insaculaciones para las elecciones de alcalde y regidores de la ciudad. Los gremios y cofradías, por las mismas razones de seguridad y discrecionalidad, contaron con las arcas de tres llaves para conservar su documentación, el dinero, e incluso la cera. 

 

La llave del monumento de Semana Santa

Hasta el siglo XIX, los alcaldes solían guardar y llevar sobre su pecho con cinta o cadena la llave del monumento de Jueves Santo, pese a la prohibición desde el siglo XVII de varios decretos de la Congregación de Ritos, aunque fuesen patronos o bienhechores. En el ordenamiento protocolario de Los Arcos se estipula para aquel día lo siguiente: “En este día van a la parroquia el Alcalde y Regidores del estado Noble a la misa y procesión y, concluida, deja dicho Alcalde el espadín y bastón que tomará el Alcaide estando detrás del asiento de dicho estado, para llevarlo a casa del dicho Alcalde, y este se pondrá de rodillas delante del preste quien le pondrá la llave del Tabernáculo en el cuello, con una cinta blanca que comprará anticipadamente dicho Alcalde y se la enviará al sacristán para ponérsela y llevará dicha llave en todo este día y noche sin espadín ni bastón. Los demás nobles de Ayuntamiento pueden llevar espadín, pues solo lo deja el Alcalde por la llave que lleva”.

Durante el siglo XIX, cuando los cambios de la sociedad liberal se fueron imponiendo, algunos ayuntamientos protestaron porque era el párroco o vicario el que lucía aquel emblema, de acuerdo con un decreto de la Congregación de Ritos de 1845, en el que se reafirmaba lo tantas veces legislado. Sirva de ejemplo la comunicación que hizo el párroco de Fitero al ayuntamiento en 1861 señalando que, en lo sucesivo, sería él quien llevaría colgada la llave. Lo que hasta entonces se vino consintiendo y permitiendo por costumbre, desde entonces se fue atajando con más o menos urgencia.

 

En la heráldica navarra

El Libro de Armería del Reino de Navarra incorpora el escudo de Enequo de Clavería, apellido que viene de clave o llave y designa al lugar donde se guardaban. Se describe como “de azul, una llave de plata en pal, lobo de plata brochante”. Entre los miembros de la familia destacó Simón de Clavería, el primer alcalde de Pamplona después del Privilegio de la Unión. Otros linajes que incorporaron las llaves en su escudo fue el de los Tabar de la villa de Lerín, con las dos llaves petrinas en plata y oro con la tiara pontificia junto a otros elementos. Don Carlos María de Tabar y García ganó su ejecutoria en 1777 y colocó el escudo de su casa de Lerín en su casa, en la calle de San Antón. 

También, la familia de los González de San Pedro de Cabredo, a la que perteneció el famoso escultor romanista Pedro González de San Pedro, utilizó como emblema heráldico unas llaves cruzadas. Así figura en su ejecutoria de nobleza, conservada en una colección particular de la citada localidad de Cabredo.

Los emblemas heráldicos de las parroquias dedicadas al príncipe de los apóstoles, como en Aibar, lucen las llaves junto a la tiara papal y son visibles en escudos en piedra y madera policromada, diversos sellos y diversas piezas de orfebrería.

 

Algunos ejemplos singulares: desde una clave gótica a un exvoto

Entre las llaves con historia destacan las del castillo de Santa Bárbara de Tudela, conservadas en su Ayuntamiento. La del castillo de Tudején, guardada durante siglos en el monasterio de Fitero, no corrió la misma suerte.

La de la fortaleza de Pomblin en Milán que luce colgada, a modo de exvoto, en la catedral de la capital de la Ribera. El gobernador de aquel castillo, Carlos de Eza, la trajo en 1545 como recuerdo de la defensa que había protagonizado de aquel lugar y la hizo colgar en el arco de su capilla de San Juan de la entonces colegiata de su Tudela natal.

En una de las claves del claustro gótico de la catedral de Pamplona, correspondiente al mensario, encontramos al mes de enero representado como Jano bifronte con las llaves del claviger, propias de aquel dios protector de las puertas de las ciudades. La misma iconografía se repite en el calendario de Ardanaz de Izagaondoa y en el del frontal de Arteta, custodiado en el Museo Nacional de Arte de Cataluña, aunque el interés de los mismos se acrecienta por presentar a Jano trifonte y sobre las murallas de una ciudad.

En algunos conventos de clausura femeninos solemos encontrar al llamado Niño Jesús portero, por la dependencia en la que se encuentra. Para que guarde la casa le suelen colgar del brazo o una de sus manos una llave o un manojo. 

La Inmaculada Concepción que preside la silla prioral del coro de Recoletas de Pamplona también ostenta la llave como símbolo del patronato que, a partir del siglo XVII y siguiendo una costumbre establecida por la Madre Ágreda, se difundió en España e Iberoamérica. La víspera de la fiesta de la Inmaculada se recitaba su texto con la renuncia expresa de la superiora en manos de la Virgen.

En los retratos de algunas superioras religiosas también encontramos las llaves, de ordinario colgando de una cadena de su cintura, como en el retrato colectivo de las carmelitas de San José de Pamplona junto a su priora Fausta Gregoria del Santísimo Sacramento (Garro y Xavier), realizado hacia 1670. Más excepcional es que porte las llaves en su mano, como ocurre en el retrato de Petronila de Aperregui (1710-1790), monja de la Compañía de María de Tudela y fundadora del colegio de la Isla de San Fernando, en donde además de aparecer con la mirada baja, sostiene un llavero con su dedo índice del que pende una llave, lo que las religiosas siempre leyeron en clave de humildad y desprendimiento de aquella religiosa que desde niña se tuvo que hacer cargo del gobierno de su casa con sus diecinueve hermanos.

Algunas fotografías de profesiones que llevaban implícitas la guarda de llaves, se conservan el Archivo Municipal de Pamplona, destacando la del sereno y la de una flamante ama de llaves con su señora. En ambos casos se trata de instantáneas de Julio Altadill.