Pablo Blanco, Profesor de Teología
Mujeres de Iglesia
Como era de esperar, y ya se había anunciado, el Sínodo General de la Iglesia anglicana ha dado luz verde a la ordenación de mujeres como obispas. En 2012 no se alcanzó la necesaria mayoría, sobre todo por algunos laicos; dos años después, «este sueño se ha hecho realidad». Un hecho que divide a la Iglesia de nuevo en dos mitades, en el tiempo y en el espacio. Lo ocurrido ahora, y lo vivido ahora. Y respecto al momento actual: por un lado, católicos, ortodoxos y lefebvrianos no admiten a las mujeres al sacerdocio; por otro, los protestantes -en sentido amplio- les permiten acceder desde hace décadas al presbiterado y el episcopado.
Se plantean dos preguntas: ¿por qué? ¿para qué La ordenación de mujeres -afirman- vendría a colmar el vacío dejado por la crisis de vocaciones al ministerio eclesial. ¿Por qué? Porque expresaría mejor la igualdad entre ambos sexos al interno de la Iglesia: «Ya no hay hombre ni mujer...» (Ga 3,28). De esta forma la promoción de la mujer dentro de la Iglesia ocuparía el lugar que le corresponde,concluyen. Además, no sólo ha habido consenso sino una mayoría aplastante... ¿Quién manda entonces en la Iglesia anglicana, a qué voluntad responde? A la de la mayoría, claro está. Ese mismo día el anterior arzobispo de Canterbury, George Carey, se declaraba a favor de la eutanasia, «en ciertos supuestos». El próximo debate está pues servido.
Este episodio plantea, sin embargo, la cuestión del lugar de la mujer en la Iglesia y, más en concreto, en la católica. El Papa Francisco ha recordado la condición femenina de la Iglesia: es la esposa de Cristo. Juan Pablo II escribió al final de la declaración la ordenación sacerdotal sobre la cuestión que nos ocupa, que la persona más importante después de Jesucristo en la Iglesia no es el Papa. Ni un cardenal ni un obispo. Ni siquiera un cura. Es una mujer: María. En la Iglesia hay «diversidad de carismas y ministerios» (1Co 12,4) y la mujer ocupa un lugar central y eminente. Por encima de los mismos apóstoles y sus sucesores, el Papa y los obispos. Jesús podía haber escogido mujeres -más fieles que los apóstoles- para ese ministerio. Pero les dejó algo más importante. Recuerdo la cara de asombro de una pastora luterana cuando se lo conté en Berlín.