Ricardo Fernández Gracia, Director de la Cátedra de Patrimonio y Arte navarro
Los trabajos y los días en el arte navarro (8). La imagen del escolar y el estudiante
Al igual que ocurre con la representación de diversas profesiones, la llegada del siglo XIX, supuso un interés por el costumbrismo y lo cotidiano. A ello hay que agregar el desarrollo de la fotografía, que desde la segunda mitad de la citada centuria, nos proporciona variadas representacines de los estudiantes en el aula, en grupo o en solitario. Con anterioridad, la imagen de los escolares hay que recrearla en escenas relacionadas con el aprendizaje, generalmente de tipo religioso.
En el claustro de la catedral de Pamplona
El gran ejemplo de época medieval nos lo proporciona uno de los capiteles de la panda norte del claustro gótico de la catedral pamplonesa, llevada a cabo entre c. 1280 y c. 1320, que contiene unas interesantes y delicadas escenas, en donde los escolares se instruyen en las artes liberales, según ha estudiado la profesora Fernández-Ladreda. La gramática se representa con un maestro con vara dictando lección a tres alumnos; la dialéctica con sendos docentes en disputa; la retórica con un maestro ante sendos discípulos; la aritmética con un profesor y un alumno que comparten mesa con unas cuentas circulares a modo de monedas; la geometría con una mujer sentada mostrando una tabla de dibujo -hoy perdida- junto a un alumno con compás y escuadra; la música con un discípulo junto a su vihuela que interpreta una melodía junto a una campana y, finalmente, la astronomía con dos personajes sedentes conversando, uno de ellos señalando el cielo.
En definitiva, una excelente plasmación del trivium y cuadrivium, cuyos contenidos se estudiaban en la antigüedad y en las primeras universidades europeas durante la Edad Media. El trivium alude a tres vías o caminos y agrupa las artes de la “elocuencia”: gramática, retórica y dialéctica, lo que hoy podríamos considerar las humanidades. El cuadrivium agrupa las cuatro vías o caminos y congrega las ciencias relacionadas con los números y el espacio: aritmética, geometría, astronomía y música.
El conjunto se denominaba como artes liberales porque la finalidad de su estudio era formar hombres con libertad. Esta última se obtenía mediante el conocimiento y desarrollo de las habilidades intelectuales o liberales, en oposición a las artes serviles que proporcionaban al hombre sólo la práctica para desempeñar oficios y trabajos manuales.
El ejemplo de Santa Ana enseñando a leer a la Virgen
Desde fines del siglo XVI y a lo largo del siglo XVII, contamos con la expansión de una iconografía que nos sitúa en el aprendizaje. Se trata del pasaje de Santa Ana enseñando a leer a la Virgen, que se desarrolla en interiores intimistas con la presencia de un libro en cuyo texto fija la vista la Virgen ayudada por Santa Ana, que le señala las líneas. Se trata de un tema tomado de los apócrifos, en donde se muestra la realidad histórica trasladable a la vida ordinaria de una madre que ha dejado las labores domésticas para enseñar a leer a su hija. Aunque la tradición señalaba que la niña María se educó en el templo, los artistas representan a la Virgen bastante mayor, haciendo hincapié en que Santa Ana la había educado en todas las virtudes, llegando a sublimar todas ellas. Pese a que tratadistas como Pacheco, suegro de Velázquez, condenaron este tema con energía por su falta de propiedad e historicidad, no se evitó que proliferara en distintos ambientes domésticos y conventuales y que fuese representado por maestros de la categoría de Alonso Cano, Murillo o Carreño de Miranda.
Al Renacimiento navarro pertenecen las escultura de Viana y Torres de Elorz y el relieve de Ilundáin. Tempranos ejemplos de una iconografía que alcanzaría su apogeo en el siglo siguiente. La escultura de Viana, de fines del siglo XVI, ha sido atribuida a Diego Jiménez I por J. C. Labeaga. La imagen de Torres de Elorz es monumental y el relieve de Ilundain destaca por su policromía, debida a Pedro Alzo.
Las pinturas barrocas con el tema en el siglo XVII de Corella, Compañía de María de Tudela, Benedictinas de Estella, Dominicos de Pamplona, Carmelitas Descalzas de Pamplona o de las Comendadoras de Puente la Reina siguen, por lo general, una composición rubeniana conocida por la estampa firmada por Cornielis Galle el joven. A veces aparece también San Joaquín.
En una ocasión, en un relieve popular del retablo de Orbara (1673), Santa Ana enseña a leer al mismísimo Niño Jesús en presencia de la Virgen. De un modo no tan explícito, Santa Ana con el libro con su hija y nieto aparece en la talla flamenca de la Magdalena de Tudela (c. 1530), una tabla tardorrenacentista de Cadreita de comienzos del siglo XVII. En la escultura seiscentista de Santa Ana triplex de la ermita de la Trinidad de Lumbier, están los tres personajes, si bien el libro lo sostiene la Virgen.
Unas niñas en aprendizaje en un lienzo barroco en Tudela
Una pintura conmemorativa de la fundación de la Compañía de María de su colegio tudelano de la Enseñanza representa la visión de Santa Juana de Lestonac para realizar la fundación de su instituto. En la composición encontramos en la parte inferior y terrenal, tres niñas junto a una novicia que vigila las tareas de las tres colegialas que se dedican a leer, escribir y coser. Se trata de una obra que por este contenido es excepcional. Estilísticamente la pintura se puede relacionar con Francisco Meneses Osorio (h. 1640-1721), el discípulo más directo de Murillo. La frescura de la escena y su rico colorido nos conduce a un cuadro sevillano del momento, en el que las niñas visten según los usos del momento y los objetos son tratados con protagonismo propio.
Como es sabido, el colegio tudelano fue fundado por religiosas del convento de Barcelona, en 1687, y tuvo como promotor a don Francisco Garcés del Garro, acaudalado padre de familia inquieto por la falta de centros educativos para la mujer. Con el tiempo, desde la casa de Tudela se expandió la Compañía de María en las siguientes fundaciones: Zaragoza (1744), México (1754), Santiago de Compostela (1759), San Fernando (1760), Vergara (1799), Valladolid (1880), Almería (1885), Logroño (1889), Talavera de la Reina (1899) y Pamplona (1966), dándose la circunstancia que La Enseñanza de la ciudad de México fue el primer centro educativo de carácter formal para la mujer en Hispanoamérica y, a su vez, centro de expansión por otros países.
La enseñanza de la música: los infantes de coro
Una pintura popular que adorna la caja del órgano de San Pedro de Puente la Reina, obra realizada en 1762, probablemente por Andrés Mata, muestra una escena de coro con sendos músicos mayores en la parte posterior delante de sus atriles y con sendos instrumentos de cuerda. En la zona principal y delante de una balaustrada aparecen los infantes cantando con el maestro de capilla y otros jóvenes ministriles. Pese a la tosquedad con la que está realizada, constituye el único ejemplo de una capilla de música pintada.
El conjunto de infantes de la capilla de música de la catedral de Pamplona, la institución musical más importante del antiguo Régimen en Navarra, quedó reflejada en algunos grabados de los que dimos cuenta en este mismo medio (Diario de Navarra, 5 de noviembre de 2006).
Como es sabido, los infantes de la catedral de Pamplona formaron hasta el siglo XIX un cuerpo colegiado, a semejanza de otras catedrales españolas. El número de cuatro que había en el siglo XVI fue aumentado a doce por el obispo Antonio Zapata, al tiempo que reorganizaba la capilla y le proporcionaba nuevas rentas. Leocadio Hernández Ascunce maestro de capilla de la catedral de Pamplona desde 1939 hasta su jubilación en 1953, fue infante de coro entre 1892 y 1900. Con el conocimiento de la institución intra muros, recuerda que los infantes vivían colegiados y en su capillita celebraban sus propias funciones y novenarios, para cuyo efecto componían a su modo y con sus conocimientos, gozos, canciones y motetes. De cómo vivían cotidianamente, estudiaban, se divertían y cantaban, de su formación musical, académica y moral en el siglo XVII se ha ocupado Goñi Gaztambide en un documentado estudio, en tanto que para el XVIII, nos aporta abundantes datos María Gembero, en su magnífico trabajo.
Algunos infantes tudelanos aparecen en un dibujo de la ceremonia de la Bajada del Ángel, realizado por Juan Antonio Fernández en 1787. El maestro de capilla de su colegiata -catedral desde 1783- tenía entre sus obligaciones dar “lección de música todos los días a los infantes y cuidará de su conducta para que sean hombres cristianos y útiles a la Iglesia”.
Un lienzo de Nicolás Esparza premiado en 1897
La exposición de Bellas Artes de 1897 premió al tudelano Nicolás Esparza con una mención honorífica por su cuadro titulado “En la escuela” o “Estudios superiores”. La distinción la compartió nada menos que con la pintura “Ciencia y caridad” de Pablo Picasso. Nicolás Esparza (1873-1928) se había trasladado a Madrid en 1888, tras formarse en su ciudad natal en la Escuela de Artes y Oficios, en la que obtuvo medallas y diplomas diversos. En la capital española y gracias a una pensión de la Diputación Foral de Navarra siguió sus estudios en la Real Academia de San Fernando hasta 1891 y posteriormente, tomó lecciones de Moreno Carbonero. Participó en varias ediciones de las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, obteniendo alguna distinción. En 1910 ganó por oposición la cátedra de dibujo de la Escuela de Bellas Artes de Sestao, localidad en la que falleció prematuramente, en 1928.
La pintura galardonada representa el interior de un aula con el fondo de la pizarra grande, otras más pequeñas, un mapa de España y Portugal y unos carretones con letras y sílabas. A la derecha la maestra, sentada, enseña el abecedario señalando las letras a los alumnos más pequeños con atuendos diferentes y dispuestos en círculo. Uno de ellos castigado, de rodillas, es objeto de la mirada de los demás. A la derecha unas chicas mayores que no son objeto de la maestra en ese momento, adoptan diferentes posturas sobre los bancos y mesas, una de ellas cose o borda y es observada por otra, mientras otra joven de cabello rubio parece dirigir la mirada a lo que ocurre con la maestra y los párvulos. Un rico colorido y estudio de luces, amén de la caracterización de los niños y la maestra avalan la pintura y hacen comprender el galardón de que fue objeto a fines del siglo XIX.
Fotografía de escolares e internados
Al igual que en la mayor parte de las escenas de vida cotidiana, la fotografía marcó un antes y un después en las representaciones de los escolares. Entre los puntos de mira de los fotógrafos ambulantes, las escuelas y colegios estuvieron a la cabeza. En algunos colegios, como los Capuchinos de Lecároz o Jesuitas de Tudela existieron laboratorios fotográficos y un interés por la nueva técnica y arte.
Grandes grupos de alumnos y alumnas en torno a su docente, generalmente en el exterior de un patio o plaza, se conservan en numerosas colecciones y en casas particulares. Sorprende el número de alumnos encomendados a maestros y maestras. La indumentaria de niños y niñas presenta, a veces, la miseria y la pobreza de las clases populares, en otras los encontramos con largos ropones, mandiles y guardapolvos. En colegios renombrados como el de Jesuitas y Compañía de María de Tudela o el de Capuchinos de Lecároz sus alumnos fueron el objetivo del fotógrafo en aulas, o en grupos haciendo deporte, practicando en la banda de música, en veladas artísticas … etc. En el caso de colegios religiosos se impondría muy pronto el uniforme, con el fin de evitar distinciones entre ellos por la variedad de ropas que expresaban la distinta capacidad económica de sus familias.
Leer, contar, coser, devanar, bordar, hacer bolillo seguían siendo los objetivos en la formación de las niñas a fines del siglo XIX en muchos colegios. De ello da buena cuenta una fotografía de 1898 del colegio de las Hermanas de Santa Ana de Fitero con todas las colegialas, las mayores en la zona superior con bastidores de distintos modelos y mundillos, mientras que en las filas inferiores aparecen devanando, leyendo, contando y en actitud de aprender el resto de las tareas formativas.
El aprendizaje tenía su complemento en las tareas y deberes que se realizaban en la casa, a veces con ayuda de los padres. Nicolás Esparza, antes mencionado, en su faceta de agudo retratista firma un lienzo en 1896 con el tema de una madre que ayuda a su hija en la lectura, tratado con gran naturalidad y con las características de una instantánea fotográfica.