13-10-2021
Publicado en
Diario de Navarra, Diario del AltoAragón
Gerardo Castillo |
Facultad de Educación y Psicología. Universidad de Navarra
En la sociedad actual está desapareciendo la espera. Se quiere todo aquí y ahora. Todo debe ser inmediato y, por tanto, sin esfuerzo. Nos estamos acostumbrando a lo fácil. La reforma del sistema educativo español del año 2000 pretendía afrontar ese problema, invocando la “cultura del esfuerzo”. Pero la de 2021 se centró en favorecer la promoción automática de todos los estudiantes, incluidos los que no se esfuerzan. En nombre de la “igualdad” se dispuso que los suspensos no debían frenar el paso de un curso al siguiente. Esa norma, más ideológica que pedagógica, causó estupor y decepción en los educadores. La función del profesor y su autoridad quedó devaluada.
Unas palabras de Eugenio D’Ors en 1906 siguen siendo de gran actualidad: “Tal vez es ya hora de rehabilitar el valor del esfuerzo, del dolor, de la disciplina de la voluntad, ligada, no a aquello que place, sino a aquello que desplace”.
En algunos ámbitos de la actual sociedad permisiva cada vez se valora menos el esfuerzo, por ejemplo, en el trabajo; en cambio, se admira a quien obtiene resultados ahorrándose el esfuerzo. El nuevo modelo es el “listo”, un personaje que vive de las trampas. Estamos ante un problema social y no solo escolar. Está mal visto que alguien se exceda voluntariamente en su trabajo, entre otras razones porque pone en evidencia a quienes se limitan a cumplir. Apenas se habla ya del trabajo vocacional, del amor a la obra bien hecha y del trabajo como servicio. En cambio, se admira a quienes han conseguido vivir sin trabajar, especulando o sentados sine die en un escaño del Congreso. El trabajo sería un castigo, no un deber que además nos realiza como personas. En otras épocas históricas a quien “no le da un palo al agua” se le consideraba vago.
Algunos padres de ahora acuden al colegio para quejarse de la excesiva exigencia de los profesores, sobre todo en las calificaciones escolares; actúan como abogados defensores de sus hijos. El resultado de la tolerancia sin límites es niños caprichosos, inseguros y sin voluntad, que no están capacitados para afrontar los problemas de su vida; les falta entrenamiento en afrontar dificultades por sí mismos y les sobra aversión al esfuerzo.
En una época como la actual en la que se habla tanto de buscar la excelencia, ese objetivo está fuera de contexto, porque el contexto de la excelencia es la exigencia y el esfuerzo, tal como lo expresaba el adagio latino “per aspera ad astra” (el camino hacia las estrellas es un camino arduo). Carlos Llano ha escrito que en la búsqueda de la excelencia cuentan los resultados, pero eso no es lo más importante. Lo verdaderamente importante es el esfuerzo propio del trabajo bien hecho para conseguir esos resultados.
El hombre se estira para alcanzar aquello que está encima de sí; se desarrolla para hacer suyo lo que le supera; se esfuerza por llegar a lo que le trasciende. Por eso justificar la aversión al esfuerzo es desconocer al hombre.
Un error actual es anteponer la espontaneidad al trabajo reflexivo y esforzado. Ese peligro lo mencionó en su día Eugenio D’Ors con estas palabras: “Para cuantos sometidos a la superstición de lo espontáneo, han querido llevar hasta su extremo lógico la metodología de lo razonable, de lo intuitivo, de lo fácil, de lo atrayente, del interés sin conocimiento previo, han tenido que confesar, si son sinceros, su fracaso”.
La educación del esfuerzo es un aspecto clave de la educación de la voluntad, que se forja en la superación de dificultades. Pero no basta adquirir fuerza de voluntad. Se necesita, además, una voluntad buena, relacionada con virtudes humanas como la paciencia, la fortaleza y la perseverancia.
Es muy aconsejable que padres y profesores presenten el esfuerzo como algo positivo. Por ejemplo, lo natural es esforzarse; lo que vale es lo que cuesta; la vida es problema y la lucha es la condición esencial del éxito; la mayor de las satisfacciones es el descanso merecido.