15/11/2021
Publicado en
Diario de Navarra
Pablo Blanco Sarto |
Profesor de la Facultad de Teología y del Master en Cristianismo y Cultura Contemporánea de la Universidad de Navarra
Dostoievsky, un maestro cristiano
Celebramos ahora que existe tensión entre el oriente y el occidente europeo el 200 aniversario del nacimiento del escritor ruso, quien puede seguir enseñándonos una lección de humanidad. «Las novelas de Dostoievski son pura filosofía», afirmó el filósofo existencialista italiano Luigi Pareyson, quien definía a Dostoievski como un maestro. Consideraba la obra de Dostoievski «como filosofía no les quita nada de su valor artístico». Sus personajes tienen la doble y, sin embargo, única función de ser figuras de arte e ideas filosóficas. Dostoievski es considerado uno de las cumbres de la filosofía contemporánea y un obligado punto de referencia en el debate especulativo actual: no es sólo un gran «psicólogo» ‒como sentenció Nietzsche‒, sino todo un «antropólogo».
Su pensamiento es –sin lugar a dudas– profundamente cristiano, y en este sentido tiene una importancia vital a la hora de recuperar el cristianismo: nadie puede ser cristiano hoy en día sin tener en cuenta a Dostoievski y Kierkegaard. Dios es el tema central del pensamiento del escritor ruso, pues no es solo un problema teórico sino sobre todo un problema vital. Este Dios de Dostoievski será un Dios misterioso: siendo amor, hace morir a su Hijo; un Dios que se revela y se esconde, que se humilla y se engrandece, que muere y resucita.
Tal vez ningún autor moderno ha sabido presentar como Dostoievski el problema de Dios, en el que la divinidad será «el punto de referencia obligado. Si el hombre acepta el problema de Dios, se eleva y ennoblece; si lo rechaza, se destruye. Los ateos e indiferentes pretenden afirmarse a sí mismos negando a Dios, para convertirse en superhombres o en «hombres-Dios». Sin embargo, dado que no se puede cambiar la medida del hombre, en realidad estos no hacen otra cosa que degradar a los demás y degradarse a sí mismos convirtiéndose en «subhombres» (valga aquí como ejemplo de esto último el caso del viejo Karamazov).
Para el novelista-filósofo ruso, la presencia de Dios en la vida de las personas no será una presencia consoladora ‒como en Pobres gentes (1846)‒ sino trágica, como en Crimen y castigo (1866), El idiota (1869) o Los hermanos Karamazov (1880). Dios espera al hombre en un rincón de la vida, dispuesto a sorprenderlo en el momento más inesperado. El Dios de Dostoievski es un padre más exigente que comprensivo. A partir de esta visión atormentada y atónita de Dios, Dostoievski –por medio de la realidad visible y cotidiana– nos habla del «hombre escondido» e interior, de aquel que es menos visible, de los dramas humanos y las secretas tragedias del hombre.
La clave de la existencia de cada persona es Dios, pero el drama de su vida será su propia libertad. Esta nos presenta sus dos caras, y de aquí nace la tragedia del hombre. Por un lado, la libertad es obediencia al ser; por otro, es rebelión contra Dios, lucha contra la eternidad. Es decir, nos encontramos el «la verdad os hará libres» (Jn 8, 33) de Cristo, del Dios-hombre contra el «seréis como dioses» (Gen 3, 4) del Anticristo, del hombre-Dios. En esta ambigüedad de la libertad se presenta todo el drama humano. Por eso escribió el maestro ruso: «El bien y el mal luchan constantemente y el campo de batalla es el corazón del hombre».
A estas y otras cuestiones relacionadas con los desafíos del mundo actual pretende dar respuesta el Máster en Cristianismo y Cultura Contemporánea.