16/01/2023
Publicado en
Ricardo Fernández Gracia |
Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro
El tema de la limosna está estrechamente relacionado, en las artes figurativas, con la representación de otros como la caridad de san Martín, cuando partió su capa con el pobre y otras escenas ligadas a los marginados y excluidos. Sobre estos últimos ya escribimos en este mismo periódico sendos artículos (10 y 24 de noviembre de 2017), a los que nos remitimos. En esta ocasión nos centraremos en la limosna pecuniaria y su representación en algunas obras del patrimonio navarro, en sintonía con el aforismo que recuerda: “Manos que no dais, ¿qué esperáis”.
Las monedas y sus receptáculos, representados físicamente, para glosar la limosna y la caridad, tuvieron sus mayores ecos en la época de la Contrarreforma, en donde los ideales de santidad se vincularon a las obras de misericordia y los modelos a imitar fueron los de aquellos que se despojaban de todo, también del dinero, para socorrer a pobres y necesitados.
Santo Tomás de Villanueva, en la pintura barroca y romántica
A la cabeza de estos últimos, en España, destacó la figura de santo Tomás de Villanueva (1486-1555), agustino y arzobispo de Valencia, austero y caritativo, especialmente con huérfanos, doncellas y enfermos, canonizado en 1658. Pese a ser muy limosnero, intentaba solucionar la pobreza, dando trabajo a los pobres, con lo que hacía fructificar sus limosnas. Al respecto, escribió: “La limosna no sólo es dar, sino sacar de la necesidad al que la padece y librarla de ella cuando fuere posible”.
Su iconografía, como santo obispo limosnero o “santo de la bolsa”, quedó fijada, como en otros muchos casos, en base a los procesos de subida a los altares, el estandarte o tapiz de la ceremonia de su canonización en la basílica de San Pedro y las estampas que se tiraron para conmemorar el acto. De los cinco estandartes que se colgaron en el Vaticano durante la solemne ceremonia, tres llegaron a España, concretamente a Valencia, Madrid y Zaragoza. El pasaje de su vida elegido como motivo de los mismos fue el de su caridad, una de las obras más queridas por la iglesia y tan ejemplarizante para los fieles, en unos momentos en que la justificación, no sólo por la fe sino también por las obras, había llevado a los altares a otros como san Carlos Borromeo en su labor con los apestados de Milán, o a San Juan de Dios, entregado al cuidado de los enfermos.
Francisco de Quevedo escribió un compendio biográfico sobre santo Tomás de Villanueva como resumen y memoria de una amplia historia que preparaba para la canonización, que tuvo gran difusión en el siglo XVII. En él leemos: “hiciéronle luego velos y estampas por orden de Su Santidad.... Pintáronle vestido de pontifical, con una bolsa en la mano, que es el báculo verdadero de pastor que apacienta las ovejas, y donde mejor se puede arrimar un prelado para no tropezar por la senda estrecha de su oficio. La limosna es el báculo del buen obispo, donde se arriman los pobres, con que se sustentan los necesitados …”. Pintores como Murillo, Carreño y Cerezo parece que conocieron aquellas estampas y otras con el mismo tema.
Las representaciones con el mismo contenido del siglo XVII son numerosísimas. En tierras navarras hay que mencionar las de las Comendadoras de Puente la Reina y las Agustinas Recoletas de Pamplona. Un lienzo de estas últimas está firmado por Francisco Camilo, a mediados del siglo XVII, destacando su pincelada suelta y el colorido, en el que predominan los tonos verdes, amarillos y rojos, que hablan de influencias flamencas.
Asimismo, hay que mencionar por su calidad la pintura de su retablo en la catedral de Tudela, obra de Vicente Berdusán, realizada hacia 1666 por encargo del canónigo don Agustín de Baquedano. Respecto a sus fuentes gráficas, hemos de señalar el grabado que acompaña a la biografía del padre Miguel Salón de 1651 realizado por Juan Felipe Jansen, así como una estampa de Mateo Gregorio Rossi, artista romano de la segunda mitad del siglo XVII. Ambas presentan al santo arzobispo repartiendo sus dineros, que entresaca de una bolsa y entrega a necesitados y tullidos.
Dejando aquel siglo, citaremos también el magnífico cuadro del pintor sevillano José María Romero, quien realizó en la última etapa de su vida un ciclo con destino a los Agustinos Recoletos de Marcilla, entre 1890 y 1891. De nuevo, lo encontramos con la bolsa, de la que saca unas monedas para entregarlas a un niño huérfano. Si comparamos esta composición con las anteriores, observamos que el número de pobres se ha mermado, al igual que todo su cortejo episcopal, en aras a la sencillez y claridad del mensaje.
San Lorenzo en el Hospital de Tudela
La figura de san Lorenzo la solemos encontrar ordinariamente con el instrumento de su martirio, la parrilla. También, cuando se le representa en escenas de su vida, se suele elegir la de su muerte. Sin embargo, a veces lo encontramos distribuyendo entre los menesterosos los tesoros y bienes de la Iglesia que le había confiado el papa san Sixto, como ocurre en el capitel románico del siglo XII del claustro de San Pedro de la Rúa de Estella. Más excepcionalmente, aparece repartiendo limosna con unas monedas que deposita en las manos de los pobres y harapientos. En el retablo mayor del Hospital de Santa María de Gracia de Tudela, hallamos este último modelo, en un contexto de exaltación de las obras de misericordia, tanto por el ambiente de la Contrarreforma, como de la propia institución a la que pertenece. El mencionado retablo fue contratado por Juan de Gurrea, en 1635, por la cantidad de 225 ducados, siguiendo las trazas de Jerónimo de Estaragán. De su dorado y pintura se encargaron Hernando de Mozos y José de Fuentes en los años siguientes. Más tarde, en 1686, Jacinto de Blancas realizó los “seis cuadritos nuevos” para el banco del citado retablo.
El lienzo de la viuda recibiendo limosna de José Mª Domenech (1864) en Marcilla
En el refectorio del convento de los Agustinos de Marcilla se conserva un gran lienzo, cuyo tema y ambientación resulta casi inquietante. Se trata de una obra de marcado carácter realista y con unas luces tan contrastadas que parece inspirarse en obras del tenebrismo seiscentista, si bien los personajes son totalmente decimonónicos.
Su autor, José María Domenech nació en Murcia en torno a 1820-25 y falleció en La Coruña en 1890. Se formó a la sombra de la Sociedad Económica de su ciudad natal, en la Real Academia de San Fernando y en el taller de Courture de París. Viajó a México y a su regreso se acomodó como profesor en los Escolapios de Getafe. Participó en varios concursos y las Exposiciones Nacionales de 1860 y 1864. En esta última lo hizo con lienzos como “Dos niños recibiendo limosna” o “Un pobre vergonzante”, temas que nos aproximan al que nos ocupa. Años más tarde, tras participar en otras muestras y escribir en distintos periódicos madrileños, aceptó dirigir un establecimiento de segunda enseñanza fundado en Santa María de Cee, en donde falleció en 1890.
En el lienzo de Marcilla encontramos una joven y elegante viuda enlutada y con el rostro velado con su hijo de corta edad, en el rellano de la escalera de una casa de vecindad, pidiendo limosna y recibiendo de una mano anónima unas monedas, como si la pintura nos quisiese hacer reflexionar sobre el texto de san Mateo que recuerda: “Cuando dieres limosna, que ignore tu mano izquierda lo que hace la derecha, para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo agradecerá”.
Imágenes limosneros y cajetas
Las reproducciones de célebres imágenes salían de algunos santuarios, en sus urnas y cajetas, para ir a la demanda. Tal era el número de postulantes que las autoridades civiles redujeron, en diversas ocasiones, el número de santuarios con autorización para pedir.
En las Capuchinas de Tudela, se conservaban varios Niños Jesús en sus urnas para tal función. Una estampación en papel que acompañaba, a modo de cédula, para repartir a los donantes, llevaba grabada la siguiente inscripción:
“Mis queridas mis esposas
desde Tudela me enbían
y en vuestra piedad confían.
¡O amas tiernas y piadosas!
Dicen todas congojosas
que han caído en fatal olvido
y como yo de ellas cuido
como amante enamorado
a tí que tanto te he dado
una limosna te pido”
Pese a que la mencionada estampa está encabezada por un pequeño Corazón de Jesús con todos sus elementos simbólicos y pese a haber sido el convento de Tudela abanderado en la nueva devoción deífica, el texto de la inscripción parece estar destinado a los benefactores de las Capuchinas de Tudela. Concretamente, las estampaciones de esa matriz se destinaban a repartirse por parte de los hermanos y donados de la casa en sus “veredas” a lo largo de Castilla, Vascongadas, Aragón y Valencia, a donde acudían a recoger frutos y limosnas para las religiosas, acompañados siempre por los famosos Niños Jesús en sus capillitas, cual limosneros en continuo viaje. No podemos dejar de evocar aquí el célebre lienzo de José María Rodríguez Acosta, titulado “Con el santo y la limosna” (1914), en donde el peticionario, con escapulario y callado, se acompaña de una hermosísima escultura del Niño Jesús.
En cuanto a los santuarios, se han conservado varias cajetas, por ejemplo, las de las Vírgenes del Remedio y del Milagro de Luquin, Codés, Legarra de Lizasoáin, o san Miguel de Izaga, san Tirso de Esparza de Salazar, san Gregorio Ostiense y santa Felicia de Labiano. La proyección devocional de la mayor parte de esos santuarios superaba con creces el ámbito regional. Sirva de ejemplo el de Luquin, en donde sabemos que sus limosneros se desplazaban hasta la Berrueza, Valdega, la Solana, Echauri, Yerri, Orba y Araquil y pueblos como Lerín, Peralta, Artajona, Andosilla, Sesma, Cárcar, Lodosa, Falces, Milagro, Valtierra, Mañeru y Salvatierra. Siempre lo hacían, como en otros casos, acompañados de la limosnera con las imágenes grabadas o en pequeñas reducciones escultóricas de sus imágenes.
En la pintura del siglo XX encontramos como protagonistas a algunos sacristanes y limosneros con sus cajetas. Entre los más destacados citaremos al célebre “Cristero”, obra de Miguel Pérez Torres (c. 1918-1919), que guarda el ayuntamiento de la capital de la Ribera. Este pintor tudelano, a lo largo de los años veinte, se alejó de la influencia de los grandes artistas españoles del siglo XVII y comenzó a expresarse con mayor espontaneidad, en escenas costumbristas y populares.
De gran profundización psicológica es el retrato, actualmente en paradero desconocido, que realizó Cristóbal González Quesada, restaurador del Museo del Prado, al sacristán de Fitero, Cristóbal Aznar Latorre “El Poba”, con la cajeta de las ánimas, en 1947. El mismo personaje había sido objeto de una perspicaz caricatura por parte de Fernando Palacios en 1922.