Alejandro Navas, Profesor de Sociología, Universidad de Navarra
Rubalcaba y el Vaticano
Había mucha expectación ante el reciente congreso del PSOE en Sevilla, proporcionada a la gravedad de la crisis que atraviesa el Partido -y que el congreso no ha cerrado-. La pelea entre Rubalcaba y Chacón adquirió carácter agónico, y se entiende que todo valiera con tal de sumar apoyos. En el fragor del combate y de la intriga es fácil que a uno se le caliente la boca y diga cosas de las que luego tal vez se arrepentirá. No obstante, suscita perplejidad el órdago de Rubalcaba en su discurso a los delegados: revisar el concordato con la Santa Sede. ¿Están ahí los males del PSOE o de la sociedad española? ¿Es buena estrategia avivar el anticlericalismo demagógico? ¿Será esta la nueva página del socialismo español que Rubalcaba invitaba a escribir a los delegados?
"Calma, no exageremos. Las religiones deben seguir siendo el aguijón normativo en la carne de la sociedad. La separación de Iglesia y Estado no significa más democracia". Estos son el título y la entradilla del artículo de Andrea Nahles, secretaria general del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), en el periódico Frankfurter Allgemeine Zeitung el pasado 7 de febrero.
Después de recordar que el comité ejecutivo del SPD rechazó por unanimidad hace unos meses la creación de un grupo de trabajo laicista, llamado a promover la completa separación de Iglesia y Estado, Nahles continúa:
"Desde el programa de Bad Godesberg (1959), en el SPD caben todos: humanistas, ateos y gente sin religión tanto como judíos, cristianos o musulmanes. Para los socialdemócratas, libertad es siempre la libertad de los que piensan de otro modo… ¿Es verdad que menos Iglesia equivale a más libertad y que el laicismo es la respuesta adecuada al creciente pluralismo ético y religioso en nuestro país y en Europa? La estricta separación entre Iglesia y Estado no es condición suficiente ni necesaria para la democracia."
Nahles cita al sociólogo de la religión José Casanova para mostrar cómo hay democracias asentadas en países con iglesias nacionales -Escandinavia, Reino Unido- y cómo políticas enemigas de la religión se dan la mano con regímenes despóticos -Unión Soviética y satélites-. El problema de Europa no son las religiones, sino la suposición de que tan solo sociedades seculares pueden ser verdaderamente democráticas.
Nahles invoca los principios básicos de la socialdemocracia: libertad, justicia y solidaridad. La afinidad entre estos valores y el cristianismo resulta patente. A pesar de esta sintonía básica, la Iglesia no siempre se alineó con la democracia, por lo que ha resultado decisivo el cambio operado en la práctica después del Concilio Vaticano II: la Iglesia retira su apoyo a los regímenes autoritarios, privándoles así en ocasiones de una de las bazas decisivas para su legitimación, y pasa a favorecer decididamente los intentos democratizadores. El politólogo Samuel Huntington ha echado cuentas y estima que tres cuartas partes de los países que introdujeron la democracia en los últimos años del siglo XX son de población católica. Además de la relevancia de este cambio de política, hay que destacar igualmente la influencia de algunas personalidades eclesiásticas, como Juan Pablo II o el cardenal Jaime Sin. En Filipinas, y no ha sido el único caso, el conflicto entre autoritarismo y democracia se personificó en buena medida en el enfrentamiento entre el cardenal y el dictador.
Es hora de superar antagonismos trasnochados y de afrontar con determinación los retos de la crisis presente, en el PSOE y en la sociedad española. Urge que el partido socialista recomponga su identidad (debate de ideas y de programa) y renueve sus cuadros directivos (personas). Solo así podrá ejercer una auténtica oposición frente al PP, garantía de buen funcionamiento democrático. Un PSOE regenerado de verdad y sin complejos se convertirá, además, en el interlocutor apropiado para pactar con el PP soluciones, con sentido de Estado, a algunos de los graves problemas que nos aquejan.