Alejandro Navas , Profesor de Sociología, Universidad de Navarra
Bombas atómicas en manos criminales
El periódico Le Parisien destapó el escándalo a mediados de febrero: durante las primeras pruebas de armas atómicas, llevadas a cabo en Argelia entre 1960 y 1966, el Gobierno francés sometió de modo premeditado a sus propios soldados a los efectos de la radiación. Como se dice en un informe secreto del Ministerio de Defensa, al que ha tenido acceso el citado diario, "se trataba de reconquistar una posición que había sido alcanzada por una bomba atómica… Se trataba de investigar los efectos físicos y psicológicos que las armas atómicas causan en los seres humanos".
El 25 de abril de 1961 tuvo lugar el experimento ‘Gerboise verte' (gerboise: así se denomina a una especie de ratón del desierto. Resulta curioso que el nombre empleado para la operación fuera el mismo de los animales utilizados habitualmente en los experimentos biomédicos), en el que tomaron parte 300 soldados. 35 minutos después de la explosión atómica, un grupo de soldados se acercó a pie y sin protección a 400 metros del centro de la explosión. Como las máscaras de gas hubieran disminuido su movilidad, llevaban simplemente mascarillas contra el polvo. Una hora más tarde les siguieron otros militares en vehículos, que se detuvieron a 275 metros del punto cero. Muchos de los soldados se vieron afectados de inmediato por el cáncer y otras patologías a consecuencia de la radiación. Tanto hijos como nietos de esas primeras víctimas sufren todavía hoy diversas enfermedades.
Durante cincuenta años el Ministerio de Defensa francés negó que las pruebas atómicas hubieran causado daños humanos. Los supervivientes de Argelia han constituido una asociación de veteranos, AVEN, y han conseguido que el Gobierno francés haya accedido recientemente a indemnizar a las víctimas. El Gobierno no se ha mostrado especialmente generoso, pues aparte del retraso, únicamente admitirá como beneficiarios de la indemnización a una parte de los afectados.
El actual ministro de Defensa no ha podido resistir la presión pública y ha salido a la palestra para justificar la actuación del Gobierno y responder a las críticas de Le Parisien. En una entrevista a Le Monde declaraba que no conocía ese informe secreto y que estaba seguro de que esos soldados fueron expuestos a una radiación muy débil, no peligrosa. Y, por supuesto, elogiaba en los términos más encendidos la potencia atómica francesa, elemento clave de la soberanía nacional.
La conducta del Ejecutivo francés nos parece criminal y cínica, entonces y también ahora, cuando se niega a reconocer su culpa e indemnizar a las víctimas. Una vez más, vemos en acción a un Estado prepotente, que se escuda en falsos motivos de seguridad nacional para evitar la transparencia y eludir el debate. No importa mentir, e incluso se hace con arrogancia, en la mejor tradición absolutista: los individuos, incluso los propios ciudadanos, apenas cuentan frente al Estado todopoderoso.
El gobierno francés no ha sido el único fascinado por el poder nuclear y la posibilidad de experimentarlo con personas de carne y hueso, pues los ensayos en parajes desérticos enseguida resultan insuficientes, tanto para los militares y políticos como para los científicos: la "lógica" de la bomba exige que se emplee con blancos humanos. Cuando cayó el régimen comunista y se abrieron los archivos en Moscú, se supo que el gobierno soviético había hecho algo similar, aunque a mucha mayor escala, a comienzos de los años cincuenta: se explotó una bomba atómica en el aire, sobre un cuerpo de ejército de 40.000 soldados que realizaban unas maniobras en el Norte de Siberia. El objetivo era el mismo: comprobar los efectos de la radiación atómica, y las consecuencias fueron igualmente devastadoras. En Francia se puede presionar al Gobierno a través de la opinión pública para que -a regañadientes- acabe dando cuenta de algunos de sus actos. En Rusia, cuya condición democrática tanto deja que desear, hay que aguantarse, y las familias de las víctimas se quedaron solas con su rabia y su dolor.
Por encima de las diferentes ideologías políticas, el Estado moderno adquiere fácilmente un carácter totalitario si se le deja crecer sin control ni contrapesos. La Realpolitik parecería (¿?) justificar entonces cualquier desmán, incluso cometido contra la propia población. Una ciudadanía atenta y unos medios de comunicación vigilantes y valerosos pueden contribuir a frenar esa alarmante deriva gubernamental En un país como Francia, donde la mayoría de los medios de comunicación están sometidos al poder político y empresarial, los reporteros de Le Parisien nos están mostrando cómo una prensa libre y concienzuda puede ayudar a combatir las lacras que también acechan a un régimen democrático.