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Irán: ¿mucho ruido y pocas nueces?

16/04/2024

Publicado en

ABC

Javier Gil Guerrero |

Investigador del Instituto Cultura y Sociedad

A falta de estrategia, una coreografía espectacular. La imagen de misiles rasgando los cielos nocturnos de Jerusalén constituye una fotografía poderosa. No obstante, los símbolos no pueden ser sustitutos de una estrategia. El ataque del pasado sábado fue un ejercicio de propaganda. Espectacular, sí; pero los altos cargos de las Fuerzas Armadas iraníes siguen siendo eliminados, mientras que los activos militares y económicos de Israel permanecen intactos.

Hay un término, ‘zugzwang’, que se usa en ajedrez cuando uno de los jugadores debe responder al movimiento de pieza del contrario y se encuentra en una posición en la que preferiría no hacerlo. Cualquier maniobra en el tablero supone empeorar su situación. Y, sin embargo, debe hacerlo. Esta era la situación de la República Islámica tras el reciente bombardeo de su consulado en Damasco por parte de Israel, bombardeo con el que el Estado hebreo decapitó la estructura de la Guardia Revolucionaria responsable de la planificación militar iraní en Siria y el Levante. El dilema sobre cómo dar respuesta al ataque retrasó la represalia de Teherán más de diez días. El líder supremo, Alí Jamenei, sabía que la acción de Israel no podía quedar sin respuesta. No hacer nada supondría mostrar debilidad y alentar ataques más agresivos por parte de Israel y otros enemigos de la República Islámica en la región. No obstante, una respuesta que no estuviese lo suficientemente calibrada podía suponer abrir la puerta a un contraataque israelí y al inicio de una escalada que escapase al control de Teherán. Al régimen de los ayatolás no le interesa una guerra abierta con Israel, especialmente en un momento en el que Estados Unidos ha desplegado sus tropas en la región.

En 2013, Israel, ante el despliegue de la Guardia Revolucionaria iraní en la guerra civil siria, comenzó una discreta campaña de bombardeos. Esta campaña se recrudeció en 2018 y posteriormente ha dado un salto cualitativo a raíz de la masacre perpetrada por Hamás el pasado 7 de octubre. Desde sus inicios, Irán no ha sabido dar respuesta a esta dinámica de bombardeos ‘in crescendo’. Tras años de pasividad, Teherán ha perdido la iniciativa. A falta de una estrategia para recuperar la disuasión, la República Islámica se ha escudado en un vago ejercicio de propaganda en el que subraya su «paciencia estratégica» ante las provocaciones israelíes. Mediante esta campaña Israel ha logrado una victoria decisiva: desenmascarar a Irán como un actor racional.

Uno de los pilares de la estrategia disuasoria de la República Islámica desde sus inicios ha sido la de transmitir la idea de que son un régimen fundamentalista, listo para el martirio. Teherán como un actor impredecible que, si se siente amenazado, está dispuesto a ir hasta las últimas consecuencias y llevar el Armagedón a Oriente Medio. Se trata de una versión religiosa de la ‘teoría del loco’ aplicada por Nixon durante la guerra de Vietnam. Sin embargo, tras años de bombardeos israelíes, Irán ha mostrado ser un actor nada volátil. Al contrario, un actor muy predecible y cauto cuando se siente verdaderamente intimidado. Esto ha animado a Israel a aumentar y extender sus ataques contra un Irán cada vez más a la defensiva. Pero la destrucción del consulado en Damasco ha sido la gota que ha colmado el vaso. El asesinato del general Mohammad Reza Zahedi en el consulado de Damasco ha sido un salto cualitativo y el golpe más duro que ha recibido Irán tras los asesinatos en 2020 del arquitecto de la hegemonía regional iraní, Qasem Soleimani, y del cerebro del programa nuclear, Mohsen Fakhrizadeh. Irán tenía que hacer algo para recuperar la iniciativa.

La mayoría de sus 170 drones, 120 misiles balísticos y 30 misiles de crucero fueron interceptados antes incluso de que llegaran al espacio aéreo israelí. Al parecer, unos pocos misiles lograron impactar en la base aérea de Nevatim, que acoge los cazas F-35 de la fuerza aérea. No obstante, los daños fueron mínimos. La compleja malla de defensa aérea resultó, por tanto, prácticamente impenetrable. Es cierto que Israel sólo pudo lograrlo gracias a la cooperación con las Fuerzas Armadas de Reino Unido, Estados Unidos y varios países árabes. Pero este hecho no supone una mella para Israel (como muchos en Irán han querido apuntar), sino que muestra la fortaleza de las alianzas del Estado hebreo con países clave de la región y del mundo, mientras se constata la soledad de Irán. Frente a esta realidad, Teherán ha querido consolarse llamando la atención sobre el hecho de que su ataque supuso un desembolso de menos de cien millones de dólares frente a los más de mil millones de Israel. Que en Teherán estén hablando del dinero gastado por unos y otros da una idea del éxito de la operación.

Todo esto produce una sensación de ‘déjà vu’. Conviene recordar lo ocurrido tras la eliminación de Soleimani en Bagdad, ordenada por Trump. Tras días de un ensordecedor redoble de tambores de guerra y de una retórica hiperbólica, rozando la histeria, como viene siendo habitual desde hace décadas, Irán se limitó a ofrecer una respuesta simbólica. Al parecer, Irán habría desvelado a la Casa Blanca el lugar y momento del ataque. Resulta paradójico: la acción con la que Irán buscaba restablecer una imagen de fuerza quedaba menoscabada por el miedo a causar un daño real a las tropas estadounidenses. No es la mejor forma de restablecer la disuasión. Más bien constituyó un ejercicio de respuesta simbólica para salvar la cara. Una coreografía muy cuidada que Irán repitió el pasado fin de semana en su ataque a Israel. El pánico de Teherán a una escalada descontrolada llevó a ciertos gestos embarazosos, como el de anunciar que se daban por satisfechos antes de conocer incluso los resultados de su propio ataque. Esto es, a Irán le daba igual que un solo misil llegase a tocar el suelo de Israel; lo único que pretendía era un gesto con el que aparentar una venganza por el asesinato de Zahedi y dar carpetazo al asunto más pronto que tarde: difícilmente una estrategia creíble para dar la vuelta a la ecuación de su conflicto con Israel.

A falta de estrategia, una coreografía espectacular. Ciertamente, la imagen de misiles rasgando los cielos nocturnos de Jerusalén y el refulgir de las intercepciones sobre la Cúpula de la Roca (lugar fetiche de la propaganda bélica iraní) constituyen una fotografía poderosa. No obstante, los símbolos no pueden ser sustitutos de una estrategia, ni tampoco llegan a compensar la falta de resultados sobre el terreno. El ataque del pasado sábado fue un ejercicio de propaganda. Espectacular, sí; pero los altos cargos de las Fuerzas Armadas iraníes siguen siendo eliminados, mientras que los activos militares y económicos de Israel permanecen intactos. El silbido de los misiles y el zumbido de los drones no pueden ocultar que, a día de hoy, Irán sigue sin estar más cerca de dar la vuelta al tablero en su guerra soterrada con Israel.

Tras el movimiento de la República Islámica la cuestión ahora es la réplica israelí. Netanyahu tiene una oportunidad (que se irá cerrando según pasen los días) de responder al ataque causando un daño real en la infraestructura militar y nuclear iraní. Si esto no se produce, será por la presión de la Casa Blanca. De hecho, la generosa protección a Israel ofrecida por Washington el pasado fin de semana ha de ser entendida bajo este prisma. Si Biden evitaba que los misiles y los drones iraníes causasen un daño significativo en Israel, lograría desarmar los motivos de Netanyahu para un contraataque en Irán. Desde el punto de vista de Estados Unidos, un Israel indemne tras el ataque es un Israel con menos argumentos a la hora de proseguir su ofensiva contra Teherán. La duda ahora es si Netanyahu cederá ante Biden o dará respuesta a la ‘respuesta’ de Irán.