Gerardo Castillo Ceballos, Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra
Sobrevaloración y trivialización de la empatía
La palabra empatía se deriva del término griego empátheia. Se denomina también inteligencia interpersonal (término acuñado por Howard Gardner). Es la habilidad cognitiva y afectiva de una persona para comprender el universo emocional de otra. Los expertos en coaching suelen explicarla con una metáfora de Carl Rogers: “Es ponerse en los zapatos del otro”. Yo no puedo comprender y consolar a una persona que ha perdido a un miembro de su familia tomando como referencia lo que yo suelo sentir en ese tipo de situaciones; necesito captar lo que ella siente y cómo lo siente.
Para Rogers, la empatía es “un intento de captar y entender el mundo interior de una persona con todos los matices de sentimientos y significados que son reales para ella; no para ti, sino para ella”.
Esa capacidad de inteligencia emocional nos permite comprender a las personas incluso cuando discrepamos de ellas. No se pretende juzgar al otro ni buscar su aprobación. Se escucha para comprender, no para responder.
El proceso de empatizar consta de tres fases: 1.Observar la conducta no verbal (que refleja los sentimientos y las emociones de las personas). 2. Realizar una escucha activa. 3. Comprender y mostrar que hemos comprendido.
La empatía hoy está sobrevalorada. Las empresas buscan trabajadores con capacidad empática; a los líderes se les pide ser empáticos; los profesores deben fomentar la empatía con sus alumnos y también entre ellos; la fidelidad en las uniones conyugales se atribuye a la empatía. Una persona que no es empática está mal vista.
La empatía es una palabra de moda, incluso en el ámbito político. Cuando se trata de una actitud sincera, fortalece el liderazgo de los gobernantes; en cambio, cuando es aparente y al servicio de objetivos políticos partidistas desprestigia el concepto y a quien lo practica. Ante una tragedia nacional, el líder empático acude personalmente y el primero al lugar del accidente, para acompañar a los familiares en su dolor y coordinar las acciones de socorro; en cambio el gobernante no empático se limitará a enviar un telegrama de pésame.
Cuando un partido político obtiene un mal resultado electoral no suele achacarlo a la poca calidad de sus propuestas, sino a que no ha sabido comunicarlas; la solución no es rectificar su ideología o su programa, sino simplemente “empatizar más con la gente”.
Empatizar tiene el riesgo de volverse cada vez más emocional y menos racional. Para prevenirnos de ese mal, Paul Bloom escribió su libro “Contra la empatía: en defensa de la compasión racional”. Cito una afirmación tomada del prólogo: “La empatía tiene sus méritos, pero es una guía moral mediocre. Nos puede llevar a tomar decisiones irracionales e injustas”. En otro lugar sostiene que el uso de la empatía emocional, ya sea en la política o en los medios de comunicación, conduce a actitudes discriminatorias, sesgadas y cortas de miras.
En épocas pasadas cuando alguien era comprensivo y compasivo, procuraba no alardear de ello. A los empáticos conversos de ahora, en cambio, les gusta mucho repetir que tienen esas cualidades.
Rogers nos advierte del riesgo de confundir el papel del “empatizador” con el del “empatizado”: “Cuando uno está esforzándose por captar el mundo interior completo de otra persona, eso te absorbe por completo. Y la única manera de hacerlo es si estás lo suficientemente seguro de que podrás regresar a tu propio yo y a tus propios valores; no quedarte perdido en el mundo del otro”.
Posteriormente, Jeremy Rifkin ha propuesto incluir la razón en el proceso empático. La razón no sólo es abstracción; incluye también reflexión, introspección y contemplación. La razón nunca está separada de la experiencia, siendo un medio para entenderla y manejarla.
El momento empático exige cierto desapego. Tenemos que estar abiertos a sentir el sufrimiento del otro como si fuera nuestro, pero sin que ese sufrimiento nos absorba y anule la capacidad del yo para ser un ente único y separado.
Es muy importante reaccionar contra la trivialización de la empatía, dadas sus posibilidades: es un recurso fundamental para la resolución de conflictos; nos permite recoger más y mejor información; identifica las emociones del otro y comprender puntos de vista diferentes al nuestro; ayuda a disminuir los estados emocionales desagradables, como el enfado y la tristeza y a reforzar los estados emocionales agradables, como la alegría. La empatía también nos sirve para generar vínculos más sólidos con los demás y para mantener relaciones más profundas y duraderas.