Daniel Bartolomé Navas, Profesor de Protocolo ISSA de la Universidad de Navarra
La mascarilla: nuevo básico de la responsabilidad cívica
Mascarillas higiénicas, quirúrgicas, solidarias… Desde el pasado 21 de mayo la mascarilla ha pasado a formar parte de nuestra imagen de manera irremediablemente obligatoria por Orden del BOE. No se trata de un accesorio cuyo uso responda a nuevas tendencias de estilo -aunque lo está marcando-. Supone un necesario imperativo sanitario que debemos interiorizar para evitar con eficacia la transmisión del contagio. Pero no está siendo fácil.
Cabe decir que no se trata de un elemento agradable de llevar, ni resulta estético por muy atractivo que sea uno. Estamos acostumbrados a vestirnos para gustarnos y gustar, y la cara que, como dice el dicho, es el espejo del alma, queda velada por un trozo de tela. Y ya no hablemos de lo incómodo que resulta para los que la naturaleza nos fuerza a llevar gafas.
La mascarilla nos protege de patógenos externos. Sí, pero, como seres sociales que somos, anula nuestras expresiones faciales, emociones y actitudes en nuestra relación con los demás. Como todos sabemos, nuestra comunicación no es sólo verbal, sino también gestual y con la cara y la sonrisa acompañamos y reforzamos nuestros mensajes sonoros de entendimiento y complicidad (la cultura norteamericana es un ejemplo paradigmático en este sentido).
Para facilitar su disponibilidad y adquisición en el mercado, y paliar, de alguna manera, la crisis económica que la pandemia está generando, las marcas textiles han reajustado su producción para intentar que el protector que debemos llevar sea -además de una oportunidad de diversificación de ingresos-, por lo menos, lo más sugestivo, discreto o curioso posible y podamos, como otro complemento más, combinar con nuestro fondo de armario. De esta manera, la mascarilla, de una medida de prevención sanitaria, se ha convertido en un nuevo soporte de imagen para marcas comerciales y corporativas de todo ámbito y sector.
También en su variedad, como en el saludo, encontramos una tipología de uso. En general, mientras las mascarillas higiénicas más coloridas y portadoras de marca se concentran en un uso más juvenil y entornos desenfadados, las mascarillas conocidas como quirúrgicas -que tienen un aspecto neutral y son mayoritariamente de color azul claro- son las utilizadas por los representantes políticos e institucionales en sus comparecencias. Una opción seria y formal que evita el convertirse en portadores de una marca concreta ante la opinión pública y recuerda el sentido sanitario y la ejemplaridad de su uso. Y así pudimos observar, el pasado lunes 6 de julio, cómo las autoridades estatales asistentes al funeral religioso que organizó la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal en La Almudena por las víctimas de la pandemia, fuera de aspectos estéticos, mostraron el negro en su indumentaria, pero sin quitarse en ningún momento las mascarillas quirúrgicas como medida de prevención.
De la misma manera, como nuevo elemento irremisiblemente presente en los actos oficiales hasta nueva Orden, la mascarilla está siendo objeto de tratamiento protocolario. Su uso es obligatorio en los eventos que se celebran en espacios cerrados y donde no existe o se guarda la distancia de seguridad o en espacios abiertos si no se puede garantizar la separación entre personas. Sin embargo, la praxis de su utilización queda suspendida en momentos concretos de un evento respondiendo a principios prácticos (hablar desde un atril, para la firma de acuerdos…) o solemnes (escuchar el himno nacional).
Con relación a las fotos protocolarias, la práctica que se está usando -aconsejando que puedan realizarse en entornos exteriores cuando el tiempo y el espacio lo permita- consiste en colocar a los protagonistas separados por la distancia de seguridad y dejar que, durante el breve instante que se realiza la foto, se puedan quitar la mascarilla para no ser retratados con ella y volver a colocársela al final de la fotografía.
En esta inesperada situación que estamos viviendo, queda la esperanza que la obligatoriedad del uso de las mascarillas nos haga ser más conscientes de la importancia de la humanización de las relaciones sociales. Y mientras esperamos la efectividad de una vacuna que nos devuelva otra vez a la normalidad, aprendamos a leer la sonrisa porque, aunque quede sanitariamente oculta, el brillo de los ojos también habla. Y ésta es otra lección oriental.