Gerardo Castillo Ceballos, Profesor emérito de la Facultad de Educación y Psicología
El marrón de ser estudiante en la edad del pavo
“Me ha caído un marrón” es una frase muy coloquial a la que se atribuye múltiples procedencias. Un “marrón” es una tarea desagradable e ingrata que nadie quiere hacer. Por ejemplo, decirle a alguien que está despedido de su trabajo. Joaquín Sabina lo menciona en una de sus canciones:
”¿Por qué comerme un marrón/cuando la vida se luce/poniendo ante ti un caramelo?”
Muchos estudiantes siguen decepcionando a sus padres cuando entran en la fase del pavo. Ocurre que cosechan sus primeros suspensos, a lo que puede seguir una fuga del hogar por miedo a la reacción paterna.
La desmotivación, el descenso del rendimiento y el riesgo de abandono escolar de los adolescentes se han atribuido casi siempre a causas ajenas al cambio de edad, ignorando así que ese cambio suele conllevar una inevitable inadaptación personal que obstaculiza el aprendizaje.
Existen padres que confunden una nueva forma de ser (la de la adolescencia) con malos comportamientos, moralizando así la conducta de sus hijos. Por ejemplo, si el hijo tiene peores calificaciones que antes, en vez de decirle “últimamente estás estudiando menos”, le etiquetan con sólo tres palabras: ”eres un vago”.
Según el efecto Pigmalión, las expectativas de los padres sobre el rendimiento de sus hijos tienden a cumplirse, tanto si son buenas como si son malas. Sucede que los hijos se creen tanto que son y serán así que acaban por conseguirlo.
La crisis de la adolescencia afecta a todas las dimensiones de la vida, especialmente a la del estudio, por lo que cabe hablar de “la crisis del estudiante adolescente”.
La típica forma de ser del adolescente está en el polo opuesto del carácter del trabajo bien hecho. El adolescente es impaciente (lo quiere todo aquí y ahora); frágil: (se rompe ante las dificultades); perezoso, (aplaza las tareas y las deja inacabadas). En cambio el trabajo bien hecho exige planificación, esfuerzo, orden, método, paciencia y perseverancia.
Tras el descubrimiento del “yo”, al adolescente no le sirven ya los incentivos para estudiar que tenía en la infancia (ser el primero de la clase, figurar en el cuadro de honor, etc.). Esa motivación extrínseca no le satisface. En cambio suele reaccionar positivamente con la motivación intrínseca o automotivación, basada en la interiorización de un valor.
Conozco un estudiante que tras resistirse a aprender inglés en clase fue capaz de hacerlo por su cuenta de forma intensiva para comunicarse con una amiga que vivía en Londres. Valor preferido e interiorizado en este caso: la amistad.
Dos ejemplos más de automotivación:
El gozo de conocer la verdad, como respuesta a la necesidad natural de saber, que se manifiesta en la curiosidad inteligente;
La satisfacción de ser solidario, como respuesta a la necesidad interior de corresponder a lo recibido.
Las sucesivas dificultades de los hijos adolescentes en los estudios deben ser consideradas por los padres no como episodios de una tragedia, sino como retos educativos. Un ejemplo: el reto de saber adaptar la exigencia a las circunstancias y posibilidades de cada hijo, valorando más el esfuerzo realizado que los resultados en sí mismos.