Ramiro Pellitero, Profesor de Teología
Doctrina y pastoral, verdad y misericordia
Nuestra sociedad es hoy muy sensible a la autenticidad, particularmente como valor humano. Se aprecia a las personas que realmente viven de acuerdo con lo que piensan y se esfuerzan en reflexionar a partir de lo que viven. Sabemos también que no es tan fácil ser así de coherente, y quizá eso sea, para la mayoría, más una meta que una realidad.
Con motivo del próximo sínodo sobre la familia cabe redescubrir la relación entre doctrina y vida, o "pastoral". Se trata de una relación esencial y necesaria, pues no cabe separar estos dos aspectos del cristianismo, como no cabe poner a un lado la verdad y a otro lado la caridad y la misericordia.
Profundicemos en esta relación entre doctrina y vida cristiana, teniendo en cuenta que todo deriva de la Persona de Cristo, y que el Evangelio es tanto doctrina como vida, vida y doctrina, a la vez verdad y caridad.
1. Tanto la doctrina como la vida cristiana se centran en Cristo. Es ya célebre la expresión de Benedicto XVI en su primera encíclica: "No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva" (Deus caritas est, n. 1).
Todo lo cristiano –tanto la fe como los sacramentos y la caridad, tanto la doctrina como la vida cristiana– se centra, se vive y se entiende a partir de la Persona de Cristo, del encuentro con Él y de la vida con Él y en Él por el Espíritu Santo. Si en el nivel humano el ser es antes que el obrar, nuestra vida con Cristo es la condición para saber cómo actuar en nuestra vida de relación con Dios, con los demás y con las realidades que nos rodean. No cabe "llevar como una doble vida: la vida interior, la vida de relación con Dios, de una parte; y de otra, distinta y separada, la vida familiar, profesional y social, plena de pequeñas realidades terrenas" (San Josemaría Escrivá, Conversaciones, n. 114).
El obrar sigue al ser. La tradición filosófica cristiana antepone el logos al ethos, sitúa la metafísica y la antropología antes que la ética. El mensaje del Evangelio propone, de un lado, comprender y conocer en qué consiste vivir con Cristo, para poder actuar como Él y con Él. Y al mismo tiempo, propone vivir con Cristo para poder comprender y conocer cada día mejor a Dios y su amor por nosotros.
2. El vivir precede al pensar y el pensar determina el vivir. Por eso se explica que muchos cultivadores de la Teología práctica (Teología moral y espiritual, Teología pastoral) se esfuercen por señalar que sus disciplinas no deben elaborarse simplemente como meras "aplicaciones" del dogma cristiano. Cabe una mirada de fe, una mirada teológica, a la realidad de la vida cristiana, del matrimonio y de la familia cristiana, que, a la luz del dogma y la moral cristiana, sea capaz de ayudar de modo más concreto y eficaz en estos campos. A esto nos ha convocado Francisco y para esto ha querido el próximo sínodo sobre la familia en dos etapas, 2014 y 2015.
Por tanto no se trata de oponer la doctrina sobre el matrimonio a la pastoral matrimonial y familiar, sino de reflexionar desde la doctrina hacia la vida y al mismo tiempo desde la vida hacia la doctrina. Así podremos inferir las implicaciones pastorales o prácticas de la doctrina cristiana para nuestra época, a la vez que las situaciones concretas que están viviendo los matrimonios y las familias cristianas nos ayudarán a comprender cada vez mejor –como ha sucedido en la historia del cristianismo– la doctrina cristiana.
3. La cuestión que está aquí de fondo es la relación entre verdad y caridad. Como lúcidamente enseñó Benedicto XVI, entender esa relación supone recordar quiénes somos y cómo hemos sido salvados. La verdad plena es el amor de Dios manifestado en Cristo. Ni la verdad es mera doctrina ni la caridad es mero sentimiento. Verdad y caridad se exigen mutuamente (cf. encíclica Caritas in veritate, nn. 1-4).
"En Cristo –señalaba el cardenal Ratzinger poco antes de ser Papa– coinciden verdad y caridad. En la medida en que nos acercamos a Cristo, también en nuestra vida, verdad y caridad se funden. La caridad sin verdad sería ciega; la verdad sin caridad, sería como ‘un címbalo que retiñe' (1 Co 13, 1)" (Homilía en las exequias de Juan Pablo II, 8-IX-2005). Tal es, afirmaba, la fórmula fundamental de la existencia cristiana.
Entre la fe y la caridad hay un orden y una estrecha conexión: "La fe precede a la caridad, pero se revela genuina solo si culmina en ella" (Benedicto XVI, Mensaje para la cuaresma de 2013). La doctrina cristiana solo puede ser plenamente comprendida si es vivida: "La fe conoce por estar vinculada al amor, en cuanto el mismo amor trae una luz. (…) La comprensión de la fe es la que nace cuando recibimos el gran amor de Dios que nos transforma interiormente y nos da ojos nuevos para ver la realidad" (Encíclica Lumen fidei, n. 26). Y esto es así porque el amor –y su concreción en la misericordia– es, para el cristiano, la principal fuente de conocimiento.
Por eso lo primero que la Iglesia hace es enseñar, con el ejemplo de los santos, la práctica del amor y de la misericordia con los necesitados, y de ahí, como una consecuencia, surge el mensaje de la sabiduría cristiana (cf. Francisco, Audiencia general 10-IX-2014); pues "la esencia del ser cristiano no es el saber sino el amor" (Juan Pablo II, Homilía en la beatificación de Edith Stein, 1-V-1987). En efecto, la verdad que libera plenamente es solo la unión con el amor de Cristo.
Si queremos comprender mejor la doctrina cristiana sobre el matrimonio y la familia hemos de esforzarnos en vivirla a fondo, con caridad y misericordia. Y si queremos hacer esto último, hemos de conocer bien la sustancia de la doctrina.
4. Todo ello lleva a valorar la necesaria distinción entre el depósito da la fe y sus expresiones variables (cf. Juan XXIII, alocución Gaudet Mater Ecclesia, en la inauguración del Concilio Vaticano II, 11-X-1962), distinción fundamental para comprender la íntima relación entre la doctrina y la pastoral. El sentido de la pastoral –es decir, la atención a los bautizados por parte de sus pastores en el contexto de la misión de la Iglesia para el mundo– es ayudar a vivir la doctrina cristiana en este determinado tiempo y lugar, de manera que el amor a Dios y al prójimo pueda convertirnos en personas mejores, abrazando la perenne novedad del Evangelio.
En consecuencia, de nada positivo serviría una pastoral que, con la excusa de apelar a la vida, a la caridad o a la misericordia, pretendiera cambiar la sustancia de la doctrina cristiana. Tampoco serviría, con la intención de mantener la fidelidad a la doctrina, descuidar las concretas circunstancias y requerimientos de la vida, y la misericordia como expresión principal de la caridad (cf. Santo Tomás, S.Th II-II, q.30, a. 4 y Francisco, Exhortación apostólica Evangelii gaudium, n. 37).
La relación entre doctrina y vida, entre verdad y misericordia, entre lo esencial de la fe y lo variable de sus expresiones o implicaciones pastorales, no siempre resulta fácil. Para aclararla tenemos al Magisterio de la Iglesia como guía garantizada por la asistencia del Espíritu Santo. Al mismo tiempo, mediante la oración, el estudio y el diálogo todos los cristianos podemos y debemos contribuir a la misión de la Iglesia, concretamente ahora, en lo que se refiere al papel de los matrimonios y familias cristianas en el contexto de la nueva evangelización.