Elkin Oswaldo Luis, Profesor de la Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra
Lo que experimenta es tristeza, no síndrome posvacacional
Vuelta al trabajo, vuelta al cole, vuelta a la rutina. Una temática que eclipsa septiembre y que viene acompañada por multitud de información sobre los síntomas y claves para superar el no tan bienvenido síndrome posvacacional. ¿Pero, realmente nos afecta o hacemos que nos afecte?
Con la proliferación de los medios de comunicación, de la forma masiva y rápida en la que se accede a la información y los escenarios de socialización que se incrementan con nuestros compañeros en la vuelta al trabajo, se puede llegar a generar ciertos efectos de «mimetización». Cuando socializamos y contamos situaciones, nos identificamos con los relatos que nos están transmitiendo. Sin embargo, esta socialización puede contener aspectos negativos. Pongámonos en la situación: ¿Cuántas veces oímos «qué horror volver a trabajar, con lo bien que estaba de vacaciones»?, o escuchamos al compañero decir que «está deprimido», se siente «cansado» y sin «ganas de volver a trabajar». Sin darnos cuenta, nuestro receptor puede empatizar y llegar a tener esa misma sensación que antes podría no estar experimentando.
Es importante diferenciar lo que podría ser el «síndrome o depresión posvacional» de la tristeza que se produce a raíz de finalizar las vacaciones. Esta tristeza, señores, es normal, es lo que nos toca vivir. Volver al trabajo o retomar una situación es algo que hacemos año tras año. Reflexionemos: Si está experimentando tristeza es porque tiene sentido el periodo de vacaciones. Y las vacaciones tienen sentido si se trabaja. Si se postergan las vacaciones, su sentido cambia, se convierte en cotidiano, perdiendo de esta manera su sentido placentero.
Ya no estamos debatiendo entre reafirmar la existencia o no del síndrome vacacional; hablamos de cómo podemos abordar la situación de adaptación a la que enfrentarnos. Y esta situación no implica que sea disfuncional per se. Hablaríamos de disfunción en el caso en que esta tristeza se postergara en el tiempo. También lo haríamos si, adicionalmente, la intensidad con la que lo vivimos aumenta. La tristeza, por el contrario, desaparece con la cotidianeidad del día.
Como grupo social necesitamos pensar en la responsabilidad que tenemos a la hora de socializar toda esta información negativa, además de ser conscientes de que podemos estar mimetizando lo que nos vende el medio, y que no sentimos.
La gran pregunta que viene ahora es, bien, ¿cómo lo hacemos? Resignifiquemos la situación, analicemos qué recursos hemos tenido en un pasado para superar con éxito las mismas situaciones. Recursos que han sido óptimos a nivel personal que me han permitido adaptarme a estas nuevas situaciones para repetirlos en el tiempo. Yo no solamente le suministro la información al otro sobre cuánto me cuesta la vuelta, sino añado: «¿Sabes qué me ha funcionado? Pensar en esta situación de esta forma, hacerlo de esta manera». Darme autoinstrucciones. Si recibo información negativa de mi medio sobre lo difícil que es la vuelta al trabajo, preguntémonos: ¿Hasta qué punto es tan difícil para mi? Resignifiquemos las palabras.
De igual manera, podemos recurrir a ciertas pautas que nos ayuden a adaptarnos a la rutina que teníamos antes del verano, como empezar con los hábitos (hora de levantarse y acostarse, preparación de desayunos, etc.) una semana antes de incorporarse al trabajo; llegar con suficiente tiempo para mitigar el jet lag en el caso de volver del extranjero, no empezar con todas sus fuerzas, el ritmo del cuerpo y de las emociones es distinto. Volver a trabajar, retomar el gimnasio, y regresar a las clases de inglés es un cóctel de elementos que probablemente el cuerpo no pueda asimilar al mismo tiempo. No añadamos más carga a la que ya tenemos desde el primer momento. Y, sobre todo, tengamos presente que el verano no se acaba hasta el 21 de septiembre. Sigamos planeando ir a la piscina o a la playa los fines de semana. De esta manera iremos adquiriendo la dinámica del trabajo y a la vez, dejará de añorar "la buena vida" de las vacaciones.
Podríamos decir que en este «sacar nuestra artillería de recursos» nos centramos en las cosas internas, que controlamos nosotros mismos. Pero también son favorables otros recursos externos, que van de la mano de los empleadores. Generar espacios de socialización para que los empleados puedan hablar de su periodo vacacional, flexibilizar horarios la primera semana permitiendo que el empleado se vaya vinculando a los patrones típicos del trabajo reducirá la situación de estrés colectiva, pues disminuyen las responsabilidades a las que hacer frente antes de volver a trabajar (guarderías, colegios, etc.).En conclusión: Nos adaptamos, eso es lo que hacemos, lo que llevamos haciendo toda la vida. Usted tiene recursos que siempre ha implementado para estas épocas y que le han funcionado. Repítalas, impleméntelas. Y las que no hayan servido, entrénelas. Si después, la sensación de poco bienestar se posterga en el tiempo así como su intensidad, acuda a un profesional.