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Patrimonio e identidad (86). La luna y las estrellas Algunas representaciones en el arte navarro

16/09/2024

Publicado en

Diario de Navarra

Ricardo Fernández Gracia |

Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro

La luna, junto al sol, constituyen el simbolismo más importante de los astros. Su aparecer y desaparecer con nuevas formas en las diferentes fases, se asocia al morir y renacer y, por lo general, es un cuerpo celeste considerado como femenino, en numerosos contextos y culturas.

El sol y la luna se representan como sendas lumbreras para gobernar el día y la noche. Ambos fueron adorados por numerosas culturas, junto a las estrellas, como se fuesen dioses en sí mismos.

La luna, como el sol, del que ya nos ocupamos (16 de abril de 2021), tuvo amplio eco en las artes en general, ya que, en forma de creciente, fue atributo de Diana diosa de la castidad y de la caza y de Lucina, a la que se encomendaban los partos. Asimismo, en ocasiones más especiales, se le identificaba con la inconstancia, e incluso con el aire.

En Navarra, apenas contamos con ejemplos con esos significados, más bien, tenemos muchos casos en relación con la iconografía religiosa, si bien no faltan otros contenidos emblemáticos ligados al mundo de la fiesta y las ceremonias fúnebres reales.

Pulchra ut luna y el stelarium

La luna es uno de los atributos más exitosos para representar el misterio inmaculista, tanto en España como en Navarra. El relato literario que apoya este hecho figura en un texto veterotestamentario: el Cantar de los Cantares, en donde se elogia a la mujer que San Bernardo identificó con la Virgen: “Tota pulchra es, amica mea, et macula no est in te” (eres completamente bella, amiga mía, y estás preservada de toda mancha). El mismo texto del Cantar de los Cantares, dice: “Quién es esta que se muestra como el alba, bella como la luna, clara como el sol y terrible como un ejército en orden de batalla? Asimismo, en el libro del texto del Apocalipsis (12,1) se afirma: “Y allí apareció una maravilla en el cielo; una mujer vestida con el sol, y la luna y sobre su cabeza una corona con doce estrellas… Esculturas, grabados, pinturas y todo tipo de artes suntuarias presentan la media luna o la luna completa a los pies de las imágenes de la Inmaculada, especialmente en el tipo denominado Tota pulchra, o apocalíptica.

Algunas imágenes de escultura contaron con la media luna de plata. La de la Virgen del Puy fue un regalo de Juan Albizu, un estellés residente en Sigüenza, según se hace constar en un inventario de 1646, recogido en el Libro Becerro del archivo de la basílica. A partir de entonces, aquella media luna fue una de sus señales de identidad, al igual que lo fue para la Virgen de Codés -según se recoge en el inventario de 1664- o la Virgen del Camino de Pamplona, que recibió otra media luna argéntea enviada por don Juan de Cenoz, tesorero de la Provincia de Yucatán, en 1675. Poco más tarde, también la incorporó otra devoción mariana de gran proyección, Nuestra Señora de Rocamador de Sangüesa. Al siglo XVIII pertenece la de la Virgen de las Maravillas de Recoletas de Pamplona. Las estampas devocionales del siglo XVIII nos muestran otras venerables imágenes con la media luna inmaculista, como las Vírgenes del Carmen de los Calzados de Pamplona, de los Remedios de Luquin, del Villar de Corella, de los Remedios de Sesma, de Musquilda en Ochagavía y la Blanca de Jaurrieta.

Otro de los atributos inmaculistas, es el de las doce estrellas, generalmente orlando en forma de ráfaga su cabeza a modo de corona. Fue relacionado, en pleno siglo XVII, por Cornelius a Lápide con el rezo del stelarium, en el que se contemplaban doce privilegios de la Virgen y doce virtudes de la misma. Según su explicación, a un padrenuestro en honor de Dios Padre siguen cuatro aves que recuerdan la fe, esperanza, caridad y piedad de María; al segundo pater noster dedicado a Dios Hijo, siguen las aves relacionadas con su humildad, virginidad, fortaleza y pobreza y al último padrenuestro en honor del Paráclito acompañan las Ave Marías que recuerdan la caridad fraternal, obediencia, misericordia y modestia de la Madre de Dios.

En la escena de la creación y los firmamentos

El pasaje de la Creación, siguiendo el Libro del Génesis, cuenta con representaciones en el arte navarro desde la Edad Media. Invariablemente el sol, la luna y las estrellas tienen su protagonismo, por formar parte de la acción de Dios, en el cuarto día de la creación. El Génesis lo recoge así (1,14-19): “Entonces, Dios dijo: Que aparezcan luces en el cielo para separar el día de la noche; que sean señales para que marquen las estaciones, los días y los años. Que esas luces en el cielo brillen sobre la tierra»; y eso fue lo que sucedió. Dios hizo dos grandes luces: la más grande para que gobernara el día, y la más pequeña para que gobernara la noche. También hizo las estrellas. Dios puso esas luces en el cielo para iluminar la tierra, para que gobernaran el día y la noche, y para separar la luz de la oscuridad”.

La traducción del texto a imágenes la podemos contemplar en señeras obras. En uno de los capiteles de la puerta del Juicio de la catedral de Tudela, de las primeras décadas del siglo XIII, encontramos a Dios creando el firmamento, significado en el sol, la luna y las estrellas, enmarcadas en una especie de aureola sinuosa. En el capitel tudelano se mezclan los contenidos de otros días de la creación, correspondientes a la tierra y los mares, e incluso los peces. En una de las esquinas del claustro renacentista de Fitero, de mediados del siglo XVI, encontramos también el tema, del mismo modo que en uno de los cobres realizados por Jacob Bouttats (c. 1680), que se conservan en el Museo de Navarra, procedentes del convento de la Merced de Pamplona.

Firmamentos de estrellas blancas con fondos azules celestes, los encontramos en un sinnúmero de hornacinas y cajas de retablos, así como en las plementerías de numerosas bóvedas, a cuya cabeza podemos situar las de la catedral de Pamplona.

En la heráldica municipal y familiar

La estrella de diferentes puntas forma parte de la heráldica en tierras navarras. El escudo de la ciudad de Estella presenta una de ocho puntas de oro sobre fondo de gules. El del burgo pamplonés de San Cernin con la media luna y la estrella de cinco puntas fue estudiado por Faustino Menéndez Pidal, recordando cómo la medialuna con estrellas -una o varias y en distintas posiciones- es una imagen de la bóveda celeste que, desde la Antigüedad, aparece en numerosas culturas. En los sellos medievales aparece el blasón con las puntas hacia abajo, que es el modo más usual de representarla en la heráldica española, al contrario de la francesa, que aparece en bordados y en los cetros parroquiales de 1826. De San Cernin de Pamplona pasó a Villava. La heráldica municipal presenta estrella o estrellas de distinta conformación en los cuarteles de las distintas localidades y valles, como Abaigar, Adiós, Allín, Ancín, Armañanzas, Azuelo, Barbarin, Cadreita, Cáseda, Echarri, Etayo, Falces, Lapoblación, Legaria, Lumbier, Mendavia, Muruzábal, Oco, Olejua, Piedramillera, San Martín de Unx, Santacara, Santesteban, Úcar, Ulzama, Unciti, Urrául Alto y Urrául Bajo.

En el Libro de Armería del Reino de Navarra encontramos una o varias estrellas en los blasones familiares de distintos linajes y palacios. Del mismo modo, hay otros tantos escudos que presentan un creciente volteado y en menor abundancia dos.

La estrella de los magos y el sol y la luna en la crucifixión

Como es sabido, el texto evangélico otorga singular importancia a la estrella que guió a los Magos hasta el portal de Belén. En ocasiones, se representa en la iconografía de la Epifanía cual cometa con cola. En las representaciones teatrales del pasaje se acudía a otras soluciones como el caballero de la estrella o complejas tramoyas para hacerla visible en diferentes ámbitos, de acuerdo con el relato bíblico en donde se afirma que aparecía y desaparecía para llevar al final a los Magos al pesebre.

Las representaciones del sol y la luna en los calvarios de los retablos son muy frecuentes. Su significado ha sido estudiado por I. Labrador y J. M. Medianero, llegando a la conclusión de que pese a las múltiples interpretaciones teológicas y simbólico-cristianas, hay en el fondo un sustrato o reminiscencias de anteriores formulaciones paganas. Si bien lo teológico cristiano presentan verosimilitud, carecen de la entidad suficiente como para ser definitivas. Se ha argumentado una cuestión meramente estética y simetría en la parte superior, en una alusión a la Jerusalén celeste, de simbología con las tinieblas, de la naturaleza divina y humana de Cristo, armonía entre el Antiguo Testamento (luna) y el Nuevo Testamento (sol), incluso algunos autores han especulado con estos astros como la virtud y la paciencia o a sentimientos como la pesadumbre y el dolor ante la muerte de Cristo, en sintonía con la Virgen y San Juan, que completan el Calvario.

Respecto al origen iconológico, hay que aludir a la presencia de ambos astros en las culturas mesopotámicas, Grecia y Roma. De algunos ejemplos pasarían por contagio a los artistas cristianos desde la simbología pagana, aplicando ambos al nuevo Dios cristiano. Posteriormente, las interpretaciones teológicas y las obras de los propios artistas llenaron de contenidos simbólicos y numerosas alteraciones iconográficas.

En la simbología de las ceremonias fúnebres

Al igual que el sol, la luna y las estrellas también figuraron en los emblemas que se utilizaron en el ámbito de las exequias regias, por algunos de sus significados. J. L. Molins y J. J. Azanza han estudiado detenidamente este último aspecto, señalando cómo su presencia viene asimilada, en varias ocasiones a la reina viuda, que sustituye al sol (rey) en el cielo, convirtiéndose de ese modo en la garantía de la estabilidad política y de la seguridad del trono desde la muerte del monarca hasta la coronación del príncipe heredero y, en caso de ser éste menor de edad, el periodo de tiempo de la regencia. En otros emblemas no falta la representación de un firmamento repleto de estrellas para dar a entender, como el ocaso, el fin de un reinado.

Entre los que figura la luna, mencionaremos uno de los de las exequias de Felipe V, en 1746, pintado por Juan de Lacalle, en donde aparece con túmulo rematado por la corona real y el sol y la luna a sus lados, como símbolos de Cristo Redentor y de la Virgen. Como ejemplo de presencia de la estrella, en las mismas exequias aparece una dentro de una corona de laurel, con una inscripción que alude a un texto de la Apocalipsis.