Ricardo Leiva Soto, Profesor de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales, Universidad de Navarra
Cómo sobrevivir 70 días bajo tierra
Mientras marchaba durante kilómetros sobre el hielo en el campo de concentración de Auschwitz, Víctor Frankl recordaba a su mujer y era feliz. A sus espaldas tenía a un nazi que lo empujaba con un fusil y lo insultaba llamándole cerdo, pero él se concentraba en el rostro sonriente de su esposa, y continuaba adelante, trastabillando pero dignamente, sosteniéndose apenas en el recuerdo de su amada cuando le flaqueaban las piernas y todo parecía perdido. "Comprendí cómo el hombre, desposeído de todo en este mundo, todavía puede conocer la felicidad, aunque solo sea momentáneamente, si contempla al ser querido", escribió en ese libro imprescindible titulado "El hombre en busca de sentido".
Su caso es similar al de tantos otros héroes que han derrotado las circunstancias más adversas, sin traicionarse, como ha hecho el nuevo Premio Nobel de la Paz, Liu Xiaobo, condenado a 11 años de cárcel por exigir democracia en China, un país en el que se violan todos los derechos humanos y laborales. Cada año mueren unas tres mil personas en sus minas carboníferas, por ejemplo, por las precarias condiciones de seguridad. Y es posible que muchos de esos trabajadores esperen en las tinieblas a los equipos de rescate durante días e incluso semanas, pero nadie parece esforzarse demasiado por salvarlos ni por evitar que ese tipo de tragedias se repita.
La odisea de los mineros chilenos ha tenido un final muy distinto, afortunadamente. Como ya es de sobra conocido, soportaron 70 días a 700 metros de profundidad. Durante las dos primeras semanas de encierro sobrevivieron comiendo una cucharada de atún en conserva y una galleta cada 48 horas. Cuando fueron localizados y el gobierno chileno estimó que su rescate tardaría entre tres y cuatro meses, en algunos sitios de la rica Europa se publicaron reportajes con titulares parecidos al de esta columna, en los que expertos de los campos más variopintos entregaban sus consejos sanitarios y alimentarios. "Deberían hidratarse bien... Hacer ejercicios y caminar por las galerías del yacimiento para no engordar... Tienen que incrementar su consumo de proteínas y vitaminas... Que evacuen la basura para evitar la contaminación... Y que practiquen yoga para mantenerse en forma mentalmente". El sesgo de esas recomendaciones era claramente materialista y reduccionista: para sobrevivir los mineros solo tenían que seguir los consejos de un entrenador o un nutricionista.
Bastó ver el rescate de los primeros que abandonaron la cápsula Fénix este miércoles, a partir de las cinco de la mañana, hora española, para comprobar qué se necesita realmente para soportar 70 días en una sepultura situada bajo toneladas de tierra y roca, con temperaturas de 30 grados y una humedad del 90 por ciento. Bastó ver a Florencio Ávalos abrazando a su pequeño hijo entre sollozos, protagonizando uno de los momentos más emocionantes que nos haya brindado la televisión en los últimos tiempos, para confirmar que lo que se requiere para vencer el encierro, las humillaciones, las mazmorras, el exilio y la tortura, no son solo los alimentos ni los abdominales, sino el amor y la fe, la certeza de que nuestro espíritu trascenderá el paso del tiempo y se hará inmortal en el recuerdo de quienes nos aman y nos esperan al otro lado de la reja, a la salida del túnel, en la boca seca de la mina en el desierto.
"La salvación del hombre está en el amor y a través del amor", escribió Frankl en 1945. ¿Lo habrán leído esos mineros chilenos? Seguramente no y apenas importa. Ellos tenían en la cabeza la misma imagen que guardaba el psiquiatra austriaco en su corazón: la de una mujer que espera impaciente en la superficie, la de un niño rezando por su regreso, la de un hombre que derrota la adversidad y cree en el sentido de la trascendencia.