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Patrimonio e identidad (77). La desaparecida tribuna real de Santa María de Olite

16/10/2023

Publicado en

Diario de Navarra

Ricardo Fernández Gracia |

Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro

Los interiores de los templos, como otros recintos de diferentes tipologías arquitectónicas, han transformado su apariencia, amueblamiento y concepto lumínico, a lo largo de las diferentes etapas históricas. Los estilos, las modas, sin olvidar unas circunstancias económicas favorables, posibilitaron importantes cambios, de los que podemos seguir la pista, en los mejores casos, ayudados por la fotografía, y en otros muchos gracias a la documentación.

Cuando contamos con fotografías, la sorpresa suele ser mayúscula al comprobar espacios sin apenas bancos y con reclinatorios por los que sus poseedores pagaban una cuota, con enladrillados o encajonados en sus suelos, con sus retablos bastante desfigurados por el polvo y los deterioros propios del paso de los siglos, a lo que hemos de sumar una serie de elementos que se fueron sumando a su exorno, en muchas ocasiones con escasa fortuna y acierto.

La parroquia de Santa María de Olite tuvo momentos claves que marcaron la apariencia de su interior. Uno fue, sin duda, la construcción de su retablo mayor, hacia 1525-1530, pintado por el aragonés Pedro de Aponte, con un rico programa iconográfico. Desde entonces, la cabecera del templo contó con ese impresionante mueble de ajuar litúrgico que es a la vez pieza visual, ritual y espiritual en el espacio interior del conjunto.

Otra gran etapa estuvo marcada por las grandes reformas, llevadas a cabo a partir de la década de los sesenta del siglo XVIII, con el blanqueo general, la construcción de sendas tribunas a las que se accedía desde las dependencias del palacio real, los vistosos púlpitos, la fábrica de la capilla del Cristo y el órgano.

El blanqueo de todo el interior se llevó a cabo entre 1763 y 1764 y estuvo a cargo del albañil Manuel Espinosa, que cobró el finiquito en 1764. Este último viajó a Caparroso al inicio de la obra, en 1763, a llamar a los blanqueadores, sin duda el equipo del italiano Pedro Bardini o Baldini, que en aquel año estaba trabajando en el blanqueo y colorido de la ermita de la Virgen del Soto y más tarde se documenta en otros templos, como la basílica de Luquin (1784). Baldini también se hizo cargo de la limpieza de retablos, como en la parroquia de Falces en 1772. Las vidrieras y el suelo de la parroquia de Olite sufrieron algunos desperfectos que se tuvieron que subsanar.

Entre las piezas de arte mueble que se renovaron figuran el cancel de acceso por Santa Engracia, los tornavoces de los púlpitos y el órgano. Los ricos guardavoces los talló José Ortiz, maestro tudelano, que trabajó en Olite por aquellas fechas para las iglesias de los Franciscanos y los Antonianos. Por ambos tornavoces cobró Ortiz la cantidad de 400 reales. Sin embargo, al año siguiente, en 1763, Miguel de Zufía, arquitecto y escultor de Larraga, avecindado en Olite, procedió a añadir talla decorativa y estructuras, por lo que cobró 386 reales, lo que indica la importancia y el volumen de lo añadido. Ambos guardavoces fueron dorados por el pintor Andrés de Lavega en 1764.

Inmediatamente, se acometió la obra de la capilla del Santo Cristo de la Buena Muerte, con una planta central diseñada en Madrid en 1767. Sus obras finalizaron en 1773, procediéndose a su bendición e inauguración con fiestas señaladas, en las que no faltaron un gran sermón y un solemne Te Deum. Su ejecución material corrió a cargo del albañil Manuel Espinosa, el cantero Juan de Les y el carpintero Miguel Zufía.

Respecto al órgano, es obra un poco posterior, aunque se puede enmarcar en aquel mismo periodo de amplias reformas. Su caja fue hecha, entre 1784 y 1785, por Leoncio Gómez, maestro de Alfaro y dorada por José del Rey. El instrumento propiamente dicho, corrió a cargo del organero de Larraga Diego Gómez.

La doble tribuna de 1763, a la luz de una fotografía histórica de 1915

Santa María de Olite contó desde tiempos medievales con una tribuna -al parecer doble- para la asistencia de los monarcas y la corte. Una interesantísima fotografía estereoscópica, positivo sobre cristal, tomada en 1915 por Francisco Xavier Parés, del Centre Excursionista de Catalunya por F. Xavier Parés (Centre Excursionista de Catalunya, CEC), en torno a 1915, es el mejor testimonio con el que contamos sobre aquel mueble, que también aparece, con menos protagonismo, en otra foto del marqués de Santa María del Villar, un poco posterior. La instantánea presenta el retablo mayor cubierto y otros pormenores que hablan de la degradación del patrimonio mueble del templo, hace poco más de un siglo.

Otros templos también las tuvieron para sus patronos, generalmente nobles -Clarisas de Arizcun, Concepcionistas de Tafalla-, para las autoridades civiles -el regimiento de Pamplona en San Saturnino- o las juntas y obrerías parroquiales, e incluso los superiores religiosos en sus templos. Era un signo de preeminencia y distinción en la sociedad estamental.

Con el templo olitense tan renovado, el patronato parroquial pensó en eliminar las viejas tribunas, pero no eran de su competencia, ya que pertenecían al patrimonial del rey. En aras a hacer las gestiones en Pamplona, el vicario parroquial se desplazó a Pamplona, con gran interés, para presentar una instancia al Tribunal de la Cámara de Comptos, responsable del patrimonio real. El contenido del memorial resulta clarificador sobre las intenciones de los patronos de la parroquia. Comienza con el argumento de que la iglesia se encontraba incluida en el palacio real y “por su mucha antigüedad está muy oscura y sin blanquearse, y deseando los patronos ponerla con la posible decencia han determinado blanquearla … y darle las luces que permitiere la situación”. Continuaba la narrativa dando cuenta de que el palacio tiene una tribuna en la iglesia con dos divisiones, una para los señores y otra para los familiares y que por su estado “causa mucha fealdad, por ser aquella de tierra y muy antigua, de forma que a cuantos entran en dicha iglesia les causa novedad lo mal que aparece la dicha tribuna”. Casi seguro, sería una obra de yeserías, muy probablemente medievales, y su estado de deterioro y desgaste les hizo calificarla como hecha de tierra.

Inmediatamente, se daba cuenta de cómo la habían visitado distintos miembros de la Cámara de Comptos, pidiendo que, para dar más luz al templo, se quitase la existente y se pusiese otra con “la decencia y hermosura correspondiente a la iglesia” a cuenta del real erario. La contestación de 30 de marzo de aquel mismo año de 1773 determinó acometer la obra necesaria, haciendo “las obras y reparos que contienen con toda la perfección y hermosura necesaria, ajustando todo su coste a mayor beneficio de la real hacienda”.

El condicionado fue confeccionado por el maestro escultor y arquitecto Miguel Zufía, quedando la parte de albañilería bajo la responsabilidad de Manuel Espinosa. Lleva fecha de 13 de abril de 1762. El proyecto contemplaba la supresión de las dos tribunas antiguas y su sustitución plena, incluido el pavimento de ambas con ocho maderos de pino coral. Se insiste mucho en el vuelo del balconaje de acuerdo con un perfil que se había dibujado previamente, en aspectos técnicos de la carpintería y su ensamblaje. La colocación de los balaustres y las celosías con sus bastidores, los clavos a utilizar, el grosor de las diferentes partes, son aspectos en los que se insiste muchísimo. Las pilastras deberían tener sus colgantes de talla y el tabique de división de ambas tribunas se debía enlucir, al igual que las paredes, dejando el interior bien perfilado y desembarazado.

El contrato para la ejecución se firmó en la fecha, antes mencionada, de abril de 1762, entre los responsables de la Cámara de Comptos y los mencionados Miguel Zufía, maestro arquitecto y carpintero y Manuel Espinosa, maestro albañil, avecindados en Olite. En todo se sujetarían al condicionado y cobrarían por la obra la cantidad de 800 reales, siempre con el requisito de que las tribunas fuesen reconocidas por maestro de reconocida pericia. El plazo de entrega terminaría el día de san Fermín de aquel mismo año.

El reconocimiento de la pieza corrió a cargo del maestro de obras Manuel Olóriz, que trabajó asiduamente para las instituciones del Reino, dando por bueno el encargo. En el documento, fechado a fines de septiembre de 1763, advirtió que el tabique de separación entre ambas tribunas, previsto en el condicionado, no se había ejecutado por orden del Tribunal de la Cámara de Comptos. Por el contrario, se hicieron algunas mejoras, concretamente el realce del suelo o pavimento y en los balaustres. La evaluación del coste total, realizado por el mencionado Olóriz, ascendió a algo más de 1.034 reales.

El dorado y la policromía de las tribunas se concertó con el maestro de Tafalla Manuel del Rey, el 15 de septiembre de 1765. Previamente fueron reconocidas por los doradores Antonio Galán y Andrés de Lavega. El encargado de firmar el documento por parte de la Cámara de Comptos fue el Patrimonial con Francisco Argáiz Velaz de Medrano. Entre las condiciones exigidas, figuraban: la limpieza del conjunto, su aparejado, dorado bruñido en ciertas partes y pintura verde para otras en el exterior, mientras que por dentro se pintaría de blanco. Para los balaustres se eligió el color azul al óleo, las pilastras irían jaspeadas y los botones y mazorcas se dorarían. En los dos óvalos se representarían las “armas deste Reyno”, si bien parece que al final se optó por las de la monarquía española, con las de Castilla y Aragón y las de Navarra en el escusón. En la peana inferior de yeso se debía pintar “un adorno vistoso”. El pago se haría fraccionado y en el otorgamiento de la escritura se le pagó la cantidad de 70 pesos de los 110 que, en principio se habían presupuestado, dando como fiador al pintor de Pamplona Pedro Antonio de Rada.

Al poco de firmar el contrato, el pintor Andrés de Lavega, avecindado en Olite, intentó adjudicarse la obra haciendo una rebaja de 10 pesos, aunque el Tribunal de Comptos no admitió la propuesta, tras asegurarse a través de diversas personas y entre ellas el prestigioso pintor Pedro de Rada, de que Manuel del Rey era persona de conocida habilidad y el gasto era proporcionado.

A la tribuna ya desaparecida se refiere, en 1946, José Ramón Martínez Erro en su monografía sobre Olite, con estas palabras: “Esta linda iglesia tenía en su interior un precioso Palco Real, del que aún, hoy en día queda el ventanal. Estaba unido por medio de una galería con la iglesia de San Jorge (capilla del palacio), y era el que ocupaban los Reyes de Navarra en las grandes solemnidades religiosas que en esta iglesia se celebraban”.

La obra y sus artífices: Miguel Zufía y Manuel del Rey

Las tribunas panzudas se adaptan al modelo movido y teatral muy difundido en el siglo XVIII en Navarra, entre las que figuran las de la Compañía de María de Tudela, las desaparecidas de las Clarisas de la misma ciudad, o las de la capilla de la Virgen del Camino de la capital navarra. Al igual que en otros conjuntos de patronato, su función tuvo que ver mucho con la imagen del poder de quien lo ostentaba, para poder asistir a las funciones religiosas desde las mismas o, simplemente, para marcar distancia a través de sus escudos y otros signos de distinción.

El autor de las tribunas, Miguel de Zufía y Villanueva nació en Larraga en 1719, contrajo matrimonio con la hija del maestro tudelano José Labastida, lo que nos hace sospechar si no realizaría su aprendizaje con este último. En ningún caso hay que confundirlo con su hijo Miguel Zufía y Labastida (1748-1829), también escultor. Trabajó en Caparroso, Ujué, Olite, Larraga y Cáseda.

Manuel del Rey pertenecía a una familia de doradores de Tafalla, fue hijo de Domingo del Rey y hermano de Juan José del Rey. Estuvo casado con Andresa Munárriz y mantuvo una gran actividad en diferentes pueblos de la Navarra media en la segunda mitad del siglo XVIII: Sangüesa, Miranda de Arga, Tafalla, Ujué, Olite …etc.