Gerardo Castillo Ceballos, Facultad de Educación y Psicología
En busca de la inocencia perdida
El 19 de febrero de 2016, con 89 años, murió Harper Lee, la autora de la famosa novela autobiográfica Matar un ruiseñor, que sería ganadora del premio Pulitzer. Llevada al cine dos años después con el mismo título, obtuvo tres premios Óscar.
La novela describe un episodio de la segregación racial en USA: el honesto abogado y padre de familia Atticus Finch, defiende a un hombre afroamericano, Tom Robinson, acusado falsamente de la violación de una mujer blanca, en el contexto del Sur racista.
En la historia tienen mucho protagonismo varios niños. La narradora es Scout Finch, de seis años, hija de Atticus, que vive con su hermano Jem. Ambos son amigos de otro niño, Dill. Los tres presencian en secreto el juicio de Tom desde el balcón reservado a los negros y les escandaliza que el jurado le juzgue culpable, a pesar de su evidente inocencia.
El mensaje principal de la novela es el problema de la pérdida prematura de la inocencia, insinuado ya en su título. Atticus advierte a sus hijos que, aunque pueden disparar con su escopeta a las urracas azules, no deben hacerlo con los ruiseñores, porque “es pecado matar a un ruiseñor”.
Harper Lee se sirve de la figura del ruiseñor para simbolizar la inocencia. Una vecina le aclara a la niña Scout que los ruiseñores no causan ningún daño a nadie, y que solo hacen una cosa y es cantar con todo su corazón para nuestro deleite.
La inocencia de los niños es ausencia de malicia. Les falta la experiencia del mal. Algunos adultos la ven erróneamente como una situación de ignorancia e ingenuidad, que debe ser corregida cuanto antes; no cambian de opinión ni ante el hecho de que los niños se resisten a abandonar las primeras creencias que anidan en su fantasía.
Se cuenta que a un niño de cinco años le reprochó un adolescente del mismo colegio su creencia en los Reyes Magos. El niño, sin inmutarse, contestó: “pues mi mamá sí cree y tiene 40 años”.
La ignorancia se debe superar, mientras que la inocencia se debe proteger. J. B. Torelló aporta un buen argumento: “El juego, la risa, los cantos de los niños no son solo símbolo de vitalidad espontánea, formas de expresión de su inteligencia y de su personalidad incipientes, sino la realización particularmente ejemplar de la existencia humana que se corresponde mucho más al proyecto del Creador que nuestra seriedad y nuestra actividad”.
La inocencia del niño no es incompatible con pequeñas travesuras. El humorista Forges describe la situación de una mamá con su niño en la consulta pediátrica: el niño da saltos continuos y en uno de ellos pisa al doctor, lo que influye decisivamente en el cambio de tratamiento: “le vamos a quitar las vitaminas y le daremos cada seis horas un par de tortas bien dadas”.
Juan Ramón Jiménez evocó su propia infancia sirviéndose del símbolo de un pájaro que oía cantar en el jardín. Ese jardín es el espejo de una niñez inocente y feliz:
“Jardín cerrado, en donde un pájaro cantaba/por el verdor teñido de melodiosos oros/brisa suave y fresca, en la que me llegaba/la música lejana de la plaza de toros”.
También aludió a la inocencia ligada a la fantasía en Platero y yo:
“¡Qué encanto este de las imaginaciones de la niñez, Platero, que yo no sé si tú tienes o has tenido! Todo va y viene en trueques deleitosos; se mira todo y no se ve más que como estampa momentánea de la fantasía”.
La investigadora canadiense Catherine L'Ecuyer, ha reivindicado recientemente la importancia de la inocencia, porque "nos estamos saltando una etapa necesaria para el desarrollo personal. Los menores no son adultos inacabados, sino niños con madurez propia. En ese momento de la vida hay que favorecer el juego, la imaginación y la creatividad". También ha advertido de los riesgos de acortar la infancia, porque si no se vive en su momento, se hace después, y entonces surge el infantilismo en los adultos.
Saltarse la edad de la inocencia equivale a silenciar a un ruiseñor. Para lograrlo no es necesario matarlo; basta con encerrarlo en una jaula. En el caso del niño se consigue lanzándolo de forma temeraria al mundo exterior antes de tiempo. Por ejemplo, permitiéndole ver televisión a solas, entrar en internet sin el control de sus padres y entretenerse con videojuegos que incitan al sexo y a la violencia.
El niño, si no pierde anticipadamente la inocencia, posee un conjunto de valores que le convierten en modelo para la vida de infancia o infancia espiritual en cualquier edad. Por ejemplo: la sencillez, la humildad, la sinceridad, la confianza, la audacia, el agradecimiento, la perseverancia, el sentido filial y el abandono.