Santiago Álvarez de Mon, Profesor del IESE, Universidad de Navarra
¿Hemos aprendido algo?
Ideas superadas, tiempos nuevos, obsolescencia garantizada. Pese a mi optimismo antropológico, no soy un iluso que cree ciegamente en la capacidad de aprendizaje del ser humano. Rebasada cierta edad, salvo necesidad apremiante, nos cuesta cambiar el chip y sintonizar otro dial conceptual.
La abundancia, el éxito, no suelen ser circunstancias idóneas para librarse de prejuicios, abandonar paradigmas periclitados y afrontar retos pendientes. Por este motivo, la adversidad puede ser plataforma ideal para desaprender, formular algunos interrogantes y fajarse a conciencia en su resolución. ¿Qué hemos aprendido de la crisis? Sinceramente, poco, esperaba más de los diferentes interlocutores implicados. Significo algunos de ellos. Gobierno, tenue y tardía reacción para situación tan grave. Prisionero de su autismo inicial –negó y minimizó la crisis hasta que la evidencia aplastante aconsejaba un cambio de tono–, sigue remitiendo angelicalmente a un futuro venturoso. Deseo fervientemente que acierte, pero digo yo que algo habrá que hacer para ganárselo.
Empresa, prudencia, toda generalización comporta una injusticia. Si me guío por las manifestaciones del presidente de Goldman Sachs, "los banqueros hacen el trabajo de Dios", produce vértigo. Un poco osado meter a Dios en la cuenta de resultados, parece un iluminado. Si se observa el funcionamiento de algunos consejos de administración, –muchos de ellos estaban en la estratosfera– se puede concluir que los avances son muy modestos. Si se estudian los sistemas de compensación, no es como para felicitarnos. En general, siguen sometidos a la doble dictadura del cortoplacismo –la urgencia inmediata prima sobre cuestiones filosóficas que tienen que ver con la salud o toxicidad de la institución–, y de los números. Ya puedes ser un jefe autoritario, tratar al personal como propiedad exclusiva, si los resultados te acompañan, tienes bula pontificia. Persiste el fariseísmo de pedir flexibilidad retributiva y contractual, mientras algún listillo se blinda hasta el retiro ¡Y pensar que gran parte de los males se deben a un sistema de incentivos kafkiano, injusto y contraproducente!
Reguladores, ¿dónde estaban cuándo ocurrió la tormenta? ¿Incompetentes, distraídos, faltos de recursos para realizar su delicada función? Detecto dos tics preocupantes. Por un lado, cercenar la libertad que el talento y la creatividad requieren. El totalitario siempre está agazapado esperando su oportunidad. Por otro, insistir en la ingenuidad de la autorregulación. Muchos, si se les deja campar a sus anchas en la jungla, se transforman en peligrosos depredadores.
Las culturas más transparentes e íntegras se dan en aquellos países con un sistema jurídico seguro e independiente. Ir la de economía a la ética sin pasar por el derecho es una temeridad "liberal".
Sindicatos. Con una afiliación modesta y atrincherada en las grandes empresas, sorprende la cuota de poder de que disponen. El discurso de sus líderes sigue anclado en la demonización de la iniciativa privada, en la exaltación triunfalista e interesada de lo público. Maniqueísmo inútil para un siglo que precisa una mentalidad más abierta. Soy contrario a abaratar el despido, pero de ahí a bloquear la reforma laboral, media un trecho. Visto que el Gobierno no da un paso sin la autorización de los sindicatos, preocupa su lectura ideológica de la crisis. ¿Por qué los empresarios son los destinatarios de sus diatribas? Algunos, por golfos e insolidarios, se las merecen, pero la inmensa mayoría están batallando contracorriente.
¿Cuánta pequeña y mediana empresa pugnando por sobrevivir, con difícil acceso al crédito bancario, sin que ninguna pancarta salga en su defensa? ¿Cuántos autónomos y emprendedores intentando no ahogarse en un mar desatado, mientras el grueso de la población viaja por cuenta ajena en inmensos transatlánticos pagados por todos? Especie en extinción en un reino de políticos y funcionarios, ¿quién sale a la calle por ella? Ser pequeños es su delito, su cierre pasa desapercibido, mientras los grandes siguen acercándose al pesebre del Estado.
Reitero mi argumento. ¿Aprendizaje?, escaso. Gastamos un poco menos, lloramos bastante, hacemos lobby, y nos arrimamos al calor del poder para vivir de sus migajas. La esperanza es lo último que se pierde. Como el partido sigue y todavía se va a complicar más, habrá que seguir porfiando. Cuatro millones de parados y nuestros hijos precisan algo más que nuestra ceguera y egoísmo.