Ricardo Fernández Gracia, Director de la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro
El asesinato del escultor Camporredondo
Uno de los escultores y retablistas más prolíficos del siglo XVIII en el norte peninsular fue Diego Camporredondo, avecindado en Calahorra y autor de destacadas obras en las localidades navarras de Lerín, Corella, Puente la Reina y Lodosa. Su desaparición ha sido, hasta tiempos recientes un auténtico misterio, en unos momentos en que el maestro estaba viejo y cansado, aunque lleno de vanidad, cuando se hizo cargo de la ampliación del retablo mayor de Peralta, completando con sendas calles laterales el retablo que poco antes había realizado el mejor de los escultores aragoneses del momento: José Ramírez.
La muerte le sobrevino en aquella villa navarra y no en circunstancias naturales, ya que fue asesinado por el cirujano de la localidad, en el contexto de una agria discusión acerca de la obra que se iba a acometer. Todos los detalles de aquel suceso se encuentran en un proceso judicial litigado en los tribunales navarros. Los hechos y detalles de las pruebas judiciales recrean una realidad que más bien parece de una novela.
Un resumen de lo ocurrido se puede sintetizar así: su proyecto para la ampliación del retablo se prefirió al presentado por el maestro avecindado en Madrid José Ochoa, hermano del cirujano de la localidad, Fermín Ochoa. Éste último, tras algunos altercados y desavenencias, hirió a Camporredondo junto al puente de Peralta, con resultado de muerte. Muchos de los testigos hablan de los motivos de discordia entre Ochoa y Camporredondo, citando la tasación del diseño de José Ochoa para el ensanchamiento del retablo de Peralta, que el maestro de Calahorra quería enviar a la Real Academia de San Fernando de Madrid.
Pelea en el puente
Los hechos sucedieron sobre las tres y media o cuatro de la tarde del día 5 de noviembre de 1772, cuando Camporredondo caminaba por el centro del puente sobre el río Arga y se cruzó con Fermín Ochoa. Tras una mirada violenta y desafiante, ambos se enzarzaron, Camporredondo intentó sacar una navaja del bolsillo, Ochoa se abalanzó sobre él y, en versión de varios testigos, "lo vulcó y le dio una cogotada", mientras sostenía al escultor con la rodilla sobre su pecho.
Tras propinarle unos golpes, Ochoa siguió su camino, no sin antes volver a amenazarle. El escultor se incorporó, se puso el gorro, pero la sangre le salía de la boca y la nariz, pidiendo agua a una mujer, que le preguntó qué es lo que había pasado. El herido respondió que "había sido la quimera porque le había dicho a Ochoa que lo miraba". Cuando intentaban llegar hasta una casa cercana, tuvo que recostarse en el atoque del puente, siendo necesario que un par de hombres le ayudaran. Antes de llegar al portal de la casa, su rostro mudó de color a la vez que se quejaba. Sus portadores lo sentaron en una silla y posteriormente en un colchón, en donde falleció inmediatamente.
La partida de defunción quedó registrada en el correspondiente libro sacramental de la parroquia de San Juan Evangelista de Peralta del siguiente modo: "en cinco de noviembre de mil settezientos settenta y dos murió violentamente don Diego Camporredondo, natural y vecino de la ciudad de Calahorra, maestro escultor y residente en esta villa, por lo que no dio lugar para administrarle sacramento alguno y fue sepultado su cadáver en la parroquial de esta villa de Peralta y en fee de ello lo firmé, don Antonio Moreno, vicario". El mismo día, 5 de noviembre, Juan José Fernández, cirujano de Funes, reconoció el cadáver y el juez ordenó su levantamiento. Al día siguiente el mismo cirujano, en compañía de su compañero de profesión de Falces, Luis Atondo, hicieron una declaración sobre las posibles causas de la muerte del escultor. Ambos constataron la inexistencia de lesiones exteriores, tan sólo apreciaron ¿una contusión considerable en la parte superior del estómago sin efusión de sangre ni rompimiento de sus túnicas", que quizás pudiera haber sido hecha con un palo, la punta del pie u otra cosa semejante. El dictamen de los dos cirujanos terminaba con estas palabras: ¿por lo que somos del sentir según el dictamen de los antiguos como modernos, es mortal de necesidad y más siendo Camporredondo muy viejo y estar al mismo tiempo con alguna replexión en el estómago".
La justicia actúa
A partir de aquellos hechos, la maquinaria de la justicia se puso en marcha, dictando orden de búsqueda y captura del cirujano, así como el embargo de todos sus bienes. Entre tanto, Fermín Ochoa se había refugiado en el convento de Capuchinos de Peralta, para huir, más tarde a caballo, aprovechando la oscuridad de la noche. Los restos mortales de la víctima se inhumaron, el día 6 de noviembre en la antigua parroquia de San Juan Evangelista de Peralta, en la sepultura de don Javier Argaiz.
Pasados aquellos momentos, los más trágicos del suceso, el fiscal comenzó a recabar pruebas de sesenta y cuatro testigos, a través de las cuales conocemos el resumen de los hechos. Algunas preguntas de los interrogatorios se centraban en el móvil o las causas de la enemistad entre Camporredondo y Fermín Ochoa. Las declaraciones de los primeros testigos comenzaron a aportar testimonios que hablaban de la enemistad de los dos a causa de la traza y ejecución de los costados del altar mayor de la parroquia de Peralta. Uno de ellos afirmaba: "mire V. M. en qué a venido a parar la traza, el pícaro asesino, como se la tenía guardada".
Entre los testimonios más fidedignos destaca el del escribano real residente en la localidad, Ramón Escudero. Según su declaración, Diego de Camporredondo hizo una relación e informe sobre el proyecto que el hermano del cirujano, el escultor residente en Madrid José Ochoa, había propuesto para la ampliación del retablo mayor de la parroquia. El patronato optó por el plan que presentó el calagurritano, según el cual se estaba ejecutando. En buena lógica el encargo se habría hecho a José Ochoa, maestro que hasta entonces había tenido la confianza de la villa, ya que el año
anterior, en enero de 1771 había reconocido el cuerpo principal del retablo que había trabajado José Ramírez.
La intervención de Camporredondo y la adjudicación de la obra fueron muy mal asumidas por los Ochoa y, particularmente, por el cirujano. Este pidió el importe de las trazas que había elaborado su hermano y el patronato pidió a Camporredondo que fijase un precio. Como éste último se retrasase en hacer la estimación, Fermín Ochoa le pasó aviso en el mes de septiembre, con ocasión de encontrarse en Peralta su hermano José, para tratar de poner el precio. La respuesta del maestro calagurritano fue negativa, argumentando ¿que el diseño lo había de presentar en la Academia de Madrid y que allí se tasaría". Sin embargo la villa, como parte integrante del patronato de la parroquia, le apremió y Camporredondo afirmó que aquel diseño no se arreglaba al lugar en donde se tenía que colocar la ampliación del retablo y que apenas valía nada. Otros testigos iban más allá, declarando que el cirujano había amenazado a Camporredondo con venganza, aunque fuese en el mismo día del Corpus.
El cirujano se entrega
En el mes de mayo de 1773, el cirujano homicida se entregó en la localidad de Arnedillo, e hizo su declaración en la cárcel de Pamplona el 12 de mayo de aquel año. Por su testimonio sabemos que tenía 50 años, que era natural de Tafalla y que estaba casado. El resumen de lo ocurrido el día de autos era, según su testificación, el siguiente: al cruzarse en el puente, cuando él salía de la villa y Camporredondo regresaba a ella, en las inmediaciones de la ermita de la Virgen del Pero, se quitó el sombrero para saludar, diciendo: ¿parece que me mira Vd. de mal ojo", a lo que contestó que no era así; como el escultor siguiese pronunciando algunas expresiones contra él, el cirujano le agarró diciéndole que no le provocase más, pero Camporredondo se le acercó y ¿pegó dos morradas", intentando buscar una navaja que en forcejeo y, una vez en el suelo, el cirujano le arrebató. El maestro calagurritano le quitó a su vez el bastón y le insultaba diciéndole ¿pícaro y sinvergüenza". Cuando se enteró de la muerte del escultor huyó de Navarra, tras haberse refugiado unas horas en el convento de Capuchinos de Peralta.
Entretanto, en el mes de marzo, el hijo del maestro difunto, Bernardo Camporredondo, declaraba en Peralta su convicción de que Fermín Ochoa no había querido matar a su padre y que todo había sido producto de la casualidad, perdonándole. El mismo Bernardo afirmó en otra diligencia procesal que era cierto que su padre solía llevar una pequeña navaja, que era la que el cirujano le había arrebatado en la riña y pelea. Paralelamente, Ochoa pedía pruebas testificales para demostrar que no tenía desafecto a Diego Camporredondo, así como para probar que era un buen cirujano. La sentencia del Real Consejo de Navarra fue una condena de seis años de presidio, que debía cumplir en la ciudadela de San Sebastián.
Los autos del proceso contienen 130 folios redactados por el cirujano preso, que llevan por título: Disertación chirúrgicoapologética que Fermín Ochoa, maestro cirujano escribe en su defensa sobre la contusión y muerte de don Diego Camporredondo de que se halla acusado y sobre la nulidad de las declaraciones de los cirujanos de Falces, Milagro y Funes. Su contenido está dividido en cuatro partes; en la primera refiere "la relación verídica desde el instante de la pendencia hasta el insulto apopléctico", la segunda trata sobre la causa, la tercera, acerca del pronóstico y la cuarta y última sobre la temeraria apreciación.