Carmen-José Alejos, Profesora de Historia de la Iglesia en América Latina en la Universidad de Navarra
Evangelización, viaje de ida y vuelta
Por fin, ya era hora, tenemos un Papa latinoamericano. Cuántos millones de personas habrán exclamado esto el 13 de marzo a última hora de la tarde. Y es que después de 420 años en que los españoles llevaron la fe al Nuevo Mundo, éste nos la trae de nuevo, nos la devuelve al Viejo Mundo.
En efecto, en el segundo viaje colombino, en 1493, Ramón Pané, un ermitaño de la orden de san Jerónimo, llegaba alas Antillas. En marzo de 1495 se trasladó a vivir entre los indios del cacique Guarionexy allí permaneció dos años. Aprendió la lengua taina para enseñarles la fe. Fue el autor del primer libro escrito en el Nuevo Mundo en un idioma europeo: «Relación acerca de las antigüedades de los indios». Según él mismo nos cuenta les explicaba que Dios es el creador del mundo y después les enseñaba a rezar el Padrenuestro y el Avemaría.
España llevó la fe a América desde sus inicios. Sin embargo, las leyendas negras, las críticas, los prejuicios, el sentimiento de culpa que inundan a muchos españoles y europeos no tienen límite. Sentimos vergüenza de la tarea descubridora, administrativa, cultural y evangelizadora que realizamos durante más de trescientos años. ¿Por qué? Se cometieron errores y abusos. Algo inevitable, toda obra humana los tiene. Pero ¿no será que en una sociedad que rechaza a Dios no está bien visto que se haya difundido la fe católica y tengamos que pedir perdón?
Nada es blanco o negro. Todo tiene sus matices, también la evangelización americana. Ahora bien, no se puede evitar afrontar la verdad. Y ésta es que, en sus comienzos, al Nuevo Mundo los Reyes Católicos consideraron una tarea primordial que los conquistadores fueran acompañados de religiosos que enseñarán la fe a los habitantes de esas nuevas tierras.
Pertenecían a órdenes religiosas reformadas que habían purificado los lastres que les impedía vivir según la fe evangélica y habían renovado su vida y sus conventos. Gracias a esta reforma, sus deseos evangelizadores eran genuinos, fuertemente enraizados y estaban dispuestos a afrontar las dificultades que hubiera; que, por cierto, hubo muchas.
La fe la llevaron religiosos (franciscanos, dominicos, agustinos, jesuitas...) intachables, con un alto sentido de su misión, que realizaban con sus palabras y con su estilo de vida. A fray Toribio de Benavente los indígenas mexicanos le llamaban «Motolinía» que en la lengua náhualt significa «el que es pobre o se aflige». Y es que los misioneros vivían con los pobres, como los más pobres. Los evangelizadores y la jerarquía eclesiástica americana se caracterizaron desde el primer momento por defender los derechos de los indígenas. La Iglesia americana en la actualidad mantiene esa preocupación social. Y esta tarea es la que el papa Francisco ha desarrollado largamente en sus 16 años como arzobispo de Buenos Aires. Por la red circulan fotografías de su atención a los enfermos, a los más necesitados. Él es una muestra del papel de la Iglesia en América Latina. No al estilo de la Teología de la Liberación, sino según el evangelio y la tradición de los primeros cristianos que vivían la caridad entre sí, cuidándose unos a otros, aportando unos los que necesitaban los demás.
La evangelización llevada a cabo por los españoles fue profunda, enseñó la fe y a vivir coherentemente según esa fe. Realizó una importante tarea de culturización, aprovechando la religiosidad natural de los nativos para imprimir en ella las huellas de Cristo. Por eso Juan Pablo II pudo llamarla «evangelización constituyente». Es decir, que no sólo se evangelizó a los habitantes del Nuevo Mundo, sino que constituyó un nuevo pueblo, el pueblo latinoamericano que es naturalmente creyente. El ateísmo no es un rasgo propio del hispanoamericano. Las sectas, las diversas confesiones religiosas tienen difusión precisamente porque su tendencia natural es a creer en Dios. Por eso también el catolicismo sigue vigente, con una fuerza imparable.
Cantera de católicos
Algunos señalan que Latinoamérica es una «cantera de católicos». Y tienen razón. En Iberoamérica viven 432 millones de católicos, el territorio con más fieles de los cinco continentes; el 73% de la población se declara católica; los dos países con más población católica son iberoamericanos (Brasil con 133 millones, y México con96); Colombia es el sexto país mundial con más católicos, 38 millones; Argentina, de donde procede en nuevo Papa tiene 31 millones.
¿Qué puede aportar Iberoamérica a la fe adormecida, demasiado racionalista, por qué no decir, esclerotizada de Europa? Mucho. A Europa siguen llegando sacerdotes, religiosos que quieren formarse bien. Las facultades de Teología de Roma, de España son una buena muestra de ello. Sacerdotes y religiosos jóvenes que quieren servir a la Iglesia como la Iglesia necesita ser servida. Muchos de ellos durante el tiempo de sus estudios ayudan en parroquias. También hay diócesis españolas en las que abunda el clero latinoamericano. Por tanto, recibimos la Palabra de Dios y los sacramentos de ellos. Ante unos números tan bajos de clero español no es difícil imaginar que dentro de 10 años tengan que venir a ayudarnos los sacerdotes, bien formados en Europa y con el ímpetu de Latinoamérica.
También Estados Unidos está fuertemente evangelizado por los latinos, sobre todo mexicanos, que llenan las iglesias. Son casi un tercio de los católicos y la mitad de ellos tienen menos de 40 años. Yes que los latinos llevan la fe adonde van. Y esto enlaza con otra idea interesante. Un Papa al que han ido «a buscar al fin del mundo» nos enseñará lo que la Iglesia latinoamericana puede aportar al mundo. Y eso llena de orgullo (¿por qué no decirlo?) a todos los latinoamericanos sean o no católicos.
Juan Pablo II y Benedicto XVI han «elaborado» la fe, el papa Francisco nos va a mostrar que esa fe es sencilla, que es una fiesta, que es alegre, que es joven. Es decir, que la Iglesia está viva.
Todo un continente
Benedicto XVI en las palabras de sus últimos días como Pontífice hablaba constantemente de la oración; el papa Francisco comenzó su pontificado orando y pidiendo la bendición de los fieles por él. Una costumbre que está arraigada en América Latina: pedir la bendición al sacerdote y a los padres.
Frente a la secularización de Europa y América del Norte, llega una fe del pueblo. De un pueblo que sufre necesidades básicas pero que está alegre, tiene un sentido para vivir: su fe. Por el contrario en Europa nuestro sufrimiento es espiritual: no hay carencia de nada pero no tenemos un sentido en la vida. Frente a lo que se esperaba (mejor dicho, a lo que los medios de comunicación nos decían que la Iglesia necesita): un papa joven, fuerte, con resistencia y capacidad para «arreglar» la Curia, para afrontar los retos de la humanidad; el Espíritu Santo nos ha ofrecido un sacerdote poco conocido para la mayoría, humilde, sencillo que viaja en colectivo y que se hace la cena. Una vez más Dios rompe nuestros moldes: Él nació en Belén, en un establo, vivió durante 30 años en un pueblo pequeño, murió despojado de todo y así logró nuestra salvación. La Iglesia, que busca llevar a todos los hombres esa salvación de Cristo no puede no presentarse de otra forma: con la humildad, la sencillez. No busquemos en la Iglesia, en el Papa, lo mismo que en el mundo: poder, orgullo, éxito. Esa no fue la vida de Cristo y no es la del Papa.