17/03/2023
Publicado en
Diario de Navarra, El Diario Montañés y El Día
Gerardo Castillo Ceballos |
Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra
Salman Rushdie en su novela “Quijote” se apoya en la figura del hidalgo de La Mancha para describir nuestro tiempo. El protagonista, Ismail Smile, no ha caído enfermo de la lectura de libros de caballerías, sino de algo más propio de ahora, la telebasura. Concibió la idea de atravesar Estados Unidos para encontrarse con su Dulcinea particular, una actriz de Hollywood. Salman Rushdie ha declarado que esta búsqueda no es solo un periplo desde el Oeste hasta Nueva York; es sobre todo un viaje espiritual.
La telebasura fue definida por la RAE como «conjunto de programas televisivos de contenidos zafios y vulgares». Su uso inicialmente coloquial y más tarde motivo de investigación sociológica se aplica a una manera de concebir la televisión definida por la utilización del sensacionalismo, los acontecimientos impactantes y una absoluta carencia de contenido cultural.
Coincido con Pedro Arenk en que el impacto de la basura en el ecosistema equivale al impacto de la telebasura en la cultura. Esta última tiene un inconveniente añadido: no se recicla. En consecuencia, se acumulan cada vez más contenidos degradados, lenguaje soez y personajes ficticios que se convierten en elementos de referencia negativos. El tema de la telebasura es un filón para los profesionales del humor gráfico. En una viñeta cómica se ve a un médico examinando una radiografía con un tumor de telebasura mientras le dice a su paciente: está usted peor de lo que pensaba.
Los productores de telebasura hablan de autenticidad e hiperrealismo sin más base que buscar personas que en el plató se muestren tal como son, vulgares.
Las televisiones justifican este tipo de programas en nombre de la libertad de expresión y de satisfacer la demanda de la audiencia. Difundir contenidos éticamente dañinos para todo tipo de público no es aceptable ni responsable, aunque lo demanden determinados televidentes. Me parece una argumentación muy débil alegar que eso lo ve la gente porque es lo que les gusta. Lo que ve la gente en televisión es lo que se encuentra en bastantes cadenas al conectar el aparato, los programas basura. Y si además no quiere pensar en nada se come esa basura. Pero eso no significa que les guste.
Los espacios de ocio televisivo, al estar abiertos a una audiencia ingente y diversificada no deben constituir un instrumento de degradación de gustos y costumbres, con el consiguiente riesgo de mimetismo y de imitación por parte de los receptores.
Numerosos estudios han demostrado que los contenidos televisivos afectan de modo especial a los niños y es habitual que éstos imiten los modelos que diariamente ven en la pequeña pantalla. Los niños pueden tener problemas de identidad y de socialización. En muchos casos la televisión se convierte en la única compañía de los niños mientras los padres trabajan, pudiendo así verla sin ningún control paterno.
Algunas cadenas españolas han establecido criterios restrictivos firmando un código relativo únicamente al horario infantil. Esto es un avance, pero debería existir un código deontológico con ámbito en todos los horarios y edades. En cualquier caso, corresponde a los padres educar a sus hijos para el buen uso de la televisión predicando con el ejemplo. Hay padres que condenan la telebasura, pero la ven a escondidas. Este comportamiento es una contradicción lógica, pero también moral: “No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero” dice san Pablo en la Carta a los Romanos.
No creo que deba verse la cuestión como un “sí o no a la televisión”. No debe tomarse la parte (telebasura) por el todo. La televisión es un instrumento que se puede utilizar bien o mal. Lo fácil es tirarla por la ventana, pero lo difícil, pero no imposible, es aprovechar sus grandes posibilidades para informarse, entretenerse y formarse. Esto requiere criterio para saber seleccionar los programas. Es todo un reto educativo.