17/03/2025
Publicado en
Diario de Navarra
Ricardo Fernández Gracia |
Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro
Entre las causas de difusión del culto a san Francisco Javier, tanto en Navarra como fuera de ella, figuran las cofradías a él dedicadas a lo largo de toda la cristiandad. En Navarra, dejando aparte la archicofradía fundada en la parroquia de San Agustín en 1885 y la hermandad establecida en 1940, las antiguas cofradías estuvieron radicadas en Uztárroz (1676), Caparroso (1692), Isaba (1694), Mélida (1705), Estella (1706), Puente la Reina (c. 1714), Lesaca, sólo para mujeres (1720), Aoiz (1723), Javier (1726), Sangüesa (1742), Falces (refundada en 1784), Abaurreas (refundada en 1806) y Ochagavía. El número no resulta espectacular, respecto a las de la Virgen del Rosario y otras advocaciones que ha estudiado en su tesis Gregorio Silanes. Sin embargo, no cabe duda de que el nuevo modelo de santidad, representado por Javier, fue asumido por las élites, aunque costó asimilarlo más por parte del pueblo, siempre más apegado a las tradiciones y a lo legendario, también en el terreno religioso.
Las cofradías fueron inspiradas, en algunos casos por los jesuitas, muchas veces tras la realización de misiones populares; en otros por nobles, educados en la Compañía y, finalmente, por especiales devotos, como el canónigo compostelano, natural de Puente la Reina don Francisco de Olaegui. En esta colaboración nos detendremos en la hermandad de Javier.
La cofradía de Javier
Dos años más tarde que en Aoiz, establecida en 1723, se constituyó la del pueblo de Javier, patria chica del santo. El censo de cofradías de Navarra, realizado en 1771 y conservado en el Archivo Histórico Nacional, nos indica sobre ella: “Informa el alcalde de Xavier que hay en él una sola cofradía de San Francisco Xavier, fundada en su capilla por Breve de Su Santidad de 1723, y en autoridad del Reverendo Obispo de esta diócesis, de la cual es prior perpetuo el vicario y su mayordomo el alcalde. No tiene mas gastos sagrados ni profanos que cuatro reales que se dan al vicario por dos misas que celebra anualmente por los cofrades y lo que estén cuarenta velas con que alumbran al Señor dichos cofrades en las dos misas referidas y en los viáticos de los hermanos, cuyo gasto importa poco, se hace con la limosna que diere algún hermano que entra en la cofradía o de la bolsa particular de cada cofrade. No tiene fondo alguno y tiene varias indulgencias para varios días solemnes”.
La fecha que aporta ese texto la confirma el padre Escalada en su libro sobre el santo y su castillo. La edición de las mismas en 1881 (Pamplona, Regino Bescansa) también repite la fecha, en este caso ampliándola: 1723-1724. Sin embargo, la consulta detenida del libro de la cofradía que abarca entre 1726 y 1886, custodiado secularmente en la parroquia de la citada localidad, puntualiza que la fundación tuvo lugar en la santa capilla de Javier, dentro del recinto del castillo, el 8 de diciembre de 1725, siendo confirmadas sus constituciones por el vicario general de la diócesis, don Gaspar de Miranda y Argaiz, futuro obispo de Pamplona y muy devoto del santo misionero navarro, el 15 de enero de 1726. Así consta en la copia notarial que Blas Dionisio de Beguioiz, escribano de Sangüesa, dejó manuscrita en las páginas iniciales del mencionado libro. La fecha de 1723 corresponde, en realidad, a un breve papal, datado en Roma el 18 de junio de 1723, por el que se concedían una serie de indulgencias a la cofradía que se iba a crear.
Los promotores y las gracias concedidas
Los fundadores fueron el vicario de la parroquia de Javier don Francisco Azcoiti y el alcalde de la misma localidad y del palacio, don Javier Jerónimo de Azcoiti, junto a los demás caseros y habitantes en la villa. Todos ellos decidieron ponerse “bajo la protección de San Francisco Xavier, apóstol de las Indias, esperando con su amparo y devoción, conseguir el fin de nuestros deseos. Y para ello convenimos en instituir fundar y formar, desde luego para in perpetuum, hermandad y cofradía entre los dichos caseros, habitantes de Xavier, debajo de la invocación del dicho Glorioso Santo en su altar y capilla, sita dentro del palacio de dicha villa, solar de su feliz nacimiento para gloria y honor de la Majestad Divina y culto de su siervo San Francisco Xavier, para que por este medio, unidas las voluntades y afectos, en comunidad, más fácilmente consigamos el beneficio de su patrocinio y amparo, para cuyo fin habemos obtenido de la Santidad de Nuestro Muy Santo Padre Papa Inocencio decimotercio (como consta de su Breve, despachado en Roma a los dieciocho del mes de junio del año pasado de mil setecientos veintitrés) la concesión de jubileo o indulgencia plenaria a perpetuo y remisión de los pecados para dicha cofradía a favor de los cofrades existentes y los demás que entraren…. haciendo las diligencias que en dicha concesión se mandan…”.
Las gracias concedidas por el Romano Pontífice se ganaban, visitando el altar y capilla de san Francisco Javier en su casa nativa, previa confesión y comunión, rogando a Dios por la exaltación de la Iglesia, la extirpación de las herejías, la conversión de los infieles, la paz y concordia entre los príncipes cristianos y la salud y el acierto en las decisiones del papa. La citada indulgencia plenaria se ganaba el día de ingreso en la cofradía, el día festivo que eligiese la cofradía que quedó fijado para el 3 de diciembre de todos los años, así como en el momento de la muerte, “invocando el dulce nombre de Jesús con la boca, o no pudiendo, con el corazón”. El breve papal concedía otras gracias menores para otros días como el de la Purísima Concepción, el domingo que cayere dentro de la novena de la Gracia y otras festividades señaladas.
El contenido de su reglamento y los fundadores
Las capítulas u ordenaciones de la cofradía son muy sencillas y aún parcas en su número. En la primera se citan, de nuevo, a los integrantes, así como las cuotas anuales, fijadas en dos reales por casa y año, con el fin de celebrar la fiesta del santo. La segunda fija la cantidad a abonar por los cofrades de fuera de la villa de Javier, que sería de dos reales, en este caso por persona. En la tercera se establecen algunas celebraciones, como una misa dentro de la octava de la fiesta del santo por los vivos y difuntos de la hermandad, otra misa dentro del novenario del mes de marzo, con asistencia de los cofrades amos de las casas de la localidad, si no tenían impedimento justificado. En la cuarta se trata de los sufragios a celebrar por los difuntos, fijándose el rezo del decenario de san Francisco Javier por parte de los sobrevivientes, que consistía en “diez Pater Noster y diez Ave Marías por el alma del difunto, en teniendo noticia de su fallecimiento, en reverencia de los diez años que el santo anduvo peregrinando y predicando por la conversión de los infieles, y ganarán por ello sesenta días de indulgencia”.
La quinta regula el gobierno de la cofradía, mediante un prior, cargo que recaería en el vicario de la parroquia, capellán a la vez de la capilla del santo, un mayordomo y depositario en la persona del alcalde de la villa. En la sexta se vuelven a enumerar gracias concedidas por el papa a los cofrades por la práctica de algunas obras de misericordia, como acompañar los viáticos, visitar y consolar a los enfermos, enseñar la doctrina cristiana, hospedar a los peregrinos y socorrer a los necesitados con limosnas. El documento fundacional concluye con los nombres de los cofrades fundadores que fueron Saturnino de Azcoiti, Juan José de Azcoiti, Domingo Martínez, Francisco Martínez, Fermín Martínez, Valentín Martínez, Pedro Artajo, Juan Miguel Murillo, Juan Francisco Arboniés, Francisco José Murillo, Martín de Arboniés mayor, Cristóbal de Arboniés, Martín de Arboniés menor, Martín de Arboniés, nieto del mayor, María Antonia García de Celaya, Ana Cruz de Brun, Catalina Labari, Isabel de Iturralde, Magdalena Martínez, Juan Lanzaco, Águeda de Abinzano, Josefa Escudero y María de Hugalde.
Entráticos de cofrades
La cofradía tuvo una vida larga y las actas de visita de los obispos o sus delegados nos han dejado testimonio de algunos datos, como la falta de cuentas durante algunos años o la aprobación de las mismas en otros casos. Asimismo, encontramos listados de cofrades que resultan de gran interés. En una relación de personas que entraron a la cofradía de las décadas centrales del siglo XVIII, antes de la visita de 1760, aparecen muchos nombres, no sólo de Javier, sino de muchas localidades como Unzué, Artieda, Guembe, Cintruénigo, Cáseda, Mendigorría, Salinas de Oro, Castillonuevo, Yesa, Oriz, Sangüesa, Lerga, Undués, Pamplona, Goñi, Tafalla, Falces y lugares sin determinar de Castilla y Andalucía. Entre los nombres destacados figuran miembros de destacados linajes de hidalgos de Ágreda (don José de Orobio y Bravo) y Cintruénigo (don Juan Francisco Navascués), Pamplona (don Pedro José de Echenique, doña Fermina de Goyeneche y don Manuel Borda, doña María Ventura Daoiz); clérigos, como el vicario de las Abaurreas o el del hospital de Sangüesa y personajes de la administración, como don Francisco Leoz Asiain y Echálaz, oidor del Real Consejo de Navarra y su familia, don Pedro Cano, fiscal de la misma institución o don Andrés de Valcárcel, alcalde de Corte en Madrid. Las listas se fueron engrosando con muchas personas cuyos nombres figuran, generalmente con su origen. El 25 de septiembre de 1766 ingresaron don Joaquín de Arteaga, marqués de Valdediano, residente en Guipúzcoa, su mujer doña Micaela Idiáquez, hija don Antonio Idiáquez conde de Javier y duque de Granada de Ega, con sus siete hijos y un sobrino. La causa no fue otra que la recuperación del habla de uno de aquellos chicos, motivo por el cual dejaron un exvoto de una lengua de plata con su correspondiente inscripción, que se ha conservado.
En 1773 ingresaron doña María Luisa Dominga de Aróstegui, natural de La Habana y casada con Agustín Tomás de Jáurequi, virrey del Perú y residente en Pamplona, junto a sus hijas doña María Josefa de Jáuregui y Fermina; don Miguel Antonio, doña Fermina y doña Córdula Balanza, esta última camarera de la Virgen del Camino y madre de la primera académica de San Fernando, doña Agustina Azcona. En 1779, se anotan a doña María Ramona y doña Fermina Ripalda; en 1780 don Martín José de Cordeu y su familia; en 1788, don Antonio Cerezo y Arriaga, natural de Sangüesa; en 1791, el marqués de Gaona con toda su familia y, en 1792, don Diego María Baset, secretario de las Cortes y de la Diputación del Reino, junto a su mujer y sus hijos. En 1799 ingresó don Miguel Úriz, canónigo de Pamplona. Los listados son muy largos y hemos destacado algunos notables personajes que, seguramente aprovechando su visita al lugar en que nació el santo por votos u otros motivos, se alistaron en su cofradía.