Alejandro Néstor García, Profesor Titular. Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Navarra
Los héroes éramos nosotros
Nos habíamos acostumbrado a pensar en los héroes como seres de cualidades excepcionales que vienen a ayudarnos en situaciones de gran necesidad. La cultura popular y el cine en particular han dejado en nuestra retina esta idea, la de individuos especiales que son capaces de marcar la diferencia en momentos cruciales… Sin embargo, la crisis mundial del COVID-19 nos ha mostrado con crudeza, pero también con cierta dosis de esperanza, que los héroes no son tan singulares. Ni tan extraordinarios.
Las consecuencias económicas y sociales de esta disruptiva pandemia mundial son todavía impredecibles. Pero un cambio innegable es que a partir de este momento la idea de lo heroico será conjugada en plural. Ya no esperaremos más a que venga un individuo de condiciones únicas a salvarnos. La heroicidad se ha convertido en tarea común y compartida, realizada entre muchos.
Porque hemos comprobado en las últimas semanas que los héroes, en plural, no estaban lejos. Eran esos jóvenes vecinos que se han prestado incondicionalmente a ayudar a los mayores que viven en el piso contiguo para, por ejemplo, llevarles la compra a casa. Eran los sanitarios que salen cada mañana para ayudar a otros poniéndose ellos en riesgo. Eran quienes voluntariamente han puesto en marcha iniciativas y acciones colectivas para ayudar de mil modos distintos. Eran quienes han continuado desempeñando diligentemente sus tareas profesionales esenciales en vez de permanecer en la seguridad relativa del hogar. Éramos todos los que cívicamente hemos permanecido recluidos en casa para protegernos recíprocamente ante la extensión del contagio. Los héroes, en definitiva, han resultado ser todas esas personas sencillas haciendo cosas ordinarias en tiempos de dificultad.
Por supuesto, también hay villanos, y muy reales. Los que aprovechan la situación en beneficio propio, o simplemente se niegan a colaborar en las medidas colectivas que intentamos entre todos cumplir para no empeorar la situación. Esta faceta más oscura del ser humano siempre ha existido. De hecho, hay una extensa tradición de pensamiento social y político que parte de una visión del hombre pesimista, en la que los individuos buscan su propio interés por encima de todo, donde prima un egoísmo congénito en la naturaleza humana. El hombre es un lobo para el hombre, decía Hobbes, y por eso se hacen necesarias medidas de control y acuerdo que garanticen la convivencia y el orden social... Pero lo que estamos viendo estos días en tantos lugares y de tantas maneras distintas matiza mucho esta perspectiva antropológica tan pesimista. Estamos asistiendo a muestras de solidaridad y altruismo todos los días, tanto propias como ajenas. Y, junto a ello, estamos también haciéndonos conscientes de la larga cadena de interdependencias y vinculaciones sociales que nos unen como sociedad.
Al igual que no sentimos el peso del aire porque estamos acostumbrados a vivir en él, también los lazos que nos unen a los demás nos pasan desapercibidos en periodos ordinarios. En este tiempo excepcional, sin embargo, esas cadenas de solidaridad y vida en común se nos presentan con una fuerza irresistible y necesaria. Nos hacemos conscientes con arrolladora evidencia de las profundas interdependencias globales y de nuestros vínculos sociales. No estamos solos. Y este reconocernos junto a otros con los que compartimos vida, desgracias y esperanzas lo celebramos cada atardecer a las 20 horas, en un momento de comunión colectiva en la que escenificamos esa unión social desde la que enfrentamos las dificultades comunes. Son momentos de “efervescencia colectiva”, en palabras del conocido sociólogo francés, Émile Durkheim. Tales momentos refuerzan nuestro sentimiento de pertenencia a una comunidad, y pueden llegar a ser altamente transformadores de la vida social y la identidad colectiva.
No, no vendrá ningún personaje extraordinario para manejar la complicada situación y devolvernos la normalidad a nuestras vidas. Y ésta es precisamente una de las enseñanzas más revitalizadoras y evidentes que dejará esta crisis mundial: que unidos lograremos superar la situación. Que las cadenas de solidaridad y ayuda mutua son el mejor instrumento contra la pandemia. Que como comunidad, como un “nosotros”, es como encontraremos el camino de salida.