Ricardo Fernández Gracia, Director de la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro
Patrimonio e identidad (31). Imágenes, devociones y grandes epidemias
El patrimonio cultural, como fiel expresión histórica de hechos y contextos históricos, presenta inequívocos testimonios materiales e inmateriales acerca de las consecuencias de guerras, pestes y otras calamidades públicas. Enormes fábricas que se comenzaron con grandes bríos, entre las que destaca la parroquia de San Pedro de Viana, quedaron interrumpidas y nunca finalizadas según sus planes originales, a causa de la gran peste de mediados del siglo XIV.
En esta colaboración, nos detendremos en algunos ejemplos de advocaciones marianas y de santos que fueron objeto de votos por parte de villas y ciudades, en el contexto de grandes epidemias históricas. Tiempos, en parte, como los días en que nos está tocando vivir, en los que la humanidad estaba desconcertada, todo se fiaba a la Divina Providencia y a la intercesión de la Virgen y de los santos sanadores.
Junto a los grandes iconos devocionales, las gentes sencillas no dudaban, ante aquellos contagios mortales, en acopiar medallas, escapularios, detentes y otros amuletos para evitar el contagio, tal y como analizamos en un artículo en este mismo rotativo de 7 de diciembre de 2018.
Votos en torno a imágenes protectoras
La mayor parte de nuestros pueblos y ciudades, cuando llegaba la enfermedad, volvieron su mirada a los venerandos iconos en los que habían puesto su confianza secularmente. La invocación a las diferentes advocaciones de la Virgen y a los santos, en aquellos momentos trascendentales de enfermedad y muerte, quedó reflejada en textos e imágenes. Las autoridades municipales acordaron, desde el Medioevo, votos a los santos que se traducían en promesas para guardar sus fiestas, en agradecimiento por los favores recibidos. Fueron frecuentísimos y algunas localidades hicieron varios, como ocurrió en Pamplona o Sangüesa, con ocho y seis votos, respectivamente. Procesiones y rogativas penitenciales con las imágenes de los patronos se documentan repetidamente, desde el siglo XVI, en la práctica totalidad de las localidades navarras con motivo de pestes, guerras, hambrunas y sequías.
El caso de san Sebastián, como abogado contra la peste, es bien ilustrativo, al igual que el de san Roque especialmente desde su canonización en 1584. El origen de la protección de san Sebastián sobre la peste data del año 680, cuando libró a Roma de una gran epidemia, hecho divulgado por Pablo Diácono en su Historia Longobardorum. A la sazón, hay que recordar que la peste concordaba con una lluvia de saetas, tanto en las fuentes clásicas -pasaje de la Ilíada en que Apolo desencadena la peste con el disparo de su flecha- como en las bíblicas (Salmos 7 y 64). La Leyenda Dorada colaboró decisivamente a la difusión de su culto e iconografía.
Uno de los primeros votos a san Sebastián documentados en Navarra es el de Olite (1413), a raíz de la peste de aquel año. Se acompañó del rito protector consistente en rodear el perímetro de la localidad con un pabilo o mecha bendecida.
Algunos de aquellos votos cristalizaron en el patronazgo de algunas localidades. En Tafalla, el legendario milagro de la boina de 1426 hizo crecer su culto, llegando a través de su cofradía numerosos donativos. Su célebre imagen pétrea se atribuye al escultor Johan Lome y para su realización dejó una manda, en 1422, el secretario real Sancho de Navaz. El eco anual del voto de Tafalla estuvo ligado a la procesión de los muros, puesto que, al igual que en Olite, el perímetro de sus murallas se rodeaba por un rollo de cera llevado en andas. El acto devocional se recuperó en 1885, con motivo de la epidemia del cólera, añadiendo al rollo céreo, que estaba mermado, cinco arrobas de cera para que alcanzase su longitud primitiva.
En Sangüesa, en 1543, ya se celebraba el voto, con anterioridad a las grandes pestes de 1566 y 1599. El ayuntamiento nombraba al predicador de la fiesta y a la procesión anual asistían todos los gremios.
El patronato de santa Ana sobre Tudela tuvo su origen en un acuerdo municipal de 1530, tras librarse la ciudad de una peste, cuando sus regidores “tomaron voto de, a perpetuamente guardar y celebrar la festividad de Señora Santa Ana en cada un año a perpetuo con procesión muy solemne y devota y llevando en la procesión la santa imagen de la Señora Santa Ana con las iluminaciones que parecieren a los señores alcalde y regidores…”.
Pamplona sufrió una gran epidemia de peste en 1599. Entre las medidas tomadas no faltaron las de tipo religioso. Las autoridades municipales se comprometieron a guardar abstinencia las vísperas de san Sebastián y san Fermín y la bandera de la ciudad de Pamplona y las veneras de sus regidores recuerdan la procesión Cinco Llagas, realizada a instancias de un lego franciscano de Calahorra, mediante la cual la capital navarra quedó libre del azote.
La peste de 1649 tuvo en Pamplona, como antídotos, un sinnúmero de colgantes, a modo de medallas de barro cocido, con la corona de espinas y los clavos de la pasión en el anverso y las cinco llagas en el reverso. Se repartieron por miles desde las Agustinas Recoletas, a iniciativa de su priora, volviéndose a hacer, en 1676, a petición de Murcia y Cartagena. En pleno siglo XVIII se volvieron a requerir con motivo de la peste de ganado bovino de 1774.
Las actas municipales, cuentas de parroquias y cofradías dan buen testimonio de las salidas extraordinarias de otras tantas imágenes de gran veneración con motivo del cólera en el siglo XIX, fundamentalmente en 1833-1834, 1854-1855 y 1885. Citaremos algunos ejemplos. El Cristo de la ermita de la Santa Cruz de Tudela, las Vírgenes del Camino de Pamplona, del Yugo de Arguedas, de la Barda de Fitero, del Romero de Cascante o la del Villar de Corella, entre otras muchas, fueron objeto de novenarios, traslados y grandes procesiones. De los cultos tributados a la del Villar contamos con descripciones pormenorizadas y en los casos de Tudela y Cascante de 1885 nos han llegado interesantísimas fotografías. Una de ellas del día 4 de octubre en Tudela, tras la celebración en la catedral de una solemne misa de acción de gracias, a la que se llevaron distintas imágenes de santos de las distintas ermitas e iglesias de la ciudad y otra de los vecinos de las Clarisas, datada el 28 de octubre.
En Pamplona, los barrios de la Rochapea y la Magdalena acudieron a la Virgen del Río, tanto en 1855, con un solemne novenario y procesión, como en 1885, con novena a puerta cerrada y procesión. En ambas fechas, señalan las crónicas de las Agustinas de San Pedro, que no hubo que lamentar víctimas mortales en ambos barrios.
La imagen de mayor trascendencia y fama en relación con la epidemia de 1885 fue la Virgen del Cólera de Olite, una imagen de la Inmaculada de Luis Salvador Carmona (1749), patrona de la ciudad, que libró a los olitenses del aquella temida enfermedad.
San Francisco Javier, universal abogado contra la peste
La evocación navarra a la peste en el ámbito más internacional está ligada a la figura de san Francisco Javier, especial abogado contra las pestes en diversas partes del mundo. En una de las estrofas de sus populares gozos se le cantaba: “La peste que arroja el viento, convertís en aire sano”. De ese modo sencillo, en la Novena de la Gracia, se aludía al taumaturgo Javier en relación con las grandes epidemias. El Padre Francisco García en su conocida biografía del santo (1685) afirma: “¿Qué diré de las pestes que ha apagado en diversas ciudades en uno y otro mundo, purificando el aire de las muertes que amenazaban a sus ciudadanos, los cuales le eligieron por Patrón, para que estando debajo de su protección, los respetase el contagio, y Dios no los castigase viéndolos patrocinados de san Francisco Xavier?" A continuación, refiere cómo, al llegar a Malaca, el cuerpo del apóstol cesó la peste que afligía a la ciudad y, en otro capítulo del mismo libro alude al fin de la enfermedad en Manar, escena pintada por Ciro Ferri y grabada, de tal modo que se copió en lienzos de Flandes, Italia, España y Nueva España.
Los sucesos acaecidos en Nápoles, en 1656, fueron muy difundidos por Europa y América, desde el mismo momento en que tuvieron lugar, gracias a las relaciones escritas y publicadas y a las fiestas que se celebraron con todo esplendor.
Un resumen de los hechos refiere que en la capilla del santo en la Casa Profesa de los jesuitas existía y existe aún un lienzo, obra de Juan Bernardino Siciliano, que representa a Javier arrodillado orando ante la Virgen con el Niño, en torno al cual comenzaron a ocurrir sucesos extraordinarios a partir de 1653, al observar muchas personas cómo el santo movía los ojos y mutaba el color del semblante, unas veces pálido, otras subido de color. A lo largo de varios días se repitió el suceso y los jesuitas llegaron a cubrir la imagen con un velo, que de nada sirvió, pues a través de él se seguía viendo el prodigio. Pasó el tiempo y cuando el suceso estaba casi olvidado, en 1656, la ciudad se vio asolada por la peste, calificada por el padre Cassani como “cruel por lo arrebatada, cruel por lo contagiosa, cruel por lo irremediable y cruel por la multitud de personas que degolló”. La ciudad se encomendó a la Inmaculada, a san Genaro y a santa Rosalía, con los acostumbrados votos, rogativas y múltiples penitencias. Tras no lograr su cese, recordaron la mutación del rostro de Javier y acudieron a su intercesión el día 12 de junio, con un voto ciudadano recurriendo “al patrocinio de San Francisco Javier suplicándole, que así como libró con sus oraciones, aún viviendo, la isla de Manar y después de muerto, con el olor de sus huesos, a la ciudad de Malaca en la India, de la peste que la afligía; y últimamente, ha pocos años, a la ciudad de Bolonia de igual contagio, así se digne con su protección librar a esta ciudad de la presente epidemia”. El texto finalizaba con la promesa de erigir al santo monumentos y celebrar su fiesta con toda pompa, tomándole como copatrono junto a san Genaro y llevando una imagen suya desde la Casa Profesa hasta el palacio episcopal y de allí al tesoro o sagrario en donde se guardaban las estatuas de los santos protectores de la ciudad y todas sus reliquias.
El padre Sanvítores, con seudónimo de Matías de Peralta (1665), refiere las curaciones personales de carácter milagroso con sus imágenes, con el aceite de la lámpara de su capilla, mediante su invocación e incluso con la propia aparición de Javier. La peste fue desapareciendo y las autoridades y barrios de Nápoles pidieron al Papa, junto a un escrito del General de los jesuitas, la confirmación del patronato, algo que se consiguió y celebró ampliamente.
Entre las ciudades que lograron la extinción de la peste por la intercesión de san Francisco Javier destacan también Manar, Malaca, Bolonia (1630), Aquila y Parma (1656), Macerata (1658), Brujas (1666) y Durango en Nueva España (1668), entre otras.
Caso singular y realmente importante es el de Bolonia, inmortalizado en el lienzo de Guido Reni que representa a la Virgen del Rosario con los patronos de la ciudad, conservado en su Pinacoteca. La adopción del patronato javeriano se remontaba a 1630, cuando la ciudad logró salir del azote. El exvoto de la pintura se encargó al referido pintor al año siguiente y en él figuran la Virgen del Rosario con los santos protectores de la ciudad: san Ignacio de Loyola, san Francisco Javier, san Próculo, san Petronio, san Francisco Asís, san Floriano y santo Domingo. En la propia Bolonia se veneraba una imagen de Javier, calificada como “antica e miracolosa”, en la estancia que ocupara el santo navarro en aquella ciudad, convertida en capilla, dentro del colegio jesuítico.
La especial protección de la ciudad de Cremona quedó patente en algunas estampas y sobre todo en las fiestas de canonización de san Francisco de Borja. Con este último motivo y por haber elegido a Javier como especial protector de la ciudad, se construyó una enorme máquina de planta central con cuatro arcos de triunfo en representación de las cuatro partes del mundo. De la zona superior, rematada en una especie de pirámide con el monograma de la Compañía de Jesús y la bandera de la ciudad, colgaban estandartes de las siguientes ciudades: Goa, Aquila, Parma, Piacenza, Turín, Manar, Nápoles, Bolonia y Malaca, todas ellas libradas o auxiliadas por san Francisco Javier en tiempos de peste.
La primera javierada en 1886, en acción de gracias
La ciudad de Pamplona, tras haberse librado del cólera morbo de 1885 fue testigo de la organización de la masiva peregrinación de 12.000 navarros a Javier para dar gracias al santo, en 1886, tras la fundación de la Archicofradía de San Francisco Javier en la parroquia de San Agustín.
En agosto del año de 1885 se declararon dos casos de cólera en la capital navarra. El párroco de San Agustín, don Modesto Pérez, expuso su proyecto de ir en rogativa a Javier si la ciudad se libraba del contagio, como así fue. Aquella peregrinación tuvo lugar el 4 de marzo de 1886. Los actos se iniciaron con un triduo, celebrado en la parroquia de San Agustín y predicado por el jesuita padre Manuel Gil. El día 4 de marzo se reunieron los peregrinos en la catedral, en el atrio se interpretó el himno de la peregrinación con banda de música y el Orfeón Pamplonés y la expedición partió desde la calle San Ignacio en coches de caballos, carros, mulos y burros. Algunas fotografías dejaron impresionantes instantáneas del evento.
Con la experiencia del éxito de la peregrinación, algunos años más tarde, en 1896, el obispo anunció otra marcha al santuario, en este caso en desagravio por las blasfemias, en vísperas de la Guerra de Cuba, coincidiendo con la colocación de la primera piedra de la nueva basílica. En esta ocasión se contabilizaron entre nueve mil y diez mil asistentes. Según el padre Escalada las peregrinaciones al santuario se incrementaron, dando cuenta de algunas como las de los alumnos del Colegio de Tudela en 1911 o la de los Terciarios Franciscanos en 1915, cuando la restauración del castillo era ya un hecho.