Josep Ignasi Saranyana, Instituto de Historia de la Iglesia, Facultades Eclesiásticas
Berlín, Ginebra, Madrid y la crisis
Cuando Enric Juliana se refiere en sus crónicas a la disciplina que nos impone Berlín, suele añadir los adjetivos "espartana y luterana". Alude al fondo religioso de la crisis, apropiándose quizá de la conocida tesis de Max Weber, según la cual hay tres formas de concebir la vida económica: la luterana, la calvinista y la católica. En versión de Juliana: Berlín, Ginebra y Madrid. En definitiva: el enfrentamiento entre la Carolingia, por una parte, y la Mediterránea latina, por otra. Aunque las tres formas religiosas sean cristianas, hay importantes diferencias entre ellas y no sólo dogmáticas.
El luteranismo acentuó la dignidad de la situación intrahistórica, lugar de encuentro del cristiano con sus responsabilidades profesionales, y destacó las consecuencias seculares y sociales de la fe. El calvinismo, inclinado al puritanismo, estableció una estrecha relación entre el éxito intramundano y la predestinación eterna. Por su parte, el catolicismo, sobre todo el latino, aunque injertado en la misma raíz, reaccionó huyendo de las actividades temporales, justificándose en un providencialismo exagerado, más allá de toda prudencia razonable, y en un optimismo con frecuencia carente de todo fundamento. Tal huida pudo ser la causa, según Weber, de que muchas naciones católicas se incorporasen con gran retraso al progreso económico occidental.
Así entendidos, los brillantes neologismos de Juliana apuntan a la poca seriedad de la Mediterránea en los negocios, subrayando que preferimos el ocio al trabajo diario bien hecho; y que hay personas entre nosotros que presumen de evadir impuestos, de comprar multinacionales sin arriesgar realmente ni un euro, y de enriquecerse de la noche a la mañana sólo con astucia.
En estos asuntos, los católicos tenemos mucho que aprender de Berlín y de Ginebra, al menos en la forma de trabajar, mostrando, además, que la plenitud de la fe cristiana es compatible con tomarse en serio tanto el tiempo presente como la esperanza escatológica; y que se puede alzar los ojos al cielo mientras se tienen los pies bien anclados en la tierra.