Ramiro Pellitero, Profesor de Teología
Educar para cultivar y cuidar
En su discurso al mundo de la enseñanza en la Universidad Pontificia del Ecuador (7-VII-15), Francisco ha invitado a la comunidad universitaria a preguntarse para qué nos necesitan esta Tierra y nuestros hermanos.
Dios nos invita a colaborar en el desarrollo del mundo, de su obra creadora. "Es un don dado por Dios para que con Él podamos hacerlo nuestro. Dios no quiere una creación para sí, para mirarse a sí mismo. Todo lo contrario. La creación, es un don para ser compartido".
Más aún: "Es el espacio que Dios nos da, para construir con nosotros, para construir un nosotros. El mundo, la historia, el tiempo es el lugar donde vamos construyendo ese nosotros con Dios, el nosotros con los demás, el nosotros con la tierra. Nuestra vida, siempre esconde esa invitación, una invitación más o menos consciente, que siempre permanece".
No sólo se trata de cultivar la Tierra, sino también de cuidarla, protegerla o custodiarla
Hoy esto se impone como exigencia urgente, ante nuestra conducta irresponsable:
"Hemos crecido pensado tan solo que debíamos 'cultivar', que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados quizás a expoliarla... por eso entre los pobres más abandonados y maltratados está nuestra oprimida y devastada tierra" (enc. Laudato si', 2).
Y es que "existe una relación entre nuestra vida y la de nuestra madre la tierra". El ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos, también se sostienen y se pueden transfigurar juntos.
Por tanto no podemos mirar para otro lado ni ignorar estas situaciones. hay que ir a las causas, porque Dios nos sigue preguntando como a Caín: «¿Dónde está tu hermano?». No vaya a ser que sigamos respondiendo: «¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?» (Gn 4, 9).
También una universidad católica -observa Francisco- ha de examinarse sobre cómo es la educación que imparte en relación a la tierra y a nuestras relaciones con los demás. Y pregunta concretamente a los educadores universitarios:
"¿Velan por sus alumnos, ayudándolos a desarrollar un espíritu crítico, un espíritu libre, capaz de cuidar el mundo de hoy? ¿Un espíritu que sea capaz de buscar nuevas respuestas a los múltiples desafíos que la sociedad hoy plantea a la humanidad? ¿Son capaces de estimularlos a no desentenderse de la realidad que los circunda, no desentenderse de lo que pasa alrededor? ¿Son capaces de estimularlos a eso?"
"Para eso -continúa- hay que sacarlos del aula, su mente tiene que salir del aula, su corazón tiene que salir del aula. ¿Cómo entra en la currícula universitaria o en las distintas áreas del quehacer educativo, la vida que nos rodea, con sus preguntas, sus interrogantes, sus cuestionamientos? ¿Cómo generamos y acompañamos el debate constructor, que nace del diálogo en pos de un mundo más humano?"
El diálogo y la reflexión nos involucra a todos, a las familias, a los centros educativos, a los docentes: "¿Cómo ayudamos a nuestros jóvenes a no identificar un grado universitario como sinónimo de mayor status, sinónimo de mayor dinero o prestigio social? No son sinónimos. ¿Cómo ayudamos a identificar esta preparación como signo de mayor responsabilidad frente a los problemas de hoy en día, frente al cuidado del más pobre, frente al cuidado del ambiente".
Tiene Francisco también preguntas para los jóvenes, semilla de transformación de esta sociedad: "¿Saben que este tiempo de estudio, no es sólo un derecho, sino también un privilegio que ustedes tienen? ¿Cuántos amigos, conocidos o desconocidos, quisieran tener un espacio en esta casa y por distintas circunstancias no lo han tenido? ¿En qué medida nuestro estudio, nos ayuda y nos lleva a solidarizarnos con ellos?"
Señala el Papa que las comunidades educativas tienen un papel esencial en la construcción de la ciudadanía y de la cultura. Y sugiere: "Cuidado, no basta con realizar análisis, descripciones de la realidad; es necesario generar los ámbitos, espacios de verdadera búsqueda, debates que generen alternativas a las problemáticas existentes, sobre todo hoy. Que es necesario ir a lo concreto".
Se ha referido, por ultimo, a la globalización del paradigma tecnocrático, que tiende a creer «que todo incremento del poder constituye sin más un progreso, un aumento de seguridad, de utilidad, de bienestar, de energía vital y de plenitud de valores, como si la realidad, el bien, la verdad brotaran espontáneamente del mismo poder tecnológico y económico» (enc. Laudato si', 105).
Y ha invitado a los presentes a reflexionar y protagonizar un cambio cultural para ellos, sus hijos y la Tierra: "¿Cómo la queremos dejar? ¿Qué orientación, qué sentido queremos imprimirle a la existencia? ¿Para qué pasamos por este mundo? ¿Para qué luchamos y trabajamos? ¿Para qué estudiamos?"
Observa que "las iniciativas individuales siempre son buenas y fundamentales, pero se nos pide dar un paso más: animarnos a mirar la realidad orgánicamente y no fragmentariamente; a hacernos preguntas que nos incluyen a todos, ya que todo 'está relacionado entre si' (ibid., 138). No hay derecho a la exclusión".
Y concluye invocando al Espíritu Santo, que ha intervenido en la creación del mundo, que vivifica a todos los seres, e impulsa y anima a cada cristiano en el nosotros de la Iglesia.
He aquí, en suma, algunas pautas fundamentales para educar, también desde la fe, el cuidado de la Tierra y el servicio a las personas:
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la creación como don de Dios, que se nos dado para que sea nuestra casa común;
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el desafío educativo de forjar un espíritu sanamente crítico e interesado por la realidad que nos rodea, en la naturaleza y en los contextos sociales, para avanzar hacia un mundo más humano;
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la educación universitaria como título de responsabilidad ante el cuidado especialmente de los pobres y más necesitados, y a la vez del ambiente natural;
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el planteamiento del estudio como medio y camino de crecimiento en solidaridad;
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la valentía para no quedarse en las descripciones y los análisis -evidentemente necesarios-, sino promover debates, proyectos e iniciativas concretas en y desde la comunidad educativa;
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la superación del bienestar o del poder como horizontes de la vida social;
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la búsqueda de sentido del trabajo y de la vida, más allá de un marco individualista;
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la necesidad de cultivar la vida espiritual como raíz segura y garantía de calidad y de constancia, en esta educación al servicio y al cuidado de los demás y de la Tierra.