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Libros y gestión (III): Etty Hillesum: la fuerza de una mirada esperanzada

17/07/2023

Publicado en

Expansión

María del Pilar Saiz Cerreda |

Profesora del Grado en Lengua y Literatura Españolas

“Una misma casi no se da ni cuenta de que se ha convertido en un ser marcado por el sufrimiento… de por vida. Y la vida sigue siendo, en esencia, tan gratamente buena”. Así se expresaba Etty Hillesum en una carta escrita a su amiga María Tuinzing el 2 de septiembre de 1943, cinco días antes de ser deportada desde el campo de concentración de Westerbork (Holanda) a Auschwitz, donde finalmente murió el 30 de noviembre de ese mismo año. Tenía 29 años y muchos proyectos por realizar. La vida parecía sonreírle a esta joven perteneciente a la burguesía judía de Ámsterdam.

Licenciada en Derecho, estaba estudiando Psicología y Lenguas Eslavas cuando los nazis invaden los Países Bajos. Su vida da un giro radical y, ante la locura que le toca vivir, lejos de quedar paralizada por el miedo, toma una decisión valiente: se pone al servicio de los demás, aceptando en un primer momento trabajar en la Sección Cultural del Consejo Judío (ayuda a los deportados), para pasar pocas semanas después a establecerse como voluntaria en el campo de concentración de Westerbork. En este período, la escritura se convierte para ella en una actividad vital que la va a acompañar hasta que se lo permitan, hasta el mismo día en que tiene que subir al tren de la muerte. Escribe su diario y escribe cartas, unas cartas en las que emerge con toda su fuerza una personalidad arrolladora, que afronta la vida con un optimismo profundo y esperanzado, en las antípodas de la cobardía y el apocamiento.

En estas cartas, a través de sus palabras, sentimos vivir a Etty. No son palabras huecas, sino palabras llenas de sentido. Si las palabras son, parafraseando a Marc Fumaroli, los rasgos del yo que se imprimen profundamente en el alma del amigo, las palabras de Etty no sólo se van a imprimir en nuestro interior, sino que vienen a interpelarnos. Las cartas de Etty traducen una vida, son vida vivida con intensidad y vida hecha palabra. Son un testimonio que se graba a fuego en nuestros corazones, porque nacen de un corazón que sabe dar razón de todo aquello que vive y siente. Por eso, Etty es “el corazón pensante de los barracones”. Intuye que el tiempo se le acaba y no se cansa de repetir a sus distintos corresponsales que, a pesar de constatar una y otra vez la bajeza del ser humano, “esta vida es maravillosa y grande”. Sólo desde esta perspectiva es posible plantearse el futuro: “a cada infamia, a cada crueldad, hay que oponerle una buena dosis de amor y buena fe, que primero habremos de hallar dentro de nosotros mismos. Tenemos derecho a sufrir, pero no a sucumbir al sufrimiento. Y si sobrevivimos a esta época ilesos de cuerpo y alma, de alma sobre todo, sin resentimientos, sin amarguras, entonces ganaremos el derecho a tener voz cuando pase la guerra”.

La lucidez de Etty en estas circunstancias no deja de sorprender y nos trae el eco de aquellas palabras escritas en torno a esas mismas fechas por el escritor Antoine de Saint-Exupéry en su celebérrimo libro El Principito: “Sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”. Etty concibe su existencia y la existencia de cada persona “como algo precioso, particular e intransferible”, tal como expresa Octavio Paz en El laberinto de la soledad. Esta convicción profunda alumbra su vida desde lo más profundo de su ser y se proyecta al exterior en una mirada positiva y alegre sobre sí y sobre el mundo. 

Pero no hay rastro de ingenuidad o de utopía irrealizable en sus palabras. Por el contrario, su creencia y su fe en la belleza, en la grandeza y en la inviolabilidad de la vida se van acrisolando al contacto de la miseria, decadencia, miedo y horror, y se transforman en un optimismo firmemente anclado en la esperanza, que se manifestará siempre por medio de contrastes. Sí, ante el temor, saca toda la fuerza de su interior con pequeños actos de valentía, como cuando acompaña a los enfermos en los barracones. Ante la fealdad, es capaz de ver más allá y descubrir belleza donde la mayoría están impedidos: la luz del atardecer, el vuelo de unos pájaros, los colores de la primavera en las flores, el regalo de los momentos de amistad en el campo. Ante el odio, la violencia y brutalidad que están ejerciendo sobre todos los prisioneros del campo, ella no duda en derramarse y derrochar todo el amor y cariño a los demás del que es capaz. Ante la pérdida de humanidad que se vive en el campo, ella no se deshumaniza ni se animaliza, sino que, por encima de todo, sabe agradecer. Y así se despide, con un hondo agradecimiento en los labios, serena, muy entera, irradiando plenitud.

Etty siempre será el faro de luz que brilla en la oscuridad y nos alumbra el camino: “Es la única manera de poder vivir ahora: el amor al más atormentado semejante sin preferencias […]. Y cuando esta idea se me impone en un momento en el que no existe el consuelo puedo seguir adelante, pero no con un sucedáneo de vida como la que llevan aquí la mayoría en un campo de concentración de paso, para judíos y en plena guerra mundial... No, nada de eso. Yo me refiero verdaderamente a un ímpetu esperanzador, a la alegría, al convencimiento y a una vaga suposición de pertenencia, que existen y que, en el fondo, hacen que la vida esté dotada de sentido”.